No, lo que se pide es que se el gobierno intermedie y que no permita condiciones de monopolio. Solo se pide que se pueda comprar y vender a precio de mercado. ¿Eso nos parece mal? ¿Es preferible que tenga preferencia una central de carbon de endesa?
No es liberalismo, es oligopolismo.
Le aseguro que nadie estaría más de acuerdo que yo en que el sector eléctrico español estuviera basado en un mercado pero lo cierto es que no lo está.
La esencia es que, hoy por hoy, ninguna forma de producción de energía alternativa es remotamente viable económicamente, salvo en pequeñas instalaciones muy remotas o algún caso de co-generación.
El gran manto de la ficción estatal puede haber ocultado o disfrazado este hecho de mil maneras diferentes, desde crear unos tipos de interés ficticios artificialmente bajos que abaratan falsamente los costos financieros, hasta el subsidio masivo de la producción de células de silicio, la subvención masiva a la producción verde o la penalización fiscal a la producción tradicional.
Los Estados, en particular el español, han utilizado el hecho de que un mercado eléctrico es un mercado cautivo para depositar en el recibo de la luz los impuestos ocultos que financian sus decisiones políticas.
La electricidad es carísima en España no porque las eléctricas españolas tengan beneficios desproporcionados sino porque el gasto público en España es enorme y parte de ese gasto público se descarga en el recibo de la luz.
Este es el modus operandi clásico de las economías fascistas inspiradas en las ideas del fascismo italiano de los 30.
El señor Chávez, que tiene en su despacho la máquina de imprimir bolívares, crea ingentes cantidades de dinero de la nada para financiar sus redes clientelares y sus proyectos megalómanos. Esto reduce severamente el salario de la población lo que hace que a esa población le resulte cada día más difícil comprar la leche para sus niños.
Interviene entonces el Gobierno con una ley de precios máximos de la leche. Esta ley no pretende mantener constante el precio de la leche sino hacer que el precio de la leche, en términos reales, descienda un 30% anualmente de forma que la población, cuyos salarios están siendo recortados un 30% al año por Chavéz, no noten que sus salarios están siendo destruidos para financiar los delirios del reyezuelo.
El Gobierno, que es quien provoca ese aumento del precio de la leche, aparece entonces frente a la opinión pública como quien paternalistamente protege a los pobres de la codicia de los granjeros que producen leche.
El resultado es que esos granjeros son forzados a vender su leche por debajo de costos. Las pérdidas en cada litro producido con un coste de 100 y vendido por 60 se rellenan consumiendo el capital de ese sector ganadero y el capital de los ahorradores que financiaban esas granjas.
El tejido productivo real es destruido, consumido progresivamente para mantener el gasto en financiar las redes clientelares y los sueño megalómanos de cambiar el mundo.
En España, la jovenlandesatoria nuclear fue una decisión política. Una decisión política improvisada para sacar a un gobernante de un apuro en su carrera política: había que paralizar legalmente la construcción de la central de Lemoiz porque el asunto se había convertido en un avispero político y esta ley decretada únicamente para salvar la carrera de un político, se disfrazó como una decisión política destinada a proteger el medio ambiente.
Como la decisión fue improvisada por razones electorales, varias centrales en fase de construcción fueron canceladas de improviso. Esto generó unas pérdidas de tal calibre que habría llevado a varias eléctricas a la quiebra.
Esas pérdidas y las quiebras de esas eléctricas habían sido consecuencia de una ruptura de la seguridad jurídica debida a la alcaldada del presidente para salvar su carrera y el poder de su partido. (Las centrales habían iniciado su construcción con una licencia gubernamental que fue luego anulada)
Esa decisión política, si tiene el apoyo necesario en la cámara, es una decisión legítima pero implica que el erario público se hará cargo de los costos de esa decisión política. Las compañías afectadas por esa ruptura de la seguridad jurídica tendrían que haber sido indemnizadas de las pérdidas con una partida en los presupuestos generales. Puesto que esa decisión política tenía un costo económico, el Estado tenía que aportar los fondos que cubriesen ese costo.
