Debate online marxismo VS escuela austriaca

Carlx

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Aquí subo 4 artículos de Rolando Astarita con los argumentos que utiliza en sus debates con economistas austriacos.

El debate por internet que tuvo con uno de ellos puede escucharse aquí:

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Teorías del valor: austriacos vs marxistas (1) | Rolando Astarita [Blog]

En esta nota presento la primera parte de un escrito que preparé para la intervención de apertura en el debate sobre teoría del valor con Juan Carlos Cachanosky (ver aquí), quien adscribe a la corriente de economistas conocida como “austriaca”, esto es, ubicada en la tradición de Menger, Böhm Bawerk, Wieser, von Mises y Hayek.

Debido a las limitaciones de tiempo, en mi intervención sólo utilicé una parte del texto que había preparado. Aquí lo presento de forma completa, pero además agregué pasajes en respuesta a objeciones y críticas que realizó JCC en el debate, así como también respondo (en la segunda parte de esta nota) a una crítica por escrito que puede consultarse en

El problema de cambio de preferencias sin cambios en los precios relativos | Punto de Vista Economico.

La relevancia del debate justifica que le dediquemos tiempo y espacio (de ahí que voy a publicar el escrito en varias partes, para que la gente tenga tiempo de evaluar a fondo los argumentos). Como es conocido, la teoría del valor trabajo de Marx es la base de su explicación del origen del plusvalor. De manera que sustenta la crítica del modo de producción capitalista. La teoría del valor utilidad, por el contrario, niega que el capitalismo sea un modo de producción basado en la explotación, y se presenta como una alternativa radical a la teoría de Marx. Dado además que las dos teorías postulan una fuente del valor autónoma –trabajo o utilidad- ambas evitan incurrir en un razonamiento circular; lo cual nos lleva de manera directa a las cuestiones teóricas fundamentales. Aclaro que hay razonamiento circular cuando se afirma, por ejemplo, que el valor del bien X está dado por el valor del trabajo empleado en producir X, ya que aquí la explicación sólo remite del valor de X al valor del trabajo empleado en X.

A fin de introducir las cuestiones en discusión, comienzo destacando los muy diferentes enfoques y explicaciones del movimiento tendencial de los precios que se desprenden de ambas teorías.


La teoría austriaca del valor utilidad

Una ventaja que tiene el polemizar con los economistas austriacos es que éstos, a diferencia de los neoclásicos modernos, sostienen que es necesaria una teoría del valor, y que además, las cuestiones fundamentales no se resuelven apelando a formulismos matemáticos, como se estila en los manuales de microeconomía usuales. Por eso, la polémica gira en torno a los principios conceptuales, a los fundamentos.

La idea primordial de los austriacos es que el valor deriva de la utilidad que el consumidor asigna al bien que compra. Por eso, el énfasis está puesto en la relación del individuo con sus necesidades y el bien. “El valor de los bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades, no en los bienes mismos”, escribe Menger (p. 108). En consecuencia, el valor “es la significación que unos bienes concretos o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (pp. 102-3). La valuación que realiza el consumidor consiste en preferir un incremento particular de una cosa sobre incrementos de cosas alternativas (una forma de evitar la objeción conocida como “la paradoja del diamante y el agua”, ver más abajo). El individuo establece una escala o ranking de preferencias, y los precios constituyen el reflejo de esa escala.

Por lo tanto, y siempre según los austriacos, el valor no se produce ni puede producirse. De ahí que rechacen la tesis de que el capital genere valor y que el interés se explique por la productividad marginal del capital; o que el salario sea igual a la productividad marginal del trabajo. Como explica Böhm Bawerk, la producción sólo genera bienes que tienen valor a partir de la valorización que hacen de ellos los consumidores. De aquí también que el valor de los medios de producción se establezca por imputación “hacia arriba”, a partir del valor de los bienes finales, o de consumo. Por ejemplo, el precio de una herramienta que se utiliza para producir bauxita deriva de la utilidad del consumo del aluminio; utilidad que determina la utilidad de la alúmina y por lo tanto su precio; del que a su vez se deriva la utilidad y el precio de la bauxita; de la que a su vez se deriva la utilidad y el precio de la máquina que permite extraer la bauxita. Los austriacos sostienen que esto no tiene nada de artificioso, y que cualquiera puede deducir muy fácilmente la forma en que se determinan los precios. El valor, según esta óptica, siempre deriva de la significación que los consumidores finales dan a los bienes.

