El problema viene de la masificación. La calle es pequeña para todos los que habitan las ciudades. Y los animales que más nos dañan no son las mascotas, que al fin y al cabo se puede controlar a su dueño y obligarle a controlarla o sancionarle. El verdadero problema viene de la cantidad de basura que hay en la ciudad y que es alimento para muchos animales salvajes que habitan entre nosotros.
Para el problema de los perros hay muchas soluciones. La primera sería prohibir la venta de animales en tiendas, porque no son objetos. También habría que destinar más zonas para uso exclusivo de animales y limpiarlas con frecuencia.
Las sanciones para quienes no cumplen deberían ser trabajos sociales relacionados con la problemática animal (colaborar en las perreras, limpieza de excrementos en los parques, etc).
Los animales que no sean esterilizados deberían pasar controles periódicos para que todas las crías estén identificadas desde que nacen y se pueda realizar su seguimiento.
Habría que hacer campañas de esterilización a precios asequibles y cobrar una tasa mucho más alta por la tenencia de animales no esterilizados.
Lo que no puede ser es que la falta de civismo de unos termine por limitar la libertad de convivir con animales de los demás, porque en vez de perseguir a los infractores se hace la vista subida de peso y se termina por fastidiar la vida de los que sí se comportan cívicamente.
El problema no es que haya muchos perros, es que hay demasiada gente por metro cuadrado. Si todos los habitantes de la ciudad bajáramos a la calle al mismo tiempo nos daríamos cuenta de que no cabemos. Sería el caos.
El problema no es que los pisos sean pequeños, el problema es que la calle es pequeña para todos los humanos que habitamos en los pisos. Y esa calle que se nos queda pequeña la tenemos que compartir con: perros, gatos, palomas, ratas, coches, turistas…
Los pisos no solo son un mal sitio para vivir los perros grandes, también son un mal sitio para vivir las personas. El problema es el hacinamiento que se produce en los lugares en los que se amontona la población en bloques de pisos o en hileras de adosados. En esos casos lo normal es que los perros ladren, que las personas griten y que la agresividad ambiental sea muy elevada.