Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

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“Por Dios, no me torturen más”
Pionero “El Estudiante”, como le apodó Santiago Carrillo, sin darse realmente cuenta de dónde se estaba metiendo, continuó visitando las “checas” donde sus nuevos amigos le daban de comer todos los días, a cambio de que fuera con ellos y levantara el puño cuando se lo mandaban.
Tres días después de que mataran al Duque de Veragua y sus acompañantes, el 29 de agosto, Carrillo y su chófer, el comunista Juan Izascu, recogieron al “Estudiante” de la “checa” de Marqués de Cubas y fueron a Fomento, junto a la Estación de Atocha, en un Ford matrícula M-984. “Recuerdo que era de noche –nos dice nuestro testigo- cuando llegamos. Bajamos a un sótano donde esperaban la llegada de Carrillo los chequistas Manuel Domínguez “El Valiente” y el Guardia de Asalto Juan Bartolomé. Allí estaba sentada una mujer joven, de unos treinta años o más, con la ropa a jironazos, casi desnuda, que no hacía más que llorar y suplicar que no la pegaran más. Llegó por fin al sótano Santiago Carrillo y dio al tal “El Valiente” la orden de quemarle los pechos, orden que éste cumplió utilizando un cigarro puro. La mujer suplicaba “por Dios” que el tormento cesase. Luego me dijeron que se trataba de una monja, Sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle Bravo Murillo. Aquello me quedó muy grabado en la mente y no lo olvidaré jamás. He pasado muchas noches sin dormir recordando crímenes de estos. No sé qué pasó luego con la monja, supongo que moriría en las manos de aquellos chequistas que disfrutaban ultrajando a una religiosa.
Fueron asesinadas
Acudiendo nuevamente a los datos obtenidos por las investigaciones de la Causa General, encontramos que “Las Religiosas Adoratrices Sor Felisa González y Sor Petronila Hornedo Huidobro, que se vieron obligadas a abandonar su Convento de Guadalajara y marchar disfrazadas a Madrid, a su llegada a la Estación de Atocha, el 13 de agosto de 1.936, fueron detenidas en la “checa” de dicha Estación (…) y asesinadas seguidamente, habiendo aparecido los cadáveres en un descampado de La calle Méndez Álvaro, próximo a la Estación, el día 31 de agosto”. Las fotografías de Sor Felisa, realizadas el mencionado día 31 de agosto en el Depósito Judicial, muestran varios impactos de bala en la cara y en el cráneo.
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“El mismo Santiago Carrillo les empujaba hacia la fosa con el pie”
“A los quince días –sigue contándonos su historia Julián- subimos a un coche de la Guardia de Asalto. Tomamos la carretera de Alcalá, Ventas, Canillejas y de ahí salimos a una carreterita muy estrecha, muy mala, y me encontré donde ahora está Barajas. Desde allí cruzamos un camino y pasamos por un puente, el del Jarama. Llegamos a un lugar donde vi gente en corros, de lejos. Bajamos del coche y el Guardia de Asalto les dijo a los de allí: “Aquí os presento al Pionero, “El Estudiante”. Nos manda el jefe que lo traigamos aquí, para que ayude y le deis de comer bien”. Vi unas zanjas, larguísimas, de unos 60 centímetros de anchas, que las abrían a pico y pala. No vi cadáveres. Por cierto, que me ofrecieron tabaco y se echaron a reír cuando les contesté que no fumaba. Nos pusimos a hacer zanja, y cuando pasó un buen rato trajeron la comida: judías, garbanzos con trozos de bacalao, pimientos, etc. Recuerdo que después de comerme dos buenos platos y un chusco, me dieron un puñado de higos secos. Después de descansar y beber vino, seguimos trabajando en la zanja. Al caer la tarde nos trajeron a Madrid, y a mi me dejaron en Cibeles, desde donde marché al metro de Alvarado, para dormir como todas las noches. Al otro día, igual, cavando zanjas que no sabía para qué servían… Después de varios días, mientras trabajábamos, llegó una furgoneta llena de gente. Los sacaron a gritos y los pusieron a todos delante de las zan