La teoría marxista del valor y dos tipos de precios

La teoría de Marx sostiene que el valor es generado por el trabajo humano; por eso tienen valor las mercancías que son reproducibles con trabajo humano. En el capítulo 1 de El Capital Marx define al valor como tiempo de trabajo socialmente necesario, objetivado, en la mercancía (ampliamos más adelante). Esta idea general, sin embargo, es presentada en dos instancias que se corresponden tanto a la concatenación lógica de los argumentos, como al desarrollo histórico. La primera, contenida en los primeros capítulos de El Capital, supone una sociedad de productores simples de mercancías, y la libre competencia. Esto significa que todavía no hay capital, trabajo asalariado ni plusvalía. Dado que la tesis central es que el trabajo es la única fuente de valor, se desprende muy fácilmente (una demostración rigurosa más adelante) que en una sociedad de productores simples de mercancías (esto es, con tasa de ganancia cero) los precios son, aproximadamente, directamente proporcionales a los tiempos de trabajo requeridos para su producción, dada una tecnología e intensidad promedio.

Naturalmente, la idea de que la única fuente del valor es el trabajo humano social es el basamento de todo el desarrollo teórico posterior de Marx. Es que admitida la tesis, deberá admitirse luego que la plusvalía es tiempo de trabajo no pagado. Por eso los economistas austriacos están obligados a criticar la teoría de Marx en este nivel. De manera que nos focalizaremos en este análisis de Marx, que a su vez contiene una crítica a cualquier intento de explicar el valor por la utilidad.

La segunda instancia de la presentación de Marx ocurre cuando tenemos en cuenta que en el modo de producción capitalista las mercancías no se intercambian como productos de productores simples, sino como productos de capitales que exigen participación en la masa global de plusvalía en proporción a su magnitud, aunque sus composiciones de valor (esto es, de capital constante y capital variable) sean distintas. Por lo tanto, las mercancías, en tanto productos del capital, se intercambian a precios que oscilan en torno a los precios de producción. Es que a través de los mecanismos competitivos surge una tasa media de ganancia que determina el recargo que el capitalista hace sobre los costos de producción (lo invertido en salarios y medios de producción). Es lo que en los libros de texto de economía aparece como el mark-up, del que nadie parece dar cuenta teórica. En la teoría de Marx ese mark-up está determinado por la ley del valor trabajo.

Vemos entonces que Marx sostiene que los precios en la sociedad capitalista no pueden ser proporcionales a los valores. Por eso distingue dos escenarios, uno que corresponde a una sociedad de productores simples de mercancías, otro configurado por la producción capitalista de mercancías. De manera explícita sostiene que los precios directamente proporcionales a los valores corresponden a “un estadio muy inferior al intercambio a precios de producción, para el cual es necesario determinado nivel de desarrollo capitalista” (p. 224, t. 3). Los precios de producción, en cambio, corresponden a un modo de producción capitalista. Entonces que el caso de la producción simple de las mercancías puede considerarse una variante del caso particular (composiciones orgánicas iguales en todas las ramas) de la explicación más compleja, referida a los precios de producción.

Críticas sin sustento

Si bien el nudo de las diferencias entre los marxistas y austriacos está en los argumentos en torno al capítulo 1 de El Capital, los austriacos insisten en que la teoría de Marx fracasó a causa de la distinción entre precios directamente proporcionales a los valores (correspondientes a una sociedad sin capital) y precios de producción (correspondientes a una sociedad capitalista). La crítica se desarrolla en base a tres argumentos: el primero atribuye a Marx ideas que no dijo; el segundo afirma que hay contradicción lógica entre los dos tipos de precios; el tercero sostiene que el planteo es incorrecto porque es complicado, y esa complicación deriva de postulados ad hoc.

En relación al primer argumento, el falseamiento de lo planteado por Marx se advierte claramente en la Historia del pensamiento económico de Murray Rothbard, en el capítulo dedicado a la teoría económica de Marx, en el volumen 2. Para aquellos que no lo conozcan, digamos que Rothbard, fallecido en 1995, continúa siendo uno de los principales referentes de la corriente austriaca. Sus obras se han traducido a varios idiomas, se utilizan como libros de texto, y dentro de la escuela se lo cita aprobatoriamente con frecuencia.

