Pues sí que había paletas a más de 3000/mes... contado por ellos mismos

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El regreso de los gallegos emigrados pone fin al sueño de Fuerteventura

Hace un decenio, en pleno auge de la construcción vivían en la isla canaria al menos 12.000 personas procedentes de Galicia. Del pleno empleo se ha pasado a un 32 % de paro

Hace un decenio, en Fuerteventura trabajaban unos 12.000 gallegos. En la construcción y el turismo. Es la cifra oficial, de fuentes del Cabildo insular, que algunos emigrantes que participaron activamente en colectivos varios elevan hasta los 15.000. Hoy quedan unos 4.000. La mitad, en la capital, Puerto del Rosario, y el resto sobre todo en La Oliva, al norte, y en Pájara, al sur.

El éxodo comenzó sobre el 2009, un goteo imparable a consecuencia del parón absoluto en la construcción, que tocó fondo hace dos años y ahora parece que comienza a moverse un poco, sobre todo en las reformas. De centenares de grúas por todos los rincones, casas y hoteles en continuas obras, a la nada. La crisis cayó como un bloque de hormigón para poner fin a unos años dorados para miles de emigrantes que encontraron en esta isla canaria su particular versión de la fiebre del oro. Oro caro, porque el dinero no se regalaba, sino que había que echarle muchas horas bajo un sol inclemente, pero a cambio los bolsillos de los obreros se llenaban de pesetas, primero (poco antes del 2000 comenzó el despegue), y de euros, después. De 3.000 al mes y hacia arriba. En muchos casos, más de 6.000. Todo por horas, metros o semanas. Sin vacaciones ni otras prestaciones: se cobraba lo que se trabajaba.

Fuerteventura pasó del pleno empleo al 32 % actual de paro. En la isla hay 11.000 personas desempleadas, «familias con muchas necesidades», apunta Mario Cabrera, el presidente del Cabildo. Una economía sumergida permite que eso no lleve al drama. Y por otro lado, muchos habitantes se han adaptado a un ritmo de vida más tranquilo y real, con sueldos y horarios normales, que superan los mil euros, de los que tira el turismo, la principal riqueza de la isla, a la que el año pasado llegaron 2,5 millones de visitantes para ocupar sus 85.000 camas.

Los gallegos que comenzaron a irse cuando el empleo bajó eligieron un sinfín de destinos alternativos. Cada caso fue un mundo, y cada interlocutor habla de los de su círculo: regreso a Galicia, la mayoría (otro trabajo, el paro, un bar...); Suiza, un camino de ida y vuelta; Gibraltar, en los primeros años; Guinea, Cabo Verde, la Riviera Maya; plataformas petrolíferas como las que se han estudiado para el archipiélago, aunque finalmente no se harán. Dependía de amigos, conocidos, de la propia empresa...

Fuerteventura marcó a muchos pueblos. De Camariñas emigraron tantos (solo de la capital municipal, unos cien) que ya los conocían como canariñas. Algunos están ahora en Delémont, Suiza, y se alojan en pisos de una calle que ya va cogiendo ese nombre. En Puerto del Rosario son numerosos los que trabajan en la hostelería, y hasta un bar lleva el nombre del pueblo. Es un ejemplo más, uno de tantos. La relación Galicia-Fuerteventura fue la más intensa que seguramente se haya producido el siglo pasado entre nuestra comunidad y otra zona de España. Y más con un territorio equivalente en superficie a la Costa da Morte, con 106.000 habitantes. Había vuelos directos frecuentes (ahora, vía Madrid o en temporada). Hermanamientos. Nacieron dos centros o sociedades gallegas. Impartían clases de gaita. Algunos emigrantes se metían en la política local. En el sur crearon la peña deportivista Luz Casal. Los menús gallegos estaban (aún están) a la orden del día. Las matrículas de Pontevedra o A Coruña campaban por las calles de Puerto, Morro Jable o Corralejo. Nacieron sociedades de capital mixto. Los majoreros se volcaron en ayudar a municipios gallegos cuando se hundió el Prestige. Varios puntos vendían La Voz de Galicia. Había programas de radio específicos, una fiesta del obrero. «Ya os llaman los maxoreiros», señala Marcial jovenlandesales, alcalde de Puerto del Rosario desde hace 12 años y antes consejero de Turismo de Canarias. La integración fue plena. «Ías ao supermercado e escoitabas falar galego. Nos bares, tamén. Subías ao bus, e o mesmo. Aquilo era así todos os días», recuerda Xurxo Rodríguez, que presidió la entidad Alexandre Bóveda. Muy activo en su momento a favor del colectivo y la cultura gallega, hoy ha retornado. La integración se ha producido sobre todo con los que se quedaron. Los gallegos son muchos menos, pero siguen siendo el principal colectivo no canario de la capital. Y están a gusto: la vida ya está allí. Nacieron los hijos, compraron casas y otros bienes y se adaptaron a una tierra muy hospitalaria y con un clima que ayuda a curar los males de la nostalgia.

