Bolívar, por ejemplo, decretó la
"guerra a fin" para "destruir en Venezuela la raza maldita de los españoles (...) Ni uno solo debe quedar vivo". Trataba de abrir un foso entre éstos y los hispanoamericanos, muy renuentes a seguirle en su lucha independentista. El decreto consiguió su objetivo (aunque de forma parcial: a menudo los bolivarianos obtenían sus "voluntarios" por la pura coerción, encarcelando y llevando atados a los jóvenes. De ahí que emplearan también a mercenarios ingleses, norteamericanos y otros).
Panegiristas de Bolívar siguen tomando esa guerra de exterminio por "su mayor timbre de gloria". Pero el coste fue terrible:
las matanzas de prisioneros y civiles nacidos en España se multiplicaron, y, con las represalias españolas, dieron a la lucha un carácter terrorista que marcaría la política de aquellos países mucho después de la independencia. Explicaba el libertador a un corresponsal inglés: "El objeto de España es aniquilar al Nuevo Mundo y hacer desaparecer a sus habitantes, para que no quede ningún vestigio de civilización (…) y Europa solo encuentre aquí un desierto. (…) Perversas miras de una nación inhumana y decrépita". El propio Bolívar, cada vez más adusto y sombrío, escribirá: "No confío en el sentido jovenlandesal de mis compatriotas", y confesará a Santander: "Amigo, no es sangre lo que fluye por nuestras venas, sino vicio mezclado con miedo y horror"; aunque la desmoralización se debía mucho a los modos de la guerra por él desatada (Santander había ordenado, entre otras, una matanza de 36 oficiales españoles prisioneros, previamente perdonados por Bolívar. "
Me complace particularmente dar de baja de la suscripción de la vida a todos los godos", dijo otra vez. Un presente que le recordó el indulto, fue también fusilado sobre el terreno).
Aunque españoles de origen, los independentistas se proclamaron extraños herederos de la América pre-colonial, cuya tradición decían defender contra España.
Los indios, desde luego, apenas se llamaron a engaño y en aquellas guerras permanecieron pasivos o respaldaron a Madrid, siendo por ello masacrados en varias ocasiones. Ya independientes, los indios mejicanos fueron despojados de su tierras, poseídas colectivamente, y peor pasó en Argentina. Sarmiento, educador de este país según opinión extendida, hablaba con sinceridad cuando trataba a los mapuches de "indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora" (no era menos claro con los gauchos: "No trate de economizar sangre de gauchos —recomendaba al general Mitre—. Este es un abono que es preciso hacer útil al país"). Al igual que en USA, los indios argentinos fueron acosados y exterminados.
...
*Se hace más comprensiva esta actitud comparándola con la de los jacobinos latinoamericanos.
El antiespañolismo en América tuvo rasgos paroxísticos, como en Campo Elías, lugarteniente de Bolívar y nacido en España que rugía: "La raza maldita de los españoles debe desaparecer; después de matarlos a todos, me degollaría yo mismo, para no dejar vestigio de esa raza en Venezuela". Algo parecido expresan, en definitiva, Sarmiento o Alberdi cuando lamentan que Argentina no hubiera sido colonizada por los daneses o los belgas, con lo cual los mismos Alberdi o Sarmiento —Argentina—, no habrían llegado a existir. Para Olmedo, el Homero americano, los españoles —es decir, los progenitores del Olmedo— eran "estúpidos, viciosos, feroces, y por fin supersticiosos".
Francisco Bilbao concluía en El Evangelio americano —libro de texto escolar llegó a ser—, que e
l progreso de América del sur "consiste en desespañolizarse". Nada más razonable, pues según Bolívar, el imperio español constituía "la tiranía más cruel jamás infligida a la humanidad", había convertido "la región más hermosa del mundo en un vasto y odioso imperio de crueldad y saqueo". Etc. (...) Un analítico economista latinoamericano, J. Cecilio del Valle profetizó alegremente la defunción del idioma español: "Cada Estado americano tendrá su dialecto: se multiplicarán los idiomas y cada idioma será un nuevo método de análisis".
Caso de desespañolización fue la adopción del término "Latinoamérica", en sustitución del de Hispanoamérica, con el argumento de que los nuevos países no sólo tenían influencia española, pues se declaraban hijos espirituales de Francia, es decir, de la revolución francesa. Claro que entonces "Anglolatinoamérica", hubiera quedado mejor, ya que la influencia useña, quizá no muy espiritual pero sí muy práctica, supera de lejos a la francesa. Y acaso la española sea algo más que una influencia.
Azaña y la tradición jacobina - Presente y pasado - Pío Moa