as. Salían sin calzado, con sangre en los pies, en la cara, apenas vestidos y sin objeto de valor alguno. Sin consideración, los mataron a todos, con metralletas y fusiles. Seguidamente los echaron a las zanjas y nos mandaron que cubriéramos con tierra los cadáveres. Debía ser la primera semana de noviembre cuando nos llegaron tres autocares con cientos de personas amontonadas. Yo no sabría calcular cuántos serían. Aquello fue horroroso. No paraban de matarlos y meterlos en las zanjas, mientras llegaban más autocares, con hombres. Todos eran fusilados y además machacados con fusiles en la cabeza. La escabechina fue tremenda. El mismo Santiago Carrillo los empujaba hasta la fosa con el pie; con algunos no podía y los arrastraba cogiéndolos de las piernas o de las manos. Después preguntó: “¿Qué tal se porta este pionero?”, refiriéndose a mi. Contestaron que trabajaba mucho. Que estaban contentos. “Bien, cuidarme al Estudiante”, dijo antes de marcharse dándome una palmada en la espalda”.
La matanza de noviembre
Así fue, a grandes rasgos, la matanza de Paracuellos efectuada los días 6, 7, 26 y 27 de noviembre. En esas fechas, la checa de Fomento había sido disuelta, formándose “un Consejo de Policía –según documentos oficiales-, presidido por los comunistas Santiago Carrillo y Segundo Serrano Poncela, a cuyo cargo quedó de un modo exclusivo el Orden Público en la capital abandonada por el gobierno rojo. El referido Consejo de Orden Público repartió a sus miembros entre las diversas cárceles de Madrid, y, tras una brevísima selección, que ya había sido comenzada por el disuelto Comité de Investigación Pública, fueron extraídos de las prisiones varios millares de presos de todas las edades, profesiones y condiciones sociales, que fueron asesinados por las Milicias de Vigilancia improvisadas por el gobierno rojo en Paracuellos del Jarama, Torrejón de Ardoz y otros lugares próximos a Madrid, donde reposan los restos de estas víctimas. Las órdenes que sirvieron para realizar estas extracciones aparecen firmadas por las autoridades de Orden Público”. Concretando más los hechos, “el 6 de noviembre de 1.936 se presentaron en la guandoca Modelo de Madrid policías adscritos a la Dirección General de Seguridad, y milicianos de Vigilancia de Retaguardia, al mando del Inspector General Federico Manzano Govantes, con una orden de libertad de presos, sin indicación de nombres ni de número; en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías se llevaron a los presos que tuvieron por conveniente, sacándolos atados, y los asesinaron en las inmediaciones de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Al día siguiente, 7 de noviembre, se repiten los mismos hechos, siendo asesinados una nueva tanda de reclusos”.
El 14 y 15 de noviembre, después de haber “peinado” Madrid varias veces, al objeto de que no quedara vivo ningún militar, citaron a los que quedaban en libertad en la Casa de la Moneda, bajo la excusa de liquidarles los haberes atrasados. Una vez dentro, los cuatro mil militares se dieron cuenta de que aquello estaba tomado. Habían caído en una trampa. Fueron trasladados en camiones hasta la D.G.S. (Dirección General de Seguridad), en la calle Infantas, y desde allí, a las cárceles habilitadas. A los pocos días fueron llevados a Paracuellos donde se les asesinó en masa.
“Esta es mi zanja, Dios mío”
Julián tiene ahora 55 años. Vive en un pueblecito cercano a Madrid y quiere olvidarlo todo. Lo que vio teniendo 14, 15 y 16 años, lo ha revivido ahora para que los jóvenes comprendan la postura de sus abuelos cuando acuden, en estas fechas, al aniversario del Genocidio de Paracuellos. “El Estudiante” de hace 41 años, nos ha acompañado, una por una, a todas las “checas” –donde estaban las “checas”, claro-, recordando anécdotas que le ocurrían cuando llevaba, desde el despacho de Carrillo en la calle Pontejos, las listas de los que debían detener y asesinar. Hemos estado en la carretera