Pues bien, Rothbard afirma que, según Marx, en la sociedad capitalista los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo empleados en la producción. Sin embargo, Marx dice explícitamente que no son proporcionales. Rothbard también sostiene que Marx no solucionó la cuestión planteada por el hecho de que, según la teoría del valor, el trabajo es la fuente de la plusvalía, las composiciones orgánicas entre ramas difieren, y las tasas de ganancia tienden a igualarse. Falso de nuevo, Marx dejó una solución al problema. A Rothbard puede no gustarle, pero no puede negar que está presentada la solución a un problema en el que se había trabado Ricardo. En otras notas, además, he demostrado que el llamado problema de la transformación no presenta ninguna dificultad particular (aquí y aquí). Rothbard también afirma que a causa de las contradicciones que enfrentaba en su teoría, Marx “muy pronto dejó de trabajar en El Capital” (447). Pero éste es otro disparate: Marx trabajó en esa obra hasta poco antes de morir; de hecho, le dedicó 38 años de su vida.

En este punto entonces es necesario hacer una observación de método: toda crítica exige como premisa el rigor, y éste debe empezar por reconocer el principio de “realismo epistemológico” en referencia a los textos. Como dice Umberto Eco, las interpretaciones de texto son abiertas, pero esto no puede tomarse como sinónimo de arbitrariedad, ni para hacerles “decir” lo que nos conviene. Por caso, no se puede atribuir a Marx la idea de que el trabajo tiene valor; o que la tierra es capital; y similares afirmaciones, como hacen libremente los economistas austriacos. Este proceder, además, nos obliga a estar siempre despejando falsedades y confusiones, con el resultado que se oscurecen los argumentos principales. Curiosamente, por otro lado, Rothbard afirma que los marxistas “no actúan como científicos honestos” (p. 449, t. 2).

Voy ahora al segundo cargo austriaco, que dice que Marx incurrió en contradicción lógica al afirmar la existencia de los dos tipos de precios. Para sostener esta acusación, y teniendo en cuenta el principio aristotélico de no contradicción, habría que demostrar que Marx afirma que un mismo sujeto (en este caso, el modo de producción capitalista) tiene, bajo el mismo respecto y contemporáneamente, dos determinaciones opuestas (precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo y precios determinados por la igualación de la tasa de ganancia). Por supuesto, los economistas austriacos no tienen manera de demostrarlo, porque Marx dice precisamente lo opuesto. Sin embargo, insisten con la cantinela de la “contradicción”.

Por último, tenemos la crítica que dice que la distinción entre los dos tipos de precios de Marx es un agregado ad hoc, para “salvar” afirmaciones anteriores, y por eso conforma una teoría demasiado complicada. Un argumento que ha repetido Juan Carlos Cachanosky en el debate, y no sólo en lo referido a los precios de producción. Así, aplicó esta crítica a las distinciones entre valores y precios, entre valor de la fuerza de trabajo y trabajo, y entre tierra y capital. Se trataría de soluciones propuestas por Marx a problemas específicos, no generalizables, y concebidas para salvar el núcleo central de su teoría de supuestas anomalías (es lo que se entiende en filosofía por explicaciones ad hoc).

La respuesta a esta crítica es sencilla: no existen los planteos ad hoc cuando las distinciones conceptuales se corresponden con el desarrollo lógico. En otros términos, para decir que se trata de soluciones específicas agregadas a posteriori del planteo conceptual primero, hay que demostrar que no existe conexión interna entre las categorías tratadas y esas “soluciones”. Y esto es lo que no pueden hacer Cachanosky ni el resto de los críticos austriacos cuando abordan la teoría de Marx. Por ejemplo, ya en el mismo planteo de qué es valor está contenida la distinción entre valor y precio, así como la tesis de que el trabajo no tiene valor. No se puede entender la noción de valor, presentada por Marx en el capítulo 1 de El Capital, si se pasan por alto estas cuestiones, ya que son inherentes al concepto. Pero Cachanosky, o Rothbard, ni siquiera se detienen en ellas, y por eso no tienen manera de demostrar que, por ejemplo, la distinción entre valor y precio sea un postulado ad hoc. Pero si aquí no hay solución específica, mal se puede afirmar que hay contradicción entre valor y precio de producción; o que el último constituye una solución ad hoc para proteger la teoría del valor de eventuales refutaciones.

