Pues aparte de darme ganas de vomitar, a mí me da la impresión de que este artículo podría haberse escrito en los EEUU de los años 60-70 casi en la misma forma que hoy. De hecho, me estoy preguntando si, dado que El País está ahora en manos de un grupo yankee, no le habrán pasado el recorte de alguna revista de hace 30 o 40 años con instrucciones para cambar únicamente el nombre de las marcas.
... los novelistas urbanos, si quieren ser verosímiles, deben incluir marcas. American psycho fue el punto explosivo de esta nueva narración y allí era casi imposible leer un par de líneas sin que aparecieran un par de marcas.
Curiosa vara de medir la verosimilitud de un relato, que pone el acento en las marcas citadas pero no en el argumento. Claro que si considera que American Psycho es un relato verosímil, apaga y vámonos. Por cierto, el autor demuestra no haber entendido nada de esa novela.
... escandalizarse porque Bulgari o Martini patrocinen un relato o un guion con la condición de citar sus nombres es un escándalo farisaico
¿Qué pasa, que con el recorte de presupuesto ya no les llega para correctores automáticos? Y mucho "escándalo" veo yo en una misma frase. El País tiene un libro de estilo, creo yo. Y todo eso sin entrar en las implicaciones de la sentencia, que son directamente para abofetear al redactor, a ver si recupera de golpe los hervores que le faltan.
Tenía yo doce o trece años cuando comencé a ver los primeros patrocinios de marcas comerciales en la televisión, concretamente en concursos televisivos como Un, Dos, Tres. Incluso a tan tierna edad, que el premio X estuviera patrocinado por Chorizo Revilla, qué maravilla, me parecía de una cutrez y chabacanerío que me daba para atrás. Me daba vergüenza ajena. Luego, con la saturación vino la pérdida de sensibilidad; a cualquier porquería se acostumbra uno si llega a formar parte de su realidad cotidiana. Pero cada vez que me detenía a pensarlo seguía viéndolo como algo bochornoso. Y hasta hoy.
Si no fuera por el patrocinio de las marcas, no solo habría menos conciertos de rock, menos colecciones de pintura, menos museos, menos representaciones teatrales o menos equipos de fútbol o baloncesto, sino que, en general, la cultura habría perdido la oportunidad de integrarse con su tiempo
Claro, claro. Y a lo mejor se escucharía más a Verdi y menos a Las Ketchup. Esta frase me ha tocado especialmente los narices. Si las marcas no hubieran metido su sucio hocico en el mundillo de la cultura, ésta no se habría banalizado y mercantilizado de la forma en que lo ha hecho, con la consiguiente pérdida de calidad. No es que tenga nada en contra de la cultura-espectáculo... a menos que le coma terreno y recursos a la Cultura, com mayúsculas. Dicho de otro modo, que es da repelúsnte que pintores como Jesús Gallego tengan que ser unos desconocidos mientras se le da pábulo y proyección internacional a NoSyStEmXtReMe, un niño de papá que es un genio porque hace graffittis montado sobre una BMX a ritmo de hip-hop en un evento organizado por Coca-Cola.
se constata que los niños conocen muchos más nombres de marcas que de plantas. Y, gracias a Dios, porque de otro modo se trataría de casos patológicos, masivos y cercanos al buen salvaje
Aquí es cuando se me han reventado los divertículos y he tenido que ir al servicio a soltar sangre. Ese "gracias a Dios", aparentemente casual, me confirma que por mucho que el autor sea Vicente Verdú (a evitar en adelante como la peste bubónica), el artículo tiene inspiración y directrices claramente norteamericanas. Por no hablar de la referencia despectiva a Rousseau, a quien el calvinismo yankee intentará enterrar de la misma forma que los talibanes a Omar Khayyam. De modo que estar más puesto en el mundo natural que en marcas como Phoskitos o Apple es algo patológico, ¿no? Pues nada, nada, al manicomio con el niño. Unos cuantos electroshocks con aparatos de la marca Siemens, hasta que se olvide de conceptos tan nocivos como "haya" o "pastor".
Los yankees saben perfectamente que la exportación de su cultura (una cultura basada en el consumo y la empresa privada) ha sido la base de su predominio económico en el mundo. Esta colonización, llamada "soft power", la han extendido a todos los ámbitos culturales, llegando a casos extremos como los "fabricados" Jackson Pollock y Andy Warhol, que fueron promocionados como valores genuinos useños para parle un cierto enpaque a una cultura que tenía que enfrentarse a la que venía del otro lado del telón de acero, mucho más refinada y valiosa. Europa fue el campo de batalla entre estas dos corrientes culturales, y ha salido ganando la del gadget, el blockbuster y las palomitas.
Y el tarado al que han hecho firmar este manifiesto neoliberal por un plato de lentejas se acaba de cubrir de gloria para el resto de su carrera profesional, desde luego.
En fin, ganas me dan de seguir desgranando las perlas de esta hez, pero no tengo tiempo. Aunque no me resisto a comentar uno de los últimos párrafos:
La satanización de la empresa, el repruebo al dinero, la repulsión al beneficio material son rasgos del catolicismo más puritano. Permanecer en él respetando sus leyes lleva a llamar a un niño como un mártir. Hallarse fuera de esa secta da como resultado llamar al niño como una marca.
Pues ya sabes, Vicente, si un día tienes un hijo (ahora se pueden comprar, ¿sabías?), prueba a llamarlo BBVA o Pato WC. Y si es niña, puedes ponerle Marina d'Or, que es sonoro y evoca el Mediterráneo con su aroma a azahar... Ah, que el azahar no le importa a nadie. Vale.