El hombre es un animal social lo que implica que viene de fábrica con algunos principios morales y éticos que aseguren su supervivencia. No parece conflictiva la idea de que existe una Ley Natural universal que a su vez podría estar detrás del fenómeno religioso como un esfuerzo humano por profundizar en el sentido último de la naturaleza humana. Pero esos principios universales que por serlo estarían ligados a todos los hombres desde siempre, no se aplican de manera universal, es decir, no se entendieron como la herencia legítima de todos los hombres de todas las tribus de manera transversal, sino que predominaba en forma de un atributo particular de cada tribu que al mismo tiempo se lo negaban a sus vecinos.
El florecimiento del fenómeno social desde la tribu a las ciudades, fue en paralelo con la expansión de las concreciones religiosas y de ahí hasta los reinos y los estados. La supervivencia basada en principios morales y éticos detrás del fenómeno religioso, incorporaba a nuevos grupos que acabaron compartiendo parecidas o iguales necesidades y anhelos, en ocasiones de manera libre y otras forzada por la conquista y el sometimiento, que como sabemos, no siempre constituyó una comunidad de intereses, sino por el contrario, en la explotación y el esclavismo. Aquí ya estamos viendo el modo en que la supervivencia del grupo basada en esos principios que anteceden a las religiones, no se entienden de manera universal porque son privativos del conquistador pero negados al conquistado. Todas las conquistas no son iguales...
A medida en que el mundo se hace más pequeño ante la expansión de imperios con su propia manera de entender su sociedad desde la ya consolidada interpretación religiosa, se encuentran en la frontera común en la que se va a lidiar un combate entre modos de entender lo moral y ético -presuntamente con valor equivalente- pero inscritos en relatos religiosos imposible de mezclar. Ese fenómeno de enfrentamiento de grupos, cada cual con su visión religiosa, dará lugar a lo que luego llamaron Guerras de Religión. ¿Solo de religión? Creo que no. Antes sería un modo de responder a la competencia sobre los espacios vitales, o lo que es lo mismo, a tratar de garantizar la supervivencia, o en su caso la prosperidad, de los grupos implicados con su propia versión religiosa de lo que significa la vida social intramuros de su organización. Cuando su potencial de destrucción mutua es tal que para evitar la catástrofe se llega a acuerdos, es decir, a concesiones imposibles en escenarios menos graves, es cuando "parece" que el fenómeno religioso pierde fuerza como modo de garantizar la cohesión de cada civilización, ahora garantizada por leyes ad hoc de no agresión, y esas leyes pactadas que aseguraban la supervivencia de todos y en cada caso, van sustituyendo progresivamente las leyes religiosas que antes aseguraban la unidad de cada grupo.
Hemos pasado de los principios morales y éticos como garantía de supervivencia de cada tribu y explicados conforme a una teoría religiosa, a unas Leyes Universales del hombre que obligan a todos los grupos, religiosos o no, a obedecerlas bajo amenaza de sanción o coalición militar contra el que las incumpla. Nótese que si esto que digo es cierto, hemos perdido por el camino algo esencial y es la profundización sobre la materia moral y ética per sé en favor del conjunto de leyes de alcance universal que aseguren la muta supervivencia de todos los grupos y civilizaciones.
Dios, cualquier idea de Dios, cualquier sentimiento de privilegio ligado a dioses particulares... ha muerto. En su lugar está la Ley que ya no busca nada más -y nada menos- que la paz. Se podría decir que también estas leyes de claro contenido antropocéntrico -el hombre como sistema cerrado- han sido escritas por el espíritu del temor a la destrucción. Pretende superar el ensimismamiento tribal y con él su propia concepción religiosa de la naturaleza humana, dando paso a una jurisprudencia de alcance universal, cosa que solo es posible si se admite que todos los seres humanos somos iguales en última instancia... Más que un proceso de asimilación progresiva de que la humanidad del otro es también mi humanidad, se da un salto cuántico pero necesario, que ponga por encima las similitudes que las diferencias, sin actuar sobre ellas de tal manera que en sus propias honduras morales y éticas, todos nos reconozcamos en todos. El responsable de este desfase entre lo que exige la Ley y lo que siente la persona es, a mi juicio, el haber cortado en seco la profundización sobre el hecho religioso, dando por demostrado que él mismo es el culpable de todas las guerras, como si la supervivencia y los espacios vitales de distintos grupos no hubiera tenido nunca lugar; como si el sentimiento religioso nos volviera tan idiotas que sacrificamos en sus altares la "innegable fraternidad humana".
Sin embargo tenemos un problema. El hombre es "un animal interesado", que posee intereses más allá de los condicionantes puramente bilógicos e instintivos. En proporción directa al tamaño e intensidad de ver satisfechos esos intereses, estará dispuesto a correr el riesgo de su destrucción si cree que la ocasión y el objetivo merecen la pena. Las leyes humanas intranscendentes a su propia naturaleza no tienen quien las proteja porque son emergencias del sistema cerrado "hombre", el cual no puede estar libre de nada que concierna a su propia imperfección: ambición, injusticia, abuso, vanidad, soberbia, tiranía... son expresiones, desde lo más grave a lo menos importante, comunes en el día a día. Podemos aceptar sin mayores problemas toda ordenación que permita a la sociedad vivir en paz y prosperidad... hasta que llega el conflicto de intereses, y puesto que el hombre es un animal interesado, el conflicto siempre está presente, en ocasiones amordazado por el temor a represalias, pero en ocasiones altivo porque ha calculado que la ganancia es superior al precio que tendrá que pagar. ¿Cómo se corrige eso en un sistema "simplemente ético y moral" desasistido ya de cualquier idea transcendente? Con el miedo.
Si señoras y señores, el miedo no se ha ido y con él, la percepción de una justicia en manos exclusivas del animal interesado puede alcanzar la frontera del terror. Nos "liberaron de los dioses" pero los que presumen de tal proeza, raramente centran su mirada y su sospecha en que nos han arrojado a las manos del hombre interesado que no reconoce más ley que su propio interés en todas las instancias. Y no, no somo todos iguales porque sin una referencia externa tan grande como sea posible, nuestras pequeñas diferencias se convierten de facto en abismos inabordables.
El ateo profundo, no aquel que "piensa" haber sido liberado de la tiranía de los dioses, tiene que ser por fuerza un pesimista radical. Si se conoce como persona, difícilmente podrá proyectar en la sociedad valores que no reconoce en sí mismo. Por eso es tan oportuno ese ruido enajenante del compromiso vital de conocernos. Solo así se puede aceptar el idealismo ramplón que convive sin mayor problema con cada conciencia particular de que ante un conflicto de intereses todos harían lo mismo...
Sin motivos para la esperanza y la redención transcendentes, la sonrisa acaba en mueca y los ideales en cinismo. Sin esperanza no hay nervio para el combate ni generosidad frente a la muerte. Vivimos como en una especie de resaca en la que las luces del alba vaporizan nuestro anhelo de ser felices.