Ante esto, sólo quedaría como recurso a los críticos afirmar que la teoría de Marx debe de estar equivocada porque los conceptos en sí son complicados (fue insinuado en el debate). Con lo cual tendríamos como bonita conclusión que la validez científica de una teoría estaría condicionada a la simpleza de sus afirmaciones. Algo así como “cuanto más simplota una teoría, tanto mejor”. Pero este criterio llevaría al desastre a cualquier ciencia. ¿Qué diríamos del físico que rechazara la teoría de la relatividad, o la mecánica cuántica, por ser “demasiado complicadas”? En particular, las relaciones sociales son complejas, y por eso no siempre se dejan captar con las nociones simples, que son las que generalmente expresan los fenómenos de “superficie” de la sociedad.

Bienes reproducibles, no reproducibles y la generalidad vacía

Señalemos también que la teoría del valor trabajo de Marx se aplica a los bienes que son reproducibles, de manera que supone que hay competencia por el lado de la oferta. Si alguien es propietario de una damajuana de agua en el desierto, y está frente a una persona que desfallece de sed, podrá vender el agua según la desesperación y recursos que tenga la persona sedienta (y según la codicia del vendedor). Casos como éste hacen las delicias de los austriacos. Pero aquí el marxismo sostiene que no hay ley que rija el precio; éste depende del capricho y de la intensidad del deseo de compra. El economista austriaco dice lo mismo, pero agrega que esa declaración constituye una “teoría del valor”. Un marxista dice, en cambio, que esa afirmación no encierra teoría alguna (porque es imposible establecer vinculaciones sistemáticas entre variables que determinen el precio). Y agrega que sólo hay teoría cuando hay ley económica, y que esta última opera sólo si hay competencia por el lado de la oferta. En términos modernos, si la curva de oferta es horizontal (competencia por el lado de la oferta y suponemos rendimientos constantes) la curva de demanda sólo determina la cantidad transaccionada, no el precio. Y en este caso, dice Marx, hace falta una teoría que dé cuenta de una ley económica.

En cuanto a los casos del tipo “desierto y soy el único que ofrece agua a caminantes sedientos”, si bien no están sometidos a ley económica alguna, no son importantes para entender el funcionamiento del capitalismo. Es que el modo de producción capitalista no se distingue por la escasez de la oferta, sino por la capacidad de reproducir, y en escala ampliada, la oferta (¿alguien oyó hablar de la producción en masa?). Por eso Marx (también Ricardo) distingue entre el escenario de monopolio y el escenario de la libre competencia: en el primero no hay ley económica que explique los precios. El economista austriaco volverá a decir que es más sencillo explicar que el precio depende de la significación que el consumidor da al objeto, sea bajo monopolio (desierto, sed, único poseedor de agua) o libre competencia (supermercado con muchas botellitas de agua de varias empresas y consumidores comparando precios). A esto le llamará una “teoría general del valor”. Desde el enfoque marxista, se trata de una generalidad vacía: cuando el universal pasa por alto la riqueza de lo particular, es abstracto y deja de explicar. Casos particulares esencialmente distintos no se pueden subsumir bajo el mismo universal sin deslizarse a la vaciedad.

La ley del valor trabajo gobierna los precios de producción

Una tesis clave de Marx, y relacionada con este debate, dice que al introducir los precios de producción como los centros de gravitación en torno a los cuales giran los precios del mercado, la ley del valor trabajo sigue rigiendo los precios. Esto sucede por dos razones. La primera, porque la ganancia es valor generado por el trabajo humano. Esto significa que la masa de ganancia que se apropia el capital de conjunto no es arbitraria, y por lo tanto, tampoco lo es la tasa media de ganancia.

La segunda forma en que se evidencia que la ley del valor gobierna los precios de producción es por los cambios en la productividad, y sus efectos en los precios. En palabras de Marx: “La ley del valor rige su movimiento (de los precios de producción) al hacer que la disminución o el aumento del tiempo de trabajo requerido por la producción haga aumentar o disminuir los precios de producción” (p. 227, t. 3). Esto significa que, según esta teoría, los precios de los productos de las ramas en que haya mayor aumento relativo de productividad (o sea, reducción de tiempo de trabajo por unidad de producto) caerán, en promedio; y lo inverso sucederá con los productos de las ramas con menores ganancias de productividad.

