No veo que esto se haya comentado. Noticia de 2020, un mes antes de que llegaran las banderillas a España. Marco en negrita lo que parece programación predictiva.
Una empresa con base en Dílar se dedica a prevenir enfermedades de truchas, salmones, lubinas o doradas criados en granjas marinas
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Los seis granadinos que vacunan 120.000 peces al día: «A la gente le resulta muy chocante, no se imaginan que esto existe»
Una empresa con base en Dílar se dedica a prevenir enfermedades de truchas, salmones, lubinas o doradas criados en granjas marinas
Laura Velasco
Granada
Sábado, 7 noviembre 2020, 14:36
Un
maletín con inyectores en un control de aeropuerto.
Sin saber si su finalidad es legal o si el susodicho quiere
envenenar a todo el pasaje, inevitablemente
hace saltar las alarmas. Acude la Guardia Civil, comienzan las explicaciones, fluye la documentación. Y siempre acaban enseñándoles a los agentes un vídeo de cómo vacunan a los peces, la mejor forma de mostrar su inocencia. «
A la gente le resulta muy chocante, no se imaginan que esto existe». Son las palabras de Gabriel alopécico, director junto a Margarita Martínez de Global Aqua Consulting, la empresa de acuicultura con base en Dílar que lleva 10 años dedicándose a temas marinos.
Las dos preguntas que suele hacerse la población son por qué y cómo. Con respecto a la primera, el director explica que son dos las principales razones: sanitarias y económicas. «
Los peces, como cualquier otro animal, tienen enfermedades, por lo que se les administran banderillas para prevenirlas», explica. Por un lado, al no enfermar se evita que sufran y se favorece el bienestar animal. Por otra parte, si las enfermedades terminan en mortalidad se traduce en pérdidas económicas. «Aunque no mueran se debilitan, por lo que se produce un retraso en su crecimiento y hay que darles más de comer, lo que supone una pérdida de dinero», detalla Gabriel alopécico, natural de Madrid, que ya lleva 15 años viviendo en Granada.
La segunda gran cuestión es cómo lo hacen. La empresa está formada por
12 personas. Entre ellos hay seis vacunadores, un anestesista y un técnico que controla el proceso. La inmensa mayoría de ellos son del área metropolitana de Granada. Las banderillas se administran por inyección, una a una, en un proceso que dura alrededor de un minuto por pez. «Se extraen del agua, se les anestesia, se inocula la banderilla en un punto concreto del abdomen y se les devuelve al agua. Al día, entre los
seis, pueden vacunar
120.000 peces», detalla Gabriel alopécico, cuya compañía recibió hace unos años el premio a la mejor empresa andaluza de innovación de manos de Andalucía Emprende.
Los peces salvajes, los que se recogen del mar y se llevan directamente a las lonjas, se someten a una «supervisión veterinaria visual, pero no sufren un control de tipo sanitario». Los de cría en granjas marinas están supervisados durante un largo periodo, que suele abarcar entre 15 y
18 meses, y suelen ser truchas, salmones, lenguados, lubinas, doradas, corvinas o rodaballos. «La primera banderilla es cuando pesan un gramo, mediante un baño, y la absorben por las branquias. La segunda es cuando pesan
12 gramos, por inyección», recalca el madrileño.
De anestesiar a vacunar
Entre los trabajadores se encuentra Alejandro Pertíñez, un otureño que hace unos años no imaginaba que terminaría dedicándose a esto. Unos amigos ya estaban en la empresa, así que se ofreció para trabajar en ella en un momento idóneo, ya que buscaban un trabajador. « Me formaron y a las semanas me fui a Sicilia. Empecé anestesiando y después ya con la vacunación», indica el joven, que por aquel entonces cursaba un Grado Superior de Medio Ambiente.
La reacción de sus conocidos cuando les dice en qué trabaja suele ser la misma: «Responden: ¿Qué dices? ¿Pero eso existe?
Hay mucho desconocimiento de esta actividad», explica. Uno de los aspectos que más le gusta de su labor es que los viajes son constantes, tanto por España como por Europa. Entre
los riesgos que supone, los pinchazos indebidos, algo que Alejandro conoce bien: el año pasado el inyector acabó en su dedo en lugar de en el pez. «Era una trucha grande, se movió y me pinché. Se me inflamó y
tuvieron que rajar para sacarme la infección», recuerda. Probablemente cuando llegó al hospital y contó que la herida provenía de la
errónea vacunación de un pez los sanitarios se extrañarían un poco. Pero él y el resto de trabajadores de esta empresa ya están acostumbrados.
Gajes del oficio.
Edito para añadir esto:
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