El problema en un régimen fascista es que se basa en el populismo y en el principio de suponer que los ciudadanos son idiotas a los que se puede engañar siempre. Es necesario que los ciudadanos obtengan unos "derechos" otorgados generosamente por el petulante en el poder y que esos "derechos", que han sido creados de la nada por el poder divino del cacique, no tengan coste alguno: los líderes fascistas crean la riqueza por medio de sus poderes divinos.
Así que para que no aflorase el costo de aquella decisión política oportunista, ese costo se les asignó a las eléctricas pero para que las que fueron afectadas por la alcaldada no quebrasen frente a las que se libraron de la alcaldada, el poder socialista repartió equitativamente aquellos costos entre todas las compañías.
Una partida en el recibo de la luz cubriría durante varias décadas el costo de mantener la carrera de aquél presidente fascista y el poder de su partido fascista.
Finalmente, por supuesto, los ciudadanos, sobre todo los más pobres, pagarían el coste de aquella alcaldada del Estado, pero, siguiendo el modus operandi del fascismo, las eléctricas aparecerían como las entidades codiciosas que explotan a los ciudadanos y el Gobierno como el Robin Hood que protege a los ciudadanos de esos depredadores del mercado.
El Gobierno, en la linea fascista clásica, justo después de haber descargado un gasto político que generaba un sobrecosto sobre el sector eléctrico, decretó una ley de precios máximos de la electricidad que protegía a los consumidores de la codicia de las eléctricas.
Esto, el obligar a las eléctricas a vender por 70 una electricidad que, debido a los costos políticos, costaba 100 producir, hacía insostenible el sistema pero como quien tenía que resolver la situación era un fascista optó por trasladar hacia el futuro, hacia un momento en el que él ya viviera en su retiro dorado, esa patata caliente.
Así es como se inventó algo tan demencialmente disparatado como la deuda generada por el déficit de tarifa (creo que esta genialidad la inventó alguien del PP, quizás Rato).
En el maravilloso mundo de fantasía del fascismo español, una alcaldada de los mandarines del Estado, con un coste astronómico, había sido transferida al sistema eléctrico y luego, mediante el artificio de la deuda tarifaria privada pero avalada por el Estado ese coste se había evaporado hasta desaparecer.
Esos costes, derivados de las ingentes pérdidas provocadas por la alcaldada del Gobierno, debían estar en algún sitio, en algún lugar del hiperespacio, pero desde la maravillosa fantasía de la realidad oficial, no podían verse. Los contribuyentes no pagaban más impuestos para costear la astronómica alcaldada, tampoco pagaban más por la luz porque el paternal Gobierno les protegía con una ley de precios máximos, y la deuda avalada por el Estado que obligadas a emitir las eléctricas no contaba como deuda pública en Eurostat.
(Para los políticos y sus expertos, la realidad no existe ni tiene consecuencias. La realidad es lo que diga Eurostat y como Eurostat dice que 2+2 son 7, 2+2 son 7)
Así es como el sistema eléctrico, como mercado cautivo y susceptible de un control fascista central, se convirtió en el vertedero mágico de las alcaldadas, sueños megalómanos y, en general, fuente ilimitada de financiación de los costos generados por la ilimitada ineptitud o afición a conceder prebendas de nuestros amados políticos del fascio moderno.
Si había que mantener la paz social en Asturias y asumir la verdad elemental de que la minería del carbón asturiana no era viable podía suponer un coste electoral, pues se les decía a las eléctricas: compren ustedes a doble precio la producción nacional de carbón. El coste se lo cargan ustedes a los pardillos de consumidores que se lo tragan todo y si con eso superan la tarifa máxima fijada por ley, pues ya saben: a la deuda tarifaria.
Si un perfecto petulante había soñado con ver su país cubierto de molinos eléctricos, pues el disparatado coste del capricho del fhurer, se cargaba según el modus operandi: lo pagarán los pardillos de los consumidores en el recibo de hoy o lo pagarán sus hijos en el recibo de mañana cuando tengan que pagar esa deuda pública disfrazada llamada deuda tarifaria.
