Octubre (episodio V)
Madmaxista
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Fuente original, en inglés Why I Hope to Die at 75 - The Atlantic
Artículo completo traducido: Por qué quiero morir a los 75 años | nogracias.eunogracias.eu
Por Ezekiel J. Emanuel
Ezekiel J. Emanuel fue director del Departamento de Bioética Clinica de los Institutos Nacionales de Salud norteamericanos y, en la actualidad, dirige el Departamento de Ética Médica y Políticas de Salud de la Universidad de Pennsylvania.
Ese es el tiempo que quiero vivir: 75 años.
(...)
Una vez que he vivido a 75 años, mi acercamiento a mis cuidados de salud van a cambiar por completo. No voy a terminar activamente con mi vida. Pero tampoco voy a tratar de prolongarla. Hoy, cuando el médico recomienda una prueba o un tratamiento, especialmente si extenderá nuestras vidas, nos incumbe a nosotros dar una buena razón por la que no lo queremos. El impulso de la medicina y de la familia conseguirán que casi invariablemente lo aceptemos.
(...)
Mi filosofía inspirada en Osler es esta: A los 75 años y más allá, voy a necesitar una buena razón para incluso ir al médico, hacerme cualquier examen o realizar cualquier tratamiento médico, no importa cuán rutinario y sin dolor sea. Y esta dejará de ser una buena razón “Va a prolongar su vida.” Voy a dejar de realizarme cualquier prueba regular preventiva, exámenes o intervenciones. Voy a aceptar sólo cuidados paliativos -y no tratamientos curativos- si estoy sufriendo dolor u otras discapacidades.
Esto significa que dejaré de hacerme colonoscopias y otras pruebas de detección de cáncer ya antes de los 75 años. Si se me diagnosticara cáncer ahora, a los 57 años, probablemente aceptaría ser tratado, a menos que el pronóstico fuera muy malo. Pero me haré la última colonoscopia a los 65 años. No intentaré detectarme cáncer de próstata en ninguna edad. (Cuando un urólogo me hizo una prueba de PSA sin mi consentimiento y me llamó con los resultados le colgué antes de que pudiera decirmelos. Ordenó la prueba para él, le dije, no para mí). Después de los 75 años, si desarrollo del cáncer, voy a rechazar cualquier tratamiento. Del mismo modo, no haré pruebas de esfuerzo cardíacas. No me pondré marcapasos y, desde luego, ningún desfibrilador implantable. no me reemplazaré ninguna válvula cardiaca o realizaré ninguna cirugía de bypass. Si desarrollo enfisema o alguna enfermedad similar que involucra exacerbaciones frecuentes que, normalmente, acaban en el hospital, voy a aceptar tratamiento para aliviar el malestar causado por la sensación de asfixia, pero me negaré a que me trasladen al hospital.
¿Qué pasa con las cosas simples? banderillas contra la gripe, fuera. Ciertamente, si se produjera una esa época en el 2020 de la que yo le hablo de gripe, quizás una persona más joven, que todavía tiene que vivir una vida completa, debería recibir la banderilla o alguna droja antiviral. Un gran reto son los antibióticos para una neumonía o las infecciones de la piel o urinarias. Los antibióticos son baratos y en gran medida eficaces para curar las infecciones. Es muy difícil para nosotros decir que no. De hecho, incluso para las personas que están seguras de que no quieren tratamientos que prolongan su vida, les resulta difícil rechazar los antibióticos. Pero, como nos recuerda Osler, a diferencia de la decadencias asociadas con las enfermedades crónicas, la muerte por estas infecciones es rápida y relativamente indolora. Por lo tanto, no a los antibióticos.
Obviamente, redactaré y grabaré claramente una orden de no reanimación y una directiva anticipada completa que indique que no deseo ventiladores, diálisis, cirugía, antibióticos o cualquier otro medicamento; nada, salvo los cuidados paliativos, incluso si no estoy mentalmente competente. En resumen, no a cualquier intervención de soporte vital. Voy a morir cuando lo que venga primero me lleve.