La necesidad de explicar lo que sucede

Salgamos ahora un momento del gabinete de discusión para echar un vistazo a algunas realidades. Tomemos los precios del petróleo en EEUU. Éstos se mantuvieron relativamente estables durante décadas; entre 1948 y 1973 oscilaron (a precios constantes) entre los 22 y los 25 dólares. En 1973 dieron un salto a 44 dólares, luego fluctuaron con un pico de 106 en 1980, mínimos de 17 en 1998, para comenzar a subir sostenidamente desde 2000, ubicándose en 91 en 2013 (datos del Bureau of Labor Statistics, EEUU). Según especialistas en petróleo y ejecutivos de la industria, el ascenso tendencial de los precios del petróleo y del gas, en particular desde principios de los 2000, se debe a que ya se están agotando las fuentes tradicionales de petróleo barato, y cada vez es necesario ir a pozos más profundo, y muchas veces más lejanos de los centros de consumo. Actualmente un pozo de 3000 metros de profundidad en el océano, y un gasoducto de 2000 o 3000 kilómetros pueden exigir inversiones de varias decenas de miles de millones de dólares. Dados estos aumentos de costos, los ejecutivos de la industria pìensan que los precios se van a mantener altos en los próximos años. Desde el punto de vista del marxismo, este movimiento tendencial de precios no resulta difícil de explicar: en promedio, hay que destinar más tiempo de trabajo social a la producción de petróleo y gas porque bajó la productividad al agotarse los recursos más accesibles. El economista austriaco, en cambio, explicará que los precios simplemente aumentaron porque la gente decidió darle esa significación a los bienes de consumo que contienen derivados del petróleo (recordar el ejemplo de la bauxita).

Tomemos ahora los productos agrícolas, más precisamente, del maíz, en EEUU. Entre 1950 y 2000 la cantidad de trabajo necesaria para producir 100 bushels de maíz bajó de 20 horas a 3 horas (el cálculo lo hizo la USDA), Entre 1950 y 2000 cada granjero de EEUU produjo en promedio 12 veces más de output agrícola por hora trabajada que un granjero en 1950. Entre 1948 y 2004 el empleo agrícola disminuyó 3,2% por año pero el producto por trabajador aumentó 4,9% por año, Los precios agrícolas bajaron en relación al índice general de precios: con base 100 en 1948, en 2004 estaban en alrededor de 200 mientras el índice general de precios rondaba 680. En 1950 el bushel de maíz ajustado a dólares de 2010 estaba a 12 dólares. En 1999 estaba a 3 dólares, o sea, había caído 75% entre 1950 y 2000. En los 2000 el maíz aumentó, debido al aumento de la demanda y la reducción de tierra arable. Pero aun así, en términos reales el precio del maíz, a fines de 2013, estaba más bajo que a comienzos de los años 1980 (Fuglie, McDonald, Ball, 2007). Los autores sostienen que estos aumentos de productividad están detrás de la caída tendencial de los precios. Es una explicación lógica desde el punto de vista de la teoría de Marx. Pero no para el austriaco, que nos volverá a decir que los precios son lo que son porque los consumidores le dieron esa significación a los granos y otros productos agrícolas.

Vayamos a otro ejemplo, ahora más general. Según datos del Bureau of Labor Statistics los sectores con ganancias más altas en productividad por hora de trabajo entre 2000 y 2010 fueron equipos de telecomunicaciones sin cable (16,5% anual); manufactura de computadoras y equipo periférico (9,5%), equipos electrónicos; otras industrias, como producción de vehículos (5,4%), también tuvieron aumentos significativos de productividad. Para el promedio de la economía no agrícola la productividad aumentó al 2,4% anual, y en extracción de gas y petróleo descendió el 2,5% anual.

Luego el BLS constata que en las industrias en las que cayeron los precios estuvieron asociadas generalmente con aumentos de productividad: equipos de telecomunicación sin cable, manufactura de computadoras y equipos periféricos, electrónica, manufactura de semiconductores y otros componentes, tuvieron fuertes aumentos de productividad y esos productos experimentaron sustanciales caídas de precios entre 2000 y 2010. En contraste, minería de carbón, acero, tapicería y reparación de muebles, mostraron caídas de productividad y aumentos de precios. De manera que la evidencia recogida por el BLS parece de nuevo explicarse bastante bien con la teoría del valor trabajo de Marx. Pero el economista austriaco volverá a protestar: los precios relativos de los bienes informáticos y telecomunicaciones bajaron y los de minería subieron porque así lo quisieron los consumidores.

