En la vida ordinaria lo peor que le puede pasar a uno cuando le acusan de algo, es quedarse sin palabras. Sin nada que objetar a su favor, la acusación gana enteros. Si responde sorprendido y alterado, cabe la posibilidad de que no esperara tal acusación y menos en boca de quien le acusa. También porque se ha sentido delatado. Frente al nerviosismo de contestar alterado sabiéndose inocente o porque se sabe culpable y se siente atrapado, existen dos tipos de "jueces", los que solo quieren saber la verdad y los que han encontrado carnaza con la que aliviarse de sus propias miserias.
Es un ejemplo práctico que describe el ecosistema de las acusaciones y al que pertenecen por igual los inocentes, los culpables, los justos y los hipócritas.
Yendo al caso concreto que nos ocupa, y puesto que se trata de del Papa, cualquier católico que busque la verdad y sea la justicia la vara con que mide las cosas, daría siempre una oportunidad al acusado incluso a sabiendas de que podría equivocarse pues sabe o debería saber, que la justicia sin misericordia no es justicia y solo Dios sabe lo que ocultan los corazones. Hay un principio en nuestro Derecho que viene a decir que es preferible liberar a un culpable que ajusticiar a un inocente cuando no existen en ningún caso pruebas concluyentes. Una sociedad atrapada en el miedo se vuelca en favor de la injusticia tomada en la neolengua del temeroso como una justicia preventiva. Piensa que es mejor un inocente preso que un culpable en la calle. La razón es simple: le mueve mucho más ver al culpable liberado que al inocente preso pues una injusticia contra el inocente es fácil de olvidar pero no tanto el miedo de sentir libre al que pueda atentar contra sus intereses.
Así, toda acusación al Papa, sea una crítica razonada y sin embargo alérgica a otras razones esgrimidas en su defensa, o sea un miedo infundado para el sentir católico, pero fundado en la sospecha del daño eventual que pudieran hacer declaraciones poco claras en "otros", como si para el que lo critica no fueran tan importantes esas declaraciones en su vida espiritual pero temiera el daño entre los ignorantes o los tibios, caen todas en el ánimo beligerante, nada cristiano por su ausencia de caridad y acaba siendo un claro propósito de crear dudas y desafecciones pues si tanto les preocuparan esas declaraciones "erróneas" y fueran al tiempo leales, se esforzarían en encontrar primero la fuente y luego ofrecer una explicación razonada que de testimonio de esa fidelidad. Lo que nos encontramos sin embargo, son ataques basados en dichos y diretes las más de las veces; en otros casos de mayor enjundia, un empecinamiento en la Doctrina en la que no se aprecia un gramo de interpretación favorable y no contradictoria sino una obsesión por la literalidad de los textos dogmáticos con el mismo espíritu censor que el protestante emplea con la Biblia en sus ataques precisamente contra esa Doctrina Católica que pretenden (sic) cuidar y defender.
Parece evidente -más que evidente ya- un salto cualitativo en el acoso contra el Papa y en él, una enmienda a la tradicional fidelidad católica; una osadía inteligente que presupone cierta la Doctrina para desde ella atacar a la Iglesia. El método es el mismo: confinar primero la Biblia, confinar luego al Doctrina y en definitiva, confinar la acción de la Iglesia a "sus asuntos", como si el hecho de que no lo hiciera haya de suponer inevitablemente la pérdida de la Fe de los fieles.
Si tanta es la confusión solo hay un modo de paliar sus efectos: arrimar el hombro. Por lo tanto, quien la reproduce sin intención alguna de retracto y saca tanto material que confirme "sus sospechas", no está haciendo otra cosa que colaborar él mismo con la confusión, ahora, dándola forma y contenidos concretos, de manera que si todo fuera estar a las puertas de un laberinto por culpa del Papa, las acciones de estos "hombres justos" no parecen tener otros efectos -y propósito- que meternos de lleno en él.
"Tal y como lo expresaría Karl Marx (1976: 386):
Lutero ha vencido la servidumbre de la devoción, porque ha puesto en su lugar la servidumbre por convicción. Ha quebrantado la fe en la autoridad, porque ha restaurado la autoridad de la fe. Ha transformado a los párrocos en laicos, porque ha transformado a los laicos en párrocos. Ha liberado a los hombres de la religiosidad exterior, porque ha llevado la religiosidad a su interior. Ha emancipado el cuerpo de las cadenas, porque ha encadenado el corazón".
https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwiI1cX9gI7tAhVVilwKHSqXCCoQFjAAegQIBxAC&url=https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5769356.pdf&usg=AOvVaw1s5pdC4xzP-CQ-fdPnAjt_
¿Curioso verdad?
El pensamiento verdaderamente libre debe conocer primero a qué matriz o estructura de pensamiento pertenece. No solemos darle importancia a esta "sutileza" pensando que nuestras ideas emanan de un manantial virgen o de la convicción de que es suficiente con ser honestos. Según ésto, puedo afirmar sin lugar a muchas dudas, que nuestro modo de pensar ha recibido hasta hoy una influencia claramente protestante, pues el imperio cultural es protestante. Del lado católico queda poco "pensamiento" y su barniz en nuestros cerebros es apenas testimonial. Si pensamos como protestantes, aunque no nos demos cuenta -vuelvan a leer la frase de Marx- estamos más cerca de madurar pensamientos protestantes que católicos por buena y honesta que sea nuestra intención de permanecer fieles a la Iglesia.
Tal vez, después de todo, sea ese "nuestro problema" al tratar con mente protestante nuestra Fe católica. Y no se produce un enriquecimiento como el que ofrece una verdad observada desde otra perspectiva, sino la plena confusión. Ser católico es pensar como católico, todo lo otro es estar en el filo de la navaja a la espera de caer rendidos del lado protestante.
Más importante que saber lo que piensan, es saber "cómo" piensan. Ese es el origen de todo y es un campo de acción en el que se pude poner de manifiesto nuestra verdadera libertad de pensamiento.