No obstante, el pasado reciente está ahí. En Fuerteventura impresionan los miles de viviendas dedicadas al turismo, pero también las que se han quedado a medias. En toda la isla, que mide unos cien kilómetros de norte a sur, hay 10.000 hogares vacíos, acabados o inacabados. Es la cifra oficial, probablemente inferior a la real, apuntan los veteranos de la construcción. Algunos inmuebles son inmensos esqueletos levantados a golpe de paleta de miles de gallegos que durante menos de un decenio buscaban el oro entre el cemento.

«Todo o mundo deixou de pagar»

Emigrantes con muchos años de residencia charlan sobre la vida en la isla

«Isto daba para facer unha película», advierte, con buen humor, José Antonio Viña Carracedo, pintor, natural de Sofán, en Carballo, que lleva 17 de sus 42 años en la isla, los mismos que su mujer, María José Señarís Pereiro (41), de Vila de Abade, en Tordoia. Ambos explican el antes y el ahora de este lugar, y lo hacen en una tertulia con otros emigrantes: Yésica Loureiro, de 29 años, natural de Cerceda, criada en Fuerteventura desde los 2, y su marido, Roberto Moure, de 36 (15 como emigrante), nacido en A Piolla (Nantón-Cabana). También están José Manuel Malvido, de Moaña, de 48 años (25 como residente), y Manuel Morgade Pallas, de Carballo, 19 emigrado.

La cita es en la panadería-dulcería-bar Los Gallegos, en Puerto del Rosario. El nombre no engaña sobre la procedencia de sus dueños. Ni siquiera de los clientes, aunque por supuesto hay de todo. A poco que se afine el oído, la lengua de las conversaciones se hace familiar. En el grupo también está Hugo, de 10 años, hijo de José Antonio y María José, con un acento majorero plenamente marcado. También marca muchos goles en su equipo de fútbol de alevines, una pequeña ONU de jugadores, prueba de la mezcla de procedencias de la isla.

Rompen el hielo Yésica y Roberto. Ella, camarera de piso en un hotel; él, cocinero de formación pero que aquí se dedicó a la construcción, especializándose en el yeso (uno de los sectores en que mejor se pagaba) desde que llegó a Fuerteventura. Todo fue bien durante años, «ata que houbo que parar». Llegó a encargado, y un día vio que solo quedaban él y un compañero en una máquina. Y vinieron los impagos. ¿Por qué se terminó todo así de repente? «Todo o mundo deixou de pagar, acabáronse o choio e os cartos. É algo que se vía de lonxe, pero non o queriamos ver». El dinero cesó porque los bancos lo cortaron con la misma facilidad con la que lo daban, de un día para otro.

