Yo sí. Mi privada me ha dado cita para el traumatólogo en cinco meses y en una localidad a 80 kilómetros de mi domicilio. Y a un familiar mío, tras varias visitas, un oscuro y venerable médico porteño, con un maletín de cuero de vacuno y sombrero que parecían salidos de una narración de Borges, por unos horribles dolores de cabeza le diagnosticó "jaqueca reactiva por estrés en el trabajo". El tumor que lo llevó a la tumba se lo descubrieron semanas después en urgencias. Y, después de muchos años de pagar seguro de salud, lo derivaron a la pública por falta de medios.
El problema de España no es de público o privado. El problema de España es que los que ponemos ahí arriba, los que deberían estar organizando este piélago de células (territoriales es decir, estatales, autonómicas, municipales o provinciales, entre otros; públicas y privadas; afines y contrarias; de trabajo real o de trabajo ideológico y, por ende imaginario...), es decir, los políticos que están a cargo de las instituciones, son unos indocumentados que no saben organizar una hez. De prever, ya ni hablamos.
Son los vagos del barrio que sólo han aprendido a salir en la foto con la postura que gana elecciones; a decir la frase molona que vende en el mítin, la radio o la tele, pero que no es más que un chascarrillo de bar que imita a los de los infames tertulianos que han inundado los medios de comunicación durante los últimos treinta años.
Creen que su trabajo consiste en escomotearse de los problemas y trasladárselos a otra instancia (véase la guerra Madrid-Gobierno estatal, muy ilustrativa de este modo de hacer las cosas) para, al final pasárselo al funcionario de turno y hacerlo responsable de lo que pase sin dársele medios (Véase orden a los directores de los centros educativos, que se perfilan como nodos de contagio en los próximos meses en donde se ha venido a decir a los directores que se las apañen como puedan pero que mantengan unas distancias imposibles en los atestados centros españoles y unas medidas ilusorias ante la autoridad y la capacidad sancionadora que se les lleva quitando, de facto, hace más de veinte años).
Ahora viene un problema de verdad y presente, no de futuro, y al sistema le salen todos sus vicios por las costuras en forma de muertos, pasados, presentes y futuros. Lo de la falta de médicos es sólo uno de los efectos del desastre que han causado en este país mirando sólo por lo suyo, que por mucho que nos lo quieran hacer creer, no es, ni mucho menos lo de todos.
Seguramente, el numerus clausus era necesario. Pero que, como han apuntado más arriba, un médico con, perfectamente, diez años de formación tras acabar la secundaria tenga menos estabilidad laboral y un sueldo inferior al de un concejal de segunda de un pueblo de tercera, no podía traer nada bueno. La formación hay que pagarla. Si no, se provocan problemas futuros que, los mercados, preocupados por la cuenta de pérdidas y ganancias del ejercicio en curso, son incapaces de prever.
Nuestros médicos están en Londres, con los médicos rumanos, hindúes y árabes. Porque los ingleses tampoco han hecho bien las cosas y hace tiempo entraron en este absurdo fundamentalismo de mercado (y, ojo, estoy aún más lejos de ser rojo que de ser médico; para esto último no me daba la nota media) y tampoco tienen médicos. Los ingleses no quieren pagarse unas carreras carísimas para cobrar los ridículos sueldos que paga el NHS, que hacen que un médico tenga que compartir piso en Londres. Los ingleses estudian carreras para trabajar en la city porque, por lo visto, lo que sostiene la economía son los creadores de productos financieros. Luego viene un pequeño bichito y, a ver cómo se combate contra él con swaps, derivados, compras en corto y power points. Mientras lo pensamos, el bichito ha destruido por completo la economía occidental. Y acaba de empezar el segundo round. Pero el bichito sigue pegando al occidente ya inerme. Y no se sabe durante cuántos rounds piensa seguir haciéndolo.
Nos gastamos un dineral (como hace el tercer mundo) para formar médicos para países que sólo venden humo (como hace el Reino Unido). Mucho punto donde confluyen oferta y demanda y mucha curva de Laffer pero a nadie se le ocurre hacer la cuenta de la vieja de lo que nos cuesta formar un médico para que luego se vaya a Albión porque, al parecer, cuando se trata de sueldos altos a personas de sectores no financieros, esas leyes de la Economía no funcionan.
La teoría económica actual no se diferencia en gran cosa de la Teología Medieval. Una se basaba en una construcción silogística sobre la fe en la existencia de Dios. La otra en una construcción silogística sobre el dinero, su poder liberatorio de las deudas y que la creencia de los demás en su valor, hará que lo acepten a cambio de bienes y servicios reales y de este mundo. Como la Teología Medieval, la realidad parece haber empezado a manifestarse para barrerla. Un simple bichito ha triturado la Economía occidental de un modo que ni las guerras, con su necesidad de producir en masa armas, vehículos, ropa y comida, con la gente cobrando sueldos y los soldados comiendo su rancho, han destruido anteriormente.
Ni los bombardeos de Londres han sido capaces de paralizar esa ciudad del modo que vi durante el confinamiento, que me tocó pasar allé.