de Fuencarral, buscando el lugar donde fue muerto el Duque de Veragua, siguiendo las indicaciones que la memoria de “El Estudiante” le recordaban. “Allí tiene que haber una granja, y más adelante un cauce de agua –decía Julián-, justo por aquí. Sí, sí, fue aquí donde nos bajamos con el Ford. Venían también los chequistas Santiago Escalona, Sagrario Ramírez y Ramiro Roig, “El latinoamericano”. Este último fue quien le cortó el dedo al Duque para sacarle el anillo. Y desde aquí les dispararon –se pone en posición de tiro-, y aquí cayó el Duque de Veragua, así –Julián cae al suelo imitando la posición en que quedó el cadáver del Duque antes de que Carrillo le disparara los “reglamentarios” tiros de gracia- de lado, sangrando por todas partes”. El recorrido hasta llegar al cementerio de Paracuellos del Jarama fue también relativamente fácil, recordando lugares y gentes. Al llegar al Cementerio, después de santiguarse, Julián empezó a caminar como hipnotizado recorriendo las diversas zanjas, cubiertas con algunas cruces y flores. “Esta es mi zanja, Dios mío; esta es la zanja que yo hice con mis manos -exclamaba “El Estudiante” llorando como un niño-. Aquí hay miles y miles de asesinados. ¡Dios mío, qué tragedia! ¿Por qué has vuelto, Carrillo? ¡Que no vuelvan esos tiempos, por favor!”, gimoteó, finalmente, aferrado a una de las cruces donde se leían algunos de los nombres de los que allí dormían desde el año 36.
Prescritos
Todos los asesinatos antes relatados, y miles más, hace años prescribieron sin que haya lugar para perseguir de oficio a los presuntos culpables. Muchos de los responsables han muerto, al igual que los testigos. De los primeros, algunos aún se pasean desafiantes por los cenáculos de moda. De los segundos, como en el caso de Julián, también aún quedan quienes se manifiestan dispuestos a dar testimonio físico de aquellas atrocidades. ¡Dios libre a nuestro pueblo de nuevas vivencias como las que aquí se evocan en víspera a su aniversario!
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Finalmente, recogemos unas declaraciones realizadas al diario El País en 2005 por el propio Santiago Carrillo. En ellas reconoce haber apiolado a alguna persona, pero también negaba su participación en los asesinatos de Paracuellos:
…Incluso, en algún caso, yo he tenido que eliminar a alguna persona, eso es cierto; pero no he tenido nunca problemas de conciencia, era una cuestión de supervivencia, porque estaba en juego también la vida de muchos militantes…
Que todavía haya gente que pueda pensar eso, la verdad es que me produce tristeza. Durante muchos años se han escrito cosas terribles sobre mí a propósito de aquel con poca gracia episodio. Pero la verdad es que la única decisión que yo tomé, de acuerdo con el general Miaja, en la Junta de Defensa en la que yo era responsable de las cuestiones de orden público, fue, respecto a aquellos 2.000 militares que estaban en la guandoca de Madrid porque se habían sublevado en el cuartel de la Montaña, fue, ya digo, trasladarlos a Valencia. Porque nos dimos cuenta de que esa gente podía formar perfectamente un cuerpo de ejército, que eso era, en realidad, la Quinta Columna. Yo entonces estaba desbordado organizando la resistencia de Madrid y puse aquella misión en manos de mis colaboradores, que tuvieron que organizar, con muchas dificultades, la seguridad de aquel traslado. La conclusión a la que llegamos el general Miaja y yo fue que la gente de la calle que vio aquel traslado, que era gente que ya había sufrido los ataques fascistas, se lanzó a por ellos, y la guardia que iba custodiándoles no les defendió.
La clara mentira de estas últimas afirmaciones es patente. Según lo que dice Carrillo en El País en 2005, los dos mil militares fueron asesinado en el mismo acto incontrolado, no en sacas sucesivas durante casi un mes. Y, como es habitual en quienes no asumen las consecuencias de sus actos, la culpa fue de sus colaboradores.
 