Llegados a este punto, regresemos a la discusión teórica fundamental: la que gira en torno a las primeras páginas de El Capital. Mi argumento es que la teoría del valor trabajo explica muy bien los resultados anteriores, y que se puede demostrar por qué la teoría de la utilidad no puede hacerlo. Lo que equivale a afirmar que es empíricamente irrelevante.



Teorías del valor: austriacos vs marxistas (2) | Rolando Astarita [Blog]

El nudo del debate está en los conceptos elementales

Por lo que hemos explicado en la primera parte, las cuestiones decisivas ya están planteadas en el capítulo 1 de El Capital. Marx afirma que en una sociedad de productores simples de mercancías, el trabajo es la fuente del valor y descarta que pueda serlo la utilidad. Rothbard en su Historia del pensamiento económico. sostiene que la explicación del intercambio y del valor del capítulo 1 de El Capital es lógicamente absurda; los economistas austriacos saben que éste es el punto nodal. Me centro entonces en esta cuestión, que comprende las cuestiones básicas y elementales. Debido a varias confusiones y cuestiones que se han suscitado en el debate, he decidido darle a estas notas toda la extensión necesaria; esto es, por encima de lo que había concebido originariamente como un apunte para una intervención oral.

Conceptos elementales

Valor de uso

Empecemos señalando que el valor de uso, en Marx, es una condición necesaria para que haya valores de cambio y valores. Si una mercancía no tiene valor de uso para alguien, o para algunos, no se la demanda, y por lo tanto no tiene valor (su precio es cero). De manera que no es cierto, como sostienen los economistas austriacos, que según Marx el valor de uso no tiene importancia. El concepto incluso es clave para entender la noción de trabajo productivo de Marx: si un trabajo no afecta al valor de uso, no genera valor, y por lo tanto es improductivo. Por ejemplo, el trabajo implicado en los actos de compra y venta -que afectan sólo al cambio de forma social, de dinero a mercancía o viceversa- es improductivo, aunque necesario para la sociedad productora de mercancías.

En segundo término, el valor de uso se relaciona con la utilidad que obtiene el consumidor del bien, y desde este punto de vista afecta al ámbito de lo subjetivo. Sin embargo, también tiene anclaje en las propiedades físicas de la mercancía. Este aspecto es cuestionado por muchos austriacos porque buscan desconectar la valoración de la utilidad de todo aquello que tenga que ver con propiedades objetivas (esto es, del objeto y objetivamente medibles). Pero la realidad es que las propiedades físicas de los objetos afectan al valor de uso y a la utilidad; cualquier ingeniero, por ejemplo, tendrá muy en cuenta la resistencia de los materiales a la hora de elegir las piezas que componen una máquina o una estructura, o la conductividad de un metal, si se trata de transporte de electricidad, etcétera. Son propiedades físicas, objetivamente medibles, que existen por fuera de la valoración de los sujetos, y son determinantes en la utilidad que los seres humanos obtienen de los bienes.


Por otro lado, esas propiedades materiales existen con independencia de la forma social, o propiedad social. Por ejemplo, una pieza de acero puede tener determinada resistencia, con independencia de si es una mercancía, o si su precio aumenta o baja. Éste es el punto de partida para comprender por qué el valor de uso se ubica en otro orden de análisis del que lo hacen las propiedades sociales, entre ellas el valor. Dicho en otros términos, el grado de utilidad está condicionado por las propiedades materiales, en relación a las necesidades humanas, y por lo tanto es independiente de la forma social: el trigo o el hierro tienen utilidad con independencia de que se trate de una sociedad capitalista, productora simple de mercancías o comunista. El precio, en cambio, no existe si no hay mercancías y mercado, o sea, si no existen determinadas relaciones sociales entre los productores; esto es, el precio se inscribe en el orden de una propiedad social, cualitativamente distinta de la propiedad física.