En cuanto a las dos implicaciones políticas, una se relaciona con el uso de la esperanza de vida como una medida de la calidad de la atención de salud. Japón tiene la tercera más alta esperanza de vida del mundo, 84,4 años (detrás de Mónaco y Macao), mientras que Estados Unidos está en un decepcionante número 42, con 79,5 años. Pero no habrá que preocuparse demasiado por medirnos con Japón. Una vez que un país tiene una esperanza de vida más allá de los 75 años para hombres y mujeres, esta medida debería ser ignorada. (La única excepción está en la necesidad de aumentar la esperanza de vida de algunos subgrupos, como los hombres personas de color, que tienen una esperanza de vida de sólo 72,1 años. Eso es terrible, y debe ser un foco importante de atención). En su lugar, deberíamos mirar con mucho más cuidado las medidas de salud de los niños, donde los EE.UU. tiene unas cifras vergonzosas en los partos prematuros – antes de las 37 semanas (en la actualidad uno de cada ocho nacimientos en Estados Unidos), se correlacionan con resultados deficientes en la visión, parálisis cerebral y diversos problemas relacionados con el desarrollo del cerebro-, la mortalidad infantil (en los EE.UU. es de 6,17 muertes infantiles por cada 1.000 nacidos vivos, mientras que en Japón está en 2.13 y en Noruega está en 2,48), y de mortalidad en adolescentes (los EE.UU. tienen un registro espantoso que está en la parte inferior de los países de altos ingresos).
Una segunda implicación para la política se refiere a la investigación biomédica. Necesitamos más investigación sobre la enfermedad de Alzheimer y las crecientes incapacidades de la vejez y y enfermedades crónicas; no investigación sobre cómo prolongar el proceso de morir.
Muchas personas, especialmente los que simpatizan con el mito del inmortal americano, rechazarán mi punto de vista. Ellos pensarán en todas las excepciones que hay para demostrar que mi teoría central que está mal. Al igual que mis amigos, ellos creerán que estoy loco o que adopto una postura solo para provocar, o algo peor. Incluso, me acusarán de estar contra los ancianos.
Una vez más, permítanme ser claro: no estoy diciendo que los que quieren vivir el mayor tiempo posible son poco éticos o que actúan incorrectamente. Desde luego, no estoy menospreciando a las personas que quieren vivir a pesar de sus limitaciones físicas y mentales. Ni siquiera estoy tratando de convencer a nadie de que tengo razón. De hecho, a menudo aconsejo a la gente en este grupo de edad sobre la forma de obtener la mejor atención médica disponible en los Estados Unidos para sus dolencias. Esa es su elección y quiero apoyarlos.
Y no estoy abogando por los 75 años como la estadística oficial de una buena vida completa con el fin de ahorrar recursos, racionar la atención a la salud o solucionar cuestiones de políticas públicas derivadas del incremento de la esperanza de vida. Lo que estoy tratando de hacer es delinear mis puntos de vista para una buena vida y hacer que mis amigos y otras personas reflexionen acerca de cómo quieren vivir a medida que envejecen. Quiero que piensen en una alternativa a sucumbir a la lenta e imperceptible limitación en sus actividades y aspiraciones que impone el envejecimiento. ¿Vamos a abrazar el mito del “inmortal americano” o mi perspectiva “75 y no más”?
Creo que el rechazo de mi punto de vista es, literalmente, natural. Después de todo, la evolución ha inculcado en nosotros un impulso para vivir el mayor tiempo posible. Estamos programados para luchar para sobrevivir. En consecuencia, la mayoría de la gente siente que hay algo vagamente de malo en decir 75 y no más. Somos americanos eternamente optimistas que luchan contra los límites, especialmente los límites impuestos a nuestras propias vidas. Estamos seguros de que somos excepcionales.