Malvido conduce ahora un camión. Siempre estuvo en la construcción, llegó a tener 15 trabajadores. Muchos empresarios, o que lo fueron, arrastran deudas. Él, no: «Nunca quixen obrigas de pagamento». No entendía cómo un peón con nóminas de mil euros (la oficial era muy baja; la real, altísima), «podía comprar casas de 30 ou 40 millóns de pesetas». Casas que hoy valen la cuarta parte (el precio de verdad), difíciles de vender y con hipotecas que ahogan. María José asegura que «era facilísimo ter unha liña de crédito». Y añade su marido: «Ninguén tiña un peso, pero todo o mundo tiña cartos. Os bancos dábanos sen máis, cun contrato indefinido xa tiñas hipoteca. Gastábase moito. E o que gañaba 3.000 euros pensaba que iso nunca ía rematar». La responsabilidad de los bancos ocupa un tiempo entre los tertulianos. Para unos, más, y para otros, menos. «Queríamos ser ricos sendo pobres», zanja Malvido.

Los sueldos han bajado mucho. Primero, porque aquel bum de la construcción ya es historia («no 2007 a festa empezou a rematar»). Y segundo, porque en turismo y hostelería, las cantidades que se mueven son otras. «Eu agora vivo moito mellor ca antes, e gano moito menos», indica Moure. Ter 1.300 euros xa é unha sorte». Malvido cree que ese dinero ya es bastante para la situación actual. Él es mileurista, estuvo un tiempo sin trabajar y no encontraba nada. Tiene tres hijos y uno no pudo seguir estudiando en Tenerife. Dice que muchos ejercían en áreas que no eran las suyas: «Eu era albanel de toda a vida e non me atrevo so co xeso». Viña apunta que ahora no se ahorra, se vive, lo cual no está mal. Ironiza sobre la fiebre de antaño: «Dous montaban unha empresa; tres mercaban unha formigoneira e xa a ampliaban, e se viña un cuarto, facían a promotora».

El salario de la mujer en los hoteles, antes un complemento, es ahora parte fundamental en la economía doméstica. Es más complicado para los hombres entrar en ese sector, salvo en mantenimiento. En la hostelería encuentran contratos normales. «Eu tiven agora as primeiras vacacións pagadas, traballando de cociñeiro, e as horas que me corresponden», asegura Moure.

Comienza a haber cierto movimiento

¿Y la recuperación, de la que tanto se habla? «Parece que hai algo de movemento, moi pouco, pero iso non se mira en cartos», indica Malvido. Solo hay un gran hotel en obras en toda la isla, pendiente de ejecutar permisos anteriores. Tiene más de cien obreros, muchos de ellos de subcontratas gallegas. A lo largo de la isla llama la atención todo lo que se ha edificado, pero mucho más lo que está sin acabar. Nada que ver con el pasado. Los años buenos eran realmente buenos: «Víñannos buscar aos sitios, e xa che daban máis cartos». «Había que acabar unha obra xa, e por iso había tanta présa. Era mellor facela amodo, pero non se facía», dice Yésica. Tanta prisa, que pasaban cosas muy raras: «Un tipo espelido e botado para diante podía facer un edificio sen gastar nada», comenta Moure.

Muchas fallaron, otras no: «As que o fixeron ben son as que, de cen, investían 25, e non ao revés». Entre los particulares, las compras también fueron muchas: «Hai unha cultura de ter, de facer casa, de ter propiedade, que nos inculcan desde pequenos e é moi difícil pasar dela», justifica Morgade, que trabaja para la televisión canaria. Y se compró mucho. El que puede, alquila. Viña prefiere ver el lado positivo de la crisis, en el sentido de que propició que muchos bajasen a la realidad. Morgade cree que el paro podría ser incluso menor: «Trabállase máis por menos ca antes». Todos coinciden en que, al menos por ahora, seguirán en la isla.
 
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Una puntualización que hacen: cuando dicen que cobraban cuatro o cinco mil euros se refieren al dinero líquido que recibían. La mayor parte iba por fuera de nómina, en neցro. Las nóminas raramente pasaban de 1.500.
 
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