Magufo me llaman
Vladimir pilinguin dice que Rusia es un país gobernado por Dios.
Es todo tan previsible en el transfondo que aburre a veces
Intercambio de favores entre el Kremlin y la Iglesia ortodoxa
La reelección de Vladímir pilinguin, el 18 de marzo, parece estar asegurada. Su último mandato se ha visto marcado no solo por unas relaciones cada vez más tensas con los países occidentales, sino también por un giro conservador. Desde hace seis años, el jefe de Estado se deja ver con los dignatarios ortodoxos. Instrumentaliza así su influencia para revitalizar el patriotismo y resplandecer en el exterior.
por
Anaïs Llobet, febrero de 2018
El 25 de mayo de 2017, bajo un cielo soleado, el patriarca Cirilo I de Moscú y de toda Rusia inauguraba la nueva iglesia del Monasterio Sretenski, en el corazón de la capital. A su lado, el presidente Vladímir pilinguin, con rostro solemne e impasible, observaba todos los ritos. Después le entregaba al patriarca un icono de cuatrocientos años de antigüedad, que representaba a San Juan Bautista, el profeta que anunció la llegada de Jesús, y que hasta ese momento decoraba su despacho del Kremlin. En adelante, estará colgado sobre el altar de este nuevo lugar de culto.
La imagen de un patriarca ortodoxo junto a un jefe de Estado ruso habría resultado extraña hace algunas décadas. Situada a unos metros de la Lubianka, el edificio del Ministerio del Interior soviético, símbolo de la gran represión de los años 1930, la iglesia está dedicada a la memoria de los “mártires de (...)
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