Ser cristiano implica sometimiento a Dios, pero la palabra sometimiento implica para muchos quedar ciegos ante quién se somete uno, dándoles igual si se aplica a Dios o a los hombres. El caso es que bajo la excusa de ser libres y rechazar todo tipo de sometimiento como concepto absoluto que no distingue a qué o a quién se somete, acaban muchos libres de Dios pero esclavos de los hombres, pues si Dios no existe, nada existe por encima de los hombres, al menos que se haya probado, cosa que tanto degustan los que afirman que nada inmaterial o científicamente probado o probable -ésta es otra forma de religión- merece la pena ser atendido, investigado y comprendido.
Aceptamos de buen grado la servidumbre del Método Científico que tantas alas de libertad cercena entre los locos... Pero no aceptamos para nuestra concepción humana integral otro método que una razón supeditada a la veracidad científica, como si la ciencia tuviera en su fundamento responder a las grandes preguntas antes que buscar la causa de los efectos reproducibles en la realidad material.
Una de las cualidades más destacadas del Diablo es que es un "divisor". Separa la realidad material de la espiritual humanas: separa en sectas -secciona- una misma verdad que luego es el campo de batalla de las pequeñas verdades, que son ciertas en parte, pero dejan de serlo cuando quien las defiende es incapaz de ver la verdad en su contrario. El cristianismo católico no resulta de ninguna división sino de una ampliación del horizonte judío. Tampoco es una escisión del protestantismo, sino que es éste quien se escinde después de 1500 años. No lo es tampoco del Islam, a quien aventaja en otros siescientos años.
No han sido los católicos los que quitaron libros al Antiguo Testamento, han sido los propios judíos que lo hicieron unos quinientos años antes que los protestantes... Y es que esto de sectarizar, es como entrar en una pendiente resbaladiza en la que se inicia un proceso de deslizamiento al principio lento pero que pasado un tiempo se vuelve veloz e incontrolable.
Estamos en pleno deslizamiento y las "mentes despiertas" solo tienen palabras de agravio y repruebo a los que no se dejaron engañar. El rencor pudre el alma y los hay que han aprendido a convivir con esa descomposición de la que aprenden a culpar a los que no siendo perfectos han conseguido detener su caída al abismo.
Pocos pondrán en duda de que la belleza y la armonía son reales. Ambos conceptos son aprehensibles tanto para la razón como para el corazón. Con la razón podemos entender y descifrar el porqué de la belleza y la armonía, pero el corazón se satisface con ellas aún careciendo del conocimiento que justifique el placer de su corazón. La fascinación que nos produce es anterior a toda explicación. Pocos aceptarían que algo que no les fascine deba fascinarlos después porque alguien le ha dados los códigos de interpretación. Con esos códigos en mente, uno deja de fascinarse ante la obra y empieza a hacerlo con su autor. Es posible llegar a comprender y valorar una obra de arte cuando se conoce la intención y la competencia de su autor, pero es raro trascenderlo de manera que olvidado el autor y su técnica, la obra adquiera la dimensión que alcanzara antes de ser comprendida.
La razón explica lo que "ya es" pero no puede crear nada que no sea antes que ella. No hay respuestas a no preguntas, ni todas las respuestas son el efecto directo e incorrupto de sus preguntas.
Es posible conocer al autor por sus obras o comprender las obras de un autor conocido, pero esa comprensión limita la fascinación de una obra cuando el autor es desconocido porque nos falta algo, una racionalidad que ha destruido nuestra capacidad de fascinación como si solo fuera fascinante lo que alcanzamos a comprender perfectamente... Otros niegan y reniegan de ninguna explicación. Les gusta y no quieren sabe nada más. Pero sabemos que las preferencias sobre gustos y colores son subjetivas por lo que no damos validez a las preferencias inexplicables...
Estamos en un callejón sin salida en el que algunos se prenden de explicaciones alternativas, casi siempre ligadas a una racionalidad que solo alcanza a hacerse algunas preguntas y a ofrecer un número muy inferior de respuestas.