Yo viví hasta los 16 años en un pueblo del Pirineo. Vacas, rios, truchas, lagos, glaciares, abetos, abejitas, abedules, pastos interminables. A esa edad fui a estudiar a Barcelona y hasta los veinte años volvía a mi pueblo en cada vacación escolar. Cuando mis padres se trasladaron a Barcelona y no tuve que seguir la rutina de desplazarme a mi pueblo en cada vacación, me juré que nunca más viviría en una población de menos de un millón de habitantes.
He cumplido. Me acabo de jubilar. Durante unos años, la parienta me apretó hasta que compramos un chalecito en un pueblo de unos 5.000 habitantes. En cuanto pude, me vendí el chabolo.
He visto todas las pilinguis vacas, cabras, conejos, animales varios, truchas, rios, prados, grillos, aves rapaces sobrevolando el cielo que me toca ver en esta vida. No hay nada más aburrido que un pueblo. Las cuatro calles que recorrer una y otra vez. Las mismas caras que tienes que saludar. Ahora voy dos o tres veces al año al pueblo donde naci y paso un máximo de una noche. Más tiempo sería un tedio infinito.