Hace 170 años, en el albor del nacionalismo, Heinrich Heine explicaba así la diferencia entre el patriotismo francés y el alemán:
"El patriotismo del francés significa que su corazón se ensancha con el calor y en esa expansión ese calor ya no abraza sólo a su pariente cercano, sino a toda Francia y a todo el mundo civilizado". Basado más en reflejos de superioridad cultural que en valores universales, el patriotismo del alemán, explicaba Heine, "significa que el corazón se contrae y se encoje como la piel ante el frío, entonces el alemán odia todo lo extranjero, ya no quiere ser ciudadano del mundo sino sólo un alemán provinciano".
"El gran mundo es para nosotros un mal, un mal necesario pero un mal. Lo que nos gusta es vivir para nosotros y entre nosotros", dice Thomas Schmidt, editor del conservador Die Welt.
Alemania es el primado de la política interior. La impresión de llegar a Berlín, desde Pekín, Moscú, Washington e incluso París, es la de haber dejado de vivir, y estar, en el mundo. Alemania tiene sus think tanks de política exterior –en general muy pobres- y su información internacional en los medios de comunicación, pero no está en el mundo ni reflexiona sobre él, sino que nada en su propia salsa. No tuvo imperio colonial, ni experiencia de contacto de ultramar, lo que en otras latitudes europeas acabó imprimiendo cierto cosmopolitismo –¿quien iba a decirlo?- al europeo racista de Lisboa, Rotterdam o Londres. Algo parecido ocurre con el llamado "multiculturalismo". Alemania tiene millones de extranjeros, con o sin ciudadanía alemana, viviendo en el país, pero carece por completo de interacción. La "integración" no significa ni conlleva mestizaje en Alemania, sino que consiste en convertirse por completo en alemán, pagando el precio de perder en el proceso cualquier otra identidad cultural.
El filósofo social y ensayista Heleno Saña, uno de los españoles más veteranos en Alemania y el que más ha reflexionado sobre este país, observa que Alemania, "no ha aprendido a aceptar todavía sin reservas mentales el "Anderssein" u otredad de los demás pueblos, culturas y civilizaciones como algo no solamente normal sino altamente fecundo". No lo ha aprendido, dice, "porque en su fuero interno sigue considerándose como un pueblo elegido y superior a los demás, a pesar de que su rotundo fracaso histórico como nación demuestra más bien que algo muy profundo y esencial falla en su psique colectiva". "Los alemanes", continúa, "olvidan a menudo que la mayor parte de extranjeros residentes aquí pertenecen a pueblos portadores de culturas no menos antiguas y universales que la suya propia, aunque los emigrantes como tales sean gente de extracción humilde". "Pero cultura es algo más que formación intelectual y libresca, y si el nivel cultural o escolar de los extranjeros que trabajan y residen en Alemania es, en general, inferior al de la población nativa, no creo que pueda decirse lo mismo de su calidad humana". "A menudo parapetados detrás de sus aires de superioridad, los alemanes prestan poca atención a los valores humanos y culturales de las minorías étnicas afincadas aquí, perdiendo con ello la oportunidad de enriquecer su propia personalidad", concluye este autor español residente en Alemania desde los años cincuenta.