Toma, un tochín:
El positivismo sostiene que si se siguen procedimientos adecuados, entonces las maravillas científicas y las
invenciones siguen automáticamente. Si se pesa y mide y cuenta y categoriza lenta y pacientemente,
conservando los pedazos de datos que se pueden confirmar, rechazando aquellos que no, y así más y más y
más, entonces el genio y el talento son casi irrelevantes: las mejoras se presentarán por sí mismas
regularmente en una progresión incesante a pesar de cualquier deterioro en el poder creativo. Los avances en
poder y control son principalmente una función de la cantidad de dinero gastado, la cantidad de mano de
obra empleada y de la correcta metodología.
¡La humanidad puede ser liberada de la tiranía de la inteligencia mediante la obediencia fiel al sistema!
Esta es la contundente declaración, hecha todavía más difícil de resistir porque parece funcionar. Incluso
hoy, su completo significado no es ampliamente entendido, ni lo es la implacable enemistad que exige hacia
cualquier visión espiritual de la humanidad.
En el método positivista, las clases dirigentes del final del siglo XIX, incluyendo su progenie progresista en
el juego social del management, sabían que tenían una máquina de la que sacar beneficios perpetuos:
financieros, intelectuales y sociales. Desde que las innovaciones en la producción y organización son un
motor principal de cambio social, y como la ciencia positiva tiene el poder de producir tales innovaciones
sin fin, entonces incluso durante el lanzamiento de nuestra era de management científico tenía que estar
claro para sus arquitectos que la continua turbulencia social sería una compañera cotidiana del ejercicio de
este poder. Para explicar esto estaba la filosofía secreta de la bionomía. Predicaba que sólo los avanzados
evolutivamente serían capaces de tolerar el caos psíquico; mientras que para el resto, la respuesta de la
historia era el destino del hombre de Cro-Magnon y de Neanderthal. Y la circularidad de esta oportuna
proposición se perdió en sus autores.
Frente al problema de los peligrosos adultos educados, ¿qué podía ser más natural que una fábrica para
producir niños idiotizados de forma segura? Ya ha visto que el sistema positivo tiene sólo consideración
limitada por la gente lista, por tanto nada se pierde productivamente idiotizando y allanando la masa de la
población, incluso facilitando una dosis de lo mismo para los niños «dotados y con talento». Y hay mucho
que ganar en eficiencia social. ¿Qué motivo podía ser más «humano» que el deseo de desactivar la dinamita
social que la ciencia positiva estaba continuamente liberando como subproducto de su éxito?
Para entender todo esto tiene que estar dispuesto a ver que no hay forma conocida de parar la mutilación
social que la ciencia positiva deja a su estela. La sociedad debe ser adaptada por la fuerza a aceptar su propia
desintegración continua como cosa natural e inevitable, y enseñada a reconocer su propia resistencia como
una forma de patología que ser expurgada. Una vez un sistema económico se hace dependiente de la ciencia
positiva, no puede permitir que arraigue ninguna forma de educación, lo que podría interrumpir la constante
acumulación de observaciones que producen el próximo avance científico.
En términos sencillos, lo que la gente ordinaria llama verdad religiosa, libertad, libre albedrío, valores
familiares, la idea de que la vida no está centrada alrededor del consumo, o la buena salud física o hacerse
rico, todo esto tiene que ser estrangulado por la causa del progreso. Lo que banderilla al alma positivista contra
la agonía que inflige en otros es su absoluta certeza de que estos malos tiempos pasarán. La evolución
eliminará de la existencia a los desgraciados que no puedan tolerar esta disciplina.
HISTORIA SECRETA DEL SISTEMA EDUCATIVO JOHN TAYLOR GATTO