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Madrid era una checa: había cuatro por cada kilómetro cuadrado
Una investigación dirigida por Alfonso Bullón de Mendoza ha descubierto que en la capital existían 345 checas, 120 de ellas sin inventariar en la «Causa general» que se hizo durante la posguerra.
  • Checa del Círculo Socialista Latina-Inclusa situada en la casa-palacio del duque del Infantado




    Checa del Círculo Socialista Latina-Inclusa situada en la casa-palacio del duque del Infantado
  • Madrid era una checa: había cuatro por cada kilómetro cuadrado





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Madrid.
Tiempo de lectura 8 min.
31 de octubre de 2016. 11:33h


ETIQUETAS

Ángel Galarza Francisco Marhuenda Historia Margarita Nelken Memoria histórica Santiago Carrillo


Entre julio y octubre de 1936 se produjo la gran represión, el terror rojo. Madrid se llenó de checas; alrededor de 345 tribunales populares. La Dirección General de Seguridad del gobierno republicano dejó la purga en manos de los partidos y sindicatos del Frente Popular. En aquellos primeros meses de la Guerra Civil se produjo la primera fase de la revolución: la liquidación del enemigo. Las checas contaban con la documentación electoral de las autoridades, lo que fue muy útil para una represión masiva ya que 220.000 personas votaron al Frente Popular y 180.000 a la derecha.