También creo que mi punto de vista evoca razones espirituales y existenciales que las personas desprecian y rechazan. Muchos de nosotros hemos suprimido, activa o pasivamente, pensar en Dios, en el cielo y en el infierno, o si volveremos a los gusanos. Somos agnósticos o ateos, o simplemente no pensamos acerca de si hay un Dios y por qué debería importarle en absoluto lo que le pase a simples mortales. También evitamos constantemente pensar en el propósito de nuestras vidas y en qué recuerdo dejaremos. ¿Es perseguir el sueño de hacer dinero todo lo que merece la pena? De hecho, la mayoría de nosotros hemos encontrado una manera de vivir nuestras vidas cómodamente, sin reconocer, y mucho menos responder, a estas grandes preguntas. Nos hemos metido en una rutina productivista que nos ayuda a ignorarlos. No pretendo tener las respuestas.
Pero los 75 años definen un punto en el tiempo: para mí, el año 2032. Se elimina la indefinición de tratar de vivir el mayor tiempo posible. Su especificidad nos obliga a pensar en el final de nuestra vida , comprometernos con las cuestiones existenciales más profundas y reflexionar sobre lo que queremos dejar a nuestros hijos y nietos, sobre nuestra comunidad, nuestros conciudadanos y sobre el mundo. El plazo también obliga a cada uno de nosotros a preguntarnos si nuestra contribución responde a nuestra inversión. Como la mayoría de nosotros aprendimos en la universidad durante las sesiones de estudio nocturnas, estas preguntas fomentan una profunda ansiedad y malestar. La especificidad de los 75 años significa que ya no podemos simplemente seguir haciendo caso omiso de ellos y mantener nuestro agnosticismo fácil y socialmente aceptable. Para mí, pasar 18 años más con el reto de estas preguntas es preferible a pasar los años tratando de aferrarme a cada día adicional olvidando el dolor psíquico que se asocia y soportando el dolor físico asociado a un proceso de muerte prolongado.
Artículo completo traducido: Por qué quiero morir a los 75 años | nogracias.eunogracias.eu
Por Ezekiel J. Emanuel
Ezekiel J. Emanuel fue director del Departamento de Bioética Clinica de los Institutos Nacionales de Salud norteamericanos y, en la actualidad, dirige el Departamento de Ética Médica y Políticas de Salud de la Universidad de Pennsylvania.
Ese es el tiempo que quiero vivir: 75 años.
(...)
Una vez que he vivido a 75 años, mi acercamiento a mis cuidados de salud van a cambiar por completo. No voy a terminar activamente con mi vida. Pero tampoco voy a tratar de prolongarla. Hoy, cuando el médico recomienda una prueba o un tratamiento, especialmente si extenderá nuestras vidas, nos incumbe a nosotros dar una buena razón por la que no lo queremos. El impulso de la medicina y de la familia conseguirán que casi invariablemente lo aceptemos.
(...)
Mi filosofía inspirada en Osler es esta: A los 75 años y más allá, voy a necesitar una buena razón para incluso ir al médico, hacerme cualquier examen o realizar cualquier tratamiento médico, no importa cuán rutinario y sin dolor sea. Y esta dejará de ser una buena razón “Va a prolongar su vida.” Voy a dejar de realizarme cualquier prueba regular preventiva, exámenes o intervenciones. Voy a aceptar sólo cuidados paliativos -y no tratamientos curativos- si estoy sufriendo dolor u otras discapacidades.
