Déficit, deuda y el oscuro mundo de la contabilidad intergeneracional
Generalmente, cuando los economistas estudiamos el estado de las cuentas públicas usamos dos indicadores: el déficit y la deuda. Lo que nos permiten ver estos indicadores son dos cosas. En primer lugar, nos muestra el signo de la política fiscal [...].
El segundo uso de estos indicadores es evaluar la capacidad del Estado para devolver su deuda, es decir, estimar el riesgo de impago. [...]
Sin embargo, a principio de los años 90 dos autores,
Auerbach, Gokhale y Kolitkoff criticaron duramente el método anterior y propusieron en su lugar el método de la “
contabilidad intergeneracional”. El problema tiene dos caras. Primero, como decía, la deuda pública es esencialmente una promesa de pago futuro. Sin embargo, existen otras promesas de pago hechas por el sector público que tienen más o menos la misma solidez y son más o menos igual de obligatorias (difíciles de renegar) que la deuda pública: pensad, por ejemplo, en las pensiones, la sanidad o el seguro de desempleo de las generaciones futuras. Sin embargo, estas promesas de pago no están reflejadas en el balance del sector público, mientras que la deuda pública sí lo está- se llama por eso “deuda implícita”.
La segunda faceta del problema no tiene tanto que ver con un problema de reflejar contablemente el estado de las finanzas públicas, como con el efecto sobre la economía. [...] Sin embargo, esta visión del problema no está exenta de críticas; implícitamente parte de la idea de que la gente gasta en función de lo que tiene en un determinado momento del tiempo y por eso cuando el gasto aumenta, la renta de la gente aumenta y eso aumenta el gasto de más gente. En la práctica, la gente no sólo gasta en función de lo que tiene en la cuenta del banco en un instante determinado; gasta en función de su “riqueza”, es decir, de lo que tiene en el banco y de lo que espera ganar en el futuro, pidiendo un crédito al banco si procede de forma que típicamente, la gente intenta suavizar mantener su tren de vida a lo largo de su ciclo vital -endeudándose cuando se joven, devolviendo las deudas en la madurez y ahorrando para la jubilación consumiendo sus ahorros cuando se jubila.
Si uno lo ve desde esta óptica, se puede ver que el efecto de los déficit públicos y la deuda es redistribuir riqueza entre generaciones. Mientras que cada generación de individuos tiene una vida finita, el Estado tiene una vida más larga que la de las familias. Luego, cuando el Estado de endeuda para gastar en las generaciones de hoy, lo hace para hacer pagar a las generaciones futuras. [...]
Sin embargo, tiene varios aspectos interesantes. En primer lugar, es una forma alternativa de localizar cuando se contraen los déficit públicos. Sugiere, por ejemplo, que los déficit públicos que empezaron a aparecer en las finanzas públicas en los años 80 como consecuencia de la maduración del Estado de bienestar –una generación entera pasó a la jubilación y hubo una cantidad importante de gente que pasó a cobrar el subsidio de desempleo- no fueron contraídos en los 80, sino en los 50 y 60 cuando los estados de bienestar se pusieron en marcha- cuando las obligaciones de pago futuras se contrajeron. De hecho, se podría especular que una parte del fuerte crecimiento que se vio en Europa entre 1945 y 1970 se debió a un enorme trasvase de recursos de las generaciones futuras a las generaciones presentes de entonces que, lógicamente, tuvo un enorme efecto expansivo al sentirse estas más ricas.
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