Esto es un proceso de descapitalización fascio-keynesiana mediante el consumo de capital de libro. El valor del capital se consume en financiar el gasto clientelar y de imbecilidades megalómas varias y esa desaparición es ocultada mediante algún pueril artificio basado en la deuda (las 9 neuronas que reúnen entre Rato, Solbes, Soria, Sebastián y Salgado juntos tampoco dan para mucho más)
Mientras la orgía de consumo de capital propiciada por la gigantesca burbuja de crédito de los años de la champios leage lo permitió, no hubo gasto, por demencialmente ridículo que fuese, que no se cargase en el sistema eléctrico.
Los tipos de interés reales ultrabajos (negativos) permitían construir nuevas fantasías industriales como las huertas solares o acumular ingentes cantidades de deuda tarifaria sin coste alguno. La rápida y catastrófica descapitalización y destrucción irreversible del tejido productivo era ocultada por el río de crédito de papel mojado que lo cubría todo.
Si, mediante el pensamiento mágico, se suponía que todo ese papel mojado se convertiría en el futuro en capital real cuando los endeudados pagasen sus deudas con capital que crearían en el futuro, el sistema se sostenía porque 4.000 millones de deuda incobrable pasaban mágicamente de tener un valor cero a valer 4.000 millones.
Ahora que el espejismo fascio-keynesiano se ha esfumado, aparece la realidad, esa realidad que siempre estuvo ahí, bajo el espejismo: hay un sector eléctrico con un valor global ingentemente negativo que no puede sostener los miles de costos políticos que han sido arrojados sobre él.
Naturalmente, en estos engendros fascistas siempre hay por ahí miles de depredadores privados que forman los engranajes de la máquina y viven como sultanes aprovechando el saqueo impune a gran escala de los ciudadanos por parte de la bestia Estatal. Sin embargo esto es anecdótico: la ingente destrucción económica es producida por un engendro de origen estatal, basado en los mecanismos de redistribución de rentas y costes que solo pueden provenir de la máquina de las alcaldadas del Estado.
En este gigantesco engendro fascista las únicas víctimas con los consumidores y los productores genuinos que sufren como impuestos presentes o futuros y como costes astronómicos de la energía la factura de la orgía fascio-keynesiana.
Las energías renovables son parte de los beneficiarios de este engendro y por eso desaparecerán. Desaparecerán porque la realidad dice que no son viables y porque la mentira delirante del poder tiene un coste ingente que no es posible sostener para una economía que ha sido privada de su capital.
En los cálculos de los pro-renovables se comparan sistemáticamente los costes de producción tradicionales incluyendo en esos costes los monstruosos sobrecostes de origen político con los costes de la renovable exentos de esos sobrecostes políticos y beneficiándose de los subsidios políticos que el Estado chino concede a la producción de paneles.
En las ecuaciones de estas comparativas, utilizando la máquina estatal de redistribución forzosa de rentas, el sector renovable extrae una parte arbitraria de sus costes y los transfiere al sector de la energía tradicional. En ese sistema de ecuaciones, obviamente, siempre podemos encontrar una solución en la que la producción renovable es más productiva que la tradicional: basta con que la variable que mide el volumen de costes transferidos crezca lo suficiente.
Lo mismo que el señor Sebastián siempre podrá lograr que el coche eléctrico sea más competitivo que el de gasolina a base de subvencionar lo suficiente el coche eléctrico mediante un nuevo impuesto cargado al coche de gasolina.
No sé si es posible hacer que el sistema eléctrico sea ese mercado que nunca fue, lo que sí sé es que ese es el único camino que nos sacará de esta Gran Depresión. A mi personalmente me gustaría que hubiese energías renovables en ese futuro mercado, y obviamente, a medio plazo las habrá pero lo que yo desee no tiene importancia en esto porque es la realidad quien decidirá.