Esto significa que dejaré de hacerme colonoscopias y otras pruebas de detección de cáncer ya antes de los 75 años. Si se me diagnosticara cáncer ahora, a los 57 años, probablemente aceptaría ser tratado, a menos que el pronóstico fuera muy malo. Pero me haré la última colonoscopia a los 65 años. No intentaré detectarme cáncer de próstata en ninguna edad. (Cuando un urólogo me hizo una prueba de PSA sin mi consentimiento y me llamó con los resultados le colgué antes de que pudiera decirmelos. Ordenó la prueba para él, le dije, no para mí). Después de los 75 años, si desarrollo del cáncer, voy a rechazar cualquier tratamiento. Del mismo modo, no haré pruebas de esfuerzo cardíacas. No me pondré marcapasos y, desde luego, ningún desfibrilador implantable. no me reemplazaré ninguna válvula cardiaca o realizaré ninguna cirugía de bypass. Si desarrollo enfisema o alguna enfermedad similar que involucra exacerbaciones frecuentes que, normalmente, acaban en el hospital, voy a aceptar tratamiento para aliviar el malestar causado por la sensación de asfixia, pero me negaré a que me trasladen al hospital.
¿Qué pasa con las cosas simples? banderillas contra la gripe, fuera. Ciertamente, si se produjera una esa época en el 2020 de la que yo le hablo de gripe, quizás una persona más joven, que todavía tiene que vivir una vida completa, debería recibir la banderilla o alguna droja antiviral. Un gran reto son los antibióticos para una neumonía o las infecciones de la piel o urinarias. Los antibióticos son baratos y en gran medida eficaces para curar las infecciones. Es muy difícil para nosotros decir que no. De hecho, incluso para las personas que están seguras de que no quieren tratamientos que prolongan su vida, les resulta difícil rechazar los antibióticos. Pero, como nos recuerda Osler, a diferencia de la decadencias asociadas con las enfermedades crónicas, la muerte por estas infecciones es rápida y relativamente indolora. Por lo tanto, no a los antibióticos.
Obviamente, redactaré y grabaré claramente una orden de no reanimación y una directiva anticipada completa que indique que no deseo ventiladores, diálisis, cirugía, antibióticos o cualquier otro medicamento; nada, salvo los cuidados paliativos, incluso si no estoy mentalmente competente. En resumen, no a cualquier intervención de soporte vital. Voy a morir cuando lo que venga primero me lleve.
En cuanto a las dos implicaciones políticas, una se relaciona con el uso de la esperanza de vida como una medida de la calidad de la atención de salud. Japón tiene la tercera más alta esperanza de vida del mundo, 84,4 años (detrás de Mónaco y Macao), mientras que Estados Unidos está en un decepcionante número 42, con 79,5 años. Pero no habrá que preocuparse demasiado por medirnos con Japón. Una vez que un país tiene una esperanza de vida más allá de los 75 años para hombres y mujeres, esta medida debería ser ignorada. (La única excepción está en la necesidad de aumentar la esperanza de vida de algunos subgrupos, como los hombres personas de color, que tienen una esperanza de vida de sólo 72,1 años. Eso es terrible, y debe ser un foco importante de atención). En su lugar, deberíamos mirar con mucho más cuidado las medidas de salud de los niños, donde los EE.UU. tiene unas cifras vergonzosas en los partos prematuros – antes de las 37 semanas (en la actualidad uno de cada ocho nacimientos en Estados Unidos), se correlacionan con resultados deficientes en la visión, parálisis cerebral y diversos problemas relacionados con el desarrollo del cerebro-, la mortalidad infantil (en los EE.UU. es de 6,17 muertes infantiles por cada 1.000 nacidos vivos, mientras que en Japón está en 2.13 y en Noruega está en 2,48), y de mortalidad en adolescentes (los EE.UU. tienen un registro espantoso que está en la parte inferior de los países de altos ingresos).
Una segunda implicación para la política se refiere a la investigación biomédica. Necesitamos más investigación sobre la enfermedad de Alzheimer y las crecientes incapacidades de la vejez y y enfermedades crónicas; no investigación sobre cómo prolongar el proceso de morir.