La represión en estas condiciones era sencilla. Es más; los revolucionarios asesinaron al 30% de la policía madrileña y la sustituyeron con chequistas. Ocuparon edificios emblemáticos, como el Cinema Europa, en la calle Bravo Murillo –hoy un centro comercial–, o el Círculo de Bellas Artes; incluso conventos, como el de las Salesas Reales. Allí llevaban a los «fascistas», definidos como aquellas personas que no eran de izquierdas, y los encarcelaban, interrogaban, torturaban y asesinaban. Algunos pasaron por varias checas hasta que eran incluidos en una «saca». En esos mesesla ratio de muertos a manos de los chequistas fue de veinticinco al día. Todo cambió cuando Santiago Carrillo, Margarita Nelken y el PCE se ocuparon de la represión: la liquidación se racionalizó, al estilo estalinista y nacionalsocialista, y se llegó a episodios como la matanza de Paracuellos del Jarama, entre noviembre y diciembre de 1936.
El equipo de investigación dirigido por Alfonso Bullón de Mendoza, catedrático de Historia en la Universidad CEU San Pablo, y compuesto por los historiadores Francisco Marhuenda, Sara Izquierdo Álvarez, Ángel David Martín Rubio, y Jaime Escolar García, ha llevado a cabo un estudio tan esencial como escalofriante de la represión revolucionaria en Madrid durante la Guerra Civil. Al calor de la Ley de Memoria Histórica, y tras cinco años de trabajo, el equipo ha localizado y cartografiado las 345 checas madrileñas –hallando 120 que no estaban inventariadas en la «Causa General» que se hizo en la posguerra–, a las que suman 23 prisiones oficiales y diez comisarías. A esto han añadido dos bases datos –de víctimas y chequistas–, que dan un panorama muy completo del terror que se tuvo que vivir en la ciudad desde 1936.
Sin defensa del 31
Tras el golpe de Estado del 18 de Julio, el Gobierno renunció a controlar a los revolucionarios. En la práctica, las autoridades de la República fueron sustituidas por comités comunistas, socialistas y anarquistas. No hubo una defensa del régimen de 1931, sino la intención evidente de hacer la revolución. A esto el equipo de investigación de Alfonso Bullón lo llama, con razón, «colapso republicano». Las milicias frentepopulistas no distinguieron entre la ofensiva contra los sublevados y el exterminio en la retaguardia. El instrumento fueron las checas, nombre dado a la policía política bolchevique en 1917. Los comunistas ponían al frente de la checa a un jefe, y los anarquistas a un comité. Los nombres eran muy variados, desde «Agrupación Socialista», a «Ateneo Libertario», o «Comité de Vecinos». La excarcelación de presos comunes al inicio de la revolución provocó que algunos montaran su propia checa como modo de vida y ajuste de cuentas.
El informe de la investigación clasifica las checas en oficiales –como la «Escuadrilla del Amanecer», dependiente de la Secretaría Técnica del Director de Seguridad–, políticas o sindicales –las montadas por el PSOE, la CNT o Izquierda Republicana–, y las de milicias, que combatían en el frente y actuaban como jurado y ejecutores.
La actuación de estas checas era conocida y apoyada por el Gobierno republicano; especialmente tras la creación en agosto del 36 del Comité Provincial de Investigación Pública, llamado Checa de Bellas Artes, y luego de Fomento. La Dirección General de Seguridad dio atribuciones a aquel comité frentepopulista para que actuara sin límites, y le enviaba los presos políticos para su exterminio.
Más de la mitad de las víctimas fueron detenidas de julio a octubre de 1936, entre la creación de la checa de Bellas Artes y la formación de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia de la mano del socialista Ángel Galarza. A partir de ahí, las checas se dedicaron a asesinar de forma sistemática a miles de presos.
La mayor parte de los chequistas abandonaron Madrid junto al Gobierno en su huida a Valencia ante el avance de las tropas sublevadas. Fue entonces cuando la ciudad quedó en manos de la Junta de Defensa, con Santiago Carrillo al frente del Orden Público, y organizó la represión y fin de los «fascistas», como en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz.
El método de liquidación social está perfectamente recogido en el informe. La checa interrogaba al detenido con cuantos medios fueran necesarios para sacarle confesión de idea política o creencia religiosa. La tortura hacía que la persona dijera cualquier cosa. A continuación, era declarado «culpable» pero se le entregaba un papel que ponía «libertad». A la salida le montaban en un coche y le asesinaban. Los crímenes y registros en domicilios iban acompañados de robos. Otras checas conducían a los detenidos en autobuses o camiones hasta las afueras, donde los asesinaban y tiraban a una fosa previamente abierta.
Servicio de recogida
Los espacios que ocuparon las checas, descubiertos por el equipo de investigación de Alfonso Bullón, nos muestran un mapa inédito de un Madrid salpicado de centros de detención y asesinato. Había cuatro checas por kilómetro cuadrado, lo que aumenta si se suman las cárceles. La mayor concentración estaba en los distritos Centro, Palacio, Latina y Universidad, y en el extrarradio en Vallecas y Pueblo Nuevo.
El Ayuntamiento de Madrid dispuso de un servicio de recogida de cadáveres, que eran trasladados al Cementerio del Este y tirados en fosas comunes. Nunca será posible saber cuántas víctimas hubo de las checas, ni dónde están. En torno al 10% eran mujeres, 25% militares, y 21% religiosos.
El informe de esta investigación pionera, que tendrá forma de libro, fue presentado a Francisca Sauquillo, presidenta del Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, a quien se propuso la colocación de placas en los lugares de las checas más emblemáticas –como en los edificios hoy del Ministerio de Hacienda, Agencia Tributaria, Casa-palacio del duque del Infantado, o Palacio de la Prensa–, la creación de un centro de interpretación, y la elaboración de rutas culturales para el conocimiento imprescindible y completo de la guerra en la ciudad.
Los asesinatos y torturas de comunistas y socialistas
Cada checa tenía su lugar de ejecución. La del Radio Comunista del Oeste mataba en Ciudad Universitaria, Casa de Campo, Carretera del Pardo y Puerta de Hierro. La socialista, sita en Marqués de Riscal, lo hacía en la Pradera de San Isidro. Los anarquistas del Ateneo Libertario de Vallehermoso asesinaba en la calle Bravo Murillo, y otros los enterraban en el cementerio de las Concepcionistas franciscanas. El socialista García Atadell convirtió en checas dos pisos en Marqués de Cubas y otro en Montera para el asesinato y el robo, acumulando un buen tesoro con el que huyó. La checa de la Agrupación Socialista Madrileña, en Fuencarral, 103, contaba con un censo electoral para las matanzas, hasta el punto de que cavaron una enorme fosa en Boadilla. La checa «El Castillo», en Alonso Heredia, 9, se distinguió por las torturas: hierros candentes y arrancamiento de uñas. El Círculo Socialista del Sur mataba en los altos del Hipódromo, por arma de fuego, entre las once de la noche y la madrugada. Los edificios públicos, religiosos o de espectáculo fueron utilizados, como el teatro Beatriz, en Claudio Coello, 47, la Residencia de los Maristas o la estación de Atocha. j. v.
 
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