Muchas personas, especialmente los que simpatizan con el mito del inmortal americano, rechazarán mi punto de vista. Ellos pensarán en todas las excepciones que hay para demostrar que mi teoría central que está mal. Al igual que mis amigos, ellos creerán que estoy loco o que adopto una postura solo para provocar, o algo peor. Incluso, me acusarán de estar contra los ancianos.
Una vez más, permítanme ser claro: no estoy diciendo que los que quieren vivir el mayor tiempo posible son poco éticos o que actúan incorrectamente. Desde luego, no estoy menospreciando a las personas que quieren vivir a pesar de sus limitaciones físicas y mentales. Ni siquiera estoy tratando de convencer a nadie de que tengo razón. De hecho, a menudo aconsejo a la gente en este grupo de edad sobre la forma de obtener la mejor atención médica disponible en los Estados Unidos para sus dolencias. Esa es su elección y quiero apoyarlos.
Y no estoy abogando por los 75 años como la estadística oficial de una buena vida completa con el fin de ahorrar recursos, racionar la atención a la salud o solucionar cuestiones de políticas públicas derivadas del incremento de la esperanza de vida. Lo que estoy tratando de hacer es delinear mis puntos de vista para una buena vida y hacer que mis amigos y otras personas reflexionen acerca de cómo quieren vivir a medida que envejecen. Quiero que piensen en una alternativa a sucumbir a la lenta e imperceptible limitación en sus actividades y aspiraciones que impone el envejecimiento. ¿Vamos a abrazar el mito del “inmortal americano” o mi perspectiva “75 y no más”?
Creo que el rechazo de mi punto de vista es, literalmente, natural. Después de todo, la evolución ha inculcado en nosotros un impulso para vivir el mayor tiempo posible. Estamos programados para luchar para sobrevivir. En consecuencia, la mayoría de la gente siente que hay algo vagamente de malo en decir 75 y no más. Somos americanos eternamente optimistas que luchan contra los límites, especialmente los límites impuestos a nuestras propias vidas. Estamos seguros de que somos excepcionales.
También creo que mi punto de vista evoca razones espirituales y existenciales que las personas desprecian y rechazan. Muchos de nosotros hemos suprimido, activa o pasivamente, pensar en Dios, en el cielo y en el infierno, o si volveremos a los gusanos. Somos agnósticos o ateos, o simplemente no pensamos acerca de si hay un Dios y por qué debería importarle en absoluto lo que le pase a simples mortales. También evitamos constantemente pensar en el propósito de nuestras vidas y en qué recuerdo dejaremos. ¿Es perseguir el sueño de hacer dinero todo lo que merece la pena? De hecho, la mayoría de nosotros hemos encontrado una manera de vivir nuestras vidas cómodamente, sin reconocer, y mucho menos responder, a estas grandes preguntas. Nos hemos metido en una rutina productivista que nos ayuda a ignorarlos. No pretendo tener las respuestas.
Pero los 75 años definen un punto en el tiempo: para mí, el año 2032. Se elimina la indefinición de tratar de vivir el mayor tiempo posible. Su especificidad nos obliga a pensar en el final de nuestra vida , comprometernos con las cuestiones existenciales más profundas y reflexionar sobre lo que queremos dejar a nuestros hijos y nietos, sobre nuestra comunidad, nuestros conciudadanos y sobre el mundo. El plazo también obliga a cada uno de nosotros a preguntarnos si nuestra contribución responde a nuestra inversión. Como la mayoría de nosotros aprendimos en la universidad durante las sesiones de estudio nocturnas, estas preguntas fomentan una profunda ansiedad y malestar. La especificidad de los 75 años significa que ya no podemos simplemente seguir haciendo caso omiso de ellos y mantener nuestro agnosticismo fácil y socialmente aceptable. Para mí, pasar 18 años más con el reto de estas preguntas es preferible a pasar los años tratando de aferrarme a cada día adicional olvidando el dolor psíquico que se asocia y soportando el dolor físico asociado a un proceso de muerte prolongado.