En tercer lugar, dado que los valores de uso son distintos, según las mercancías, también las utilidades (o los “servicios” que prestan los bienes como valores de uso; véase Marx, 1980, p. 20) que los consumidores obtienen de los bienes que consumen son muy distintas. Además, las utilidades que los individuos sacan de los bienes que consumen no convergen hacia alguna medida social común. Aunque las necesidades están condicionadas socialmente, no existe fuerza social que mueva hacia la convergencia de las utilidades.

Obśervese por último que si se admite que las necesidades están condicionadas socialmente, es imposible derivar el comportamiento agregado, o macro, de los consumidores en el mercado de sus comportamientos individuales. En otras palabras, es imposible aplicar el individualismo metodológico en el análisis, como hacen los austriacos. Si bien lo individual tiene importancia, lo social tiene prioridad explicativa, y esto se aplica al mercado y el consumo. Somos formados socialmente como consumidores, diríamos que casi desde que nacemos.

Valor de cambio (precio)

El valor de cambio es definido por Marx como la proporción cuantitativa en que se intercambian dos mercancías. Si X e Y se intercambian en la proporción de 1:1 el valor de cambio de X, expresado en Y, es 1. Cuando hay dinero, el valor de cambio es el precio de las mercancías.

Eñ valor de cambio es objetivo, esto es, se trata de una propiedad del objeto y constatable por cualquiera que participe en el mercado. Precisemos que objetivo no significa natural; como ya dijimos, el precio es una propiedad social objetivada en bienes. Además, y a diferencia de lo que ocurre con el valor de uso, por vía de la competencia se impone una convergencia hacia un único precio del bien en un mercado determinado. Por caso, si el productor A quiere vender X a $120 y en el mercado se vende a $100, A deberá resignarse a venderlo a $100, con independenca de la valoración que tenga acerca de las virtudes de X (la alternativa es no vender, con lo que puede conservar un bien que tiene poco o ningún valor de uso para él).

Valor de cambio, mercado y relación social

El análisis de la mercancía y del valor de cambio de Marx se desarrolla en el marco de una concepción social que es opuesta a la defendida por los economistas austriacos, quienes hacen eje en el individuo y sus necesidades. El análisis de Marx es histórico y social. Parte del supuesto de que los individuos siempre trabajaron en sociedad, y que toda sociedad tuvo que administrar y repartir racionalmente los tiempos de trabajo dedicados a satisfacer sus necesidades. Ésta es, según Marx, la primer ley económica en cualquier forma de producción colectiva (el cuento de Robinson es eso, un cuento). Y el carácter social de los productores simples de mercancías, lejos de desaparecer, se acentúa. Es que cada productor produce para él, pero no produciendo un bien que tenga utilidad directa para él, sino para otros. Un panadero que produce 200 unidades de pan, y consume por día 0,4 unidades, está produciendo pan independientemente de sus propias necesidades, porque depende de los otros productores para satisfacer éstas. De aquí resulta una interdependencia universal dentro de un sistema de producción complejamente articulado. “La dependencia mutua y generalizada de los individuos recíprocamente indiferentes constituye su nexo social” (Marx, 1989, 84, t. 1). Una dependencia que, por otra parte, “se expresa en la necesidad permanente del cambio y en el valor de cambio como mediador generalizado” (idem, p. 83). Esto es, cada individuo debe producir valor de cambio (dinero) para satisfacer sus necesidades. Por eso, el valor de cambio es expresión necesaria de la relación social entre productores. Éste es el fundamento último de la afirmación que hicimos en el anterior apartado, acerca de la naturaleza social del valor de cambio (o precio), y su diferencia con el valor de uso. Es también el fundamento de por qué el precio se explica a partir de catergorías sociales (como veremos, a partir de una actividad socialmente determinada) y no puede explicarse desde lo subjetivo, o desde los deseos y preferencias del átomo-individuo, como pretende la teoría de la utilidad.

Es desde este punto de vista, opuesto al individualismo metodológico, que Marx también critica una de las ideas centrales de la teoría austriaca del valor y más en general, de toda la apologética burguesa de la sociedad mercantil. Según ésta, en el mercado “cada uno persigue su interés privado y sólo su interés privado, y de ese modo, sin saberlo, sirve al interés privado de todos, es decir, al interés general” (idem, p. 83). Marx observa que de aquí se puede derivar un escenario de guerra de todos contra todos, pero sin embargo, hay “un punto verdadero”, que es al mismo tiempo una negación del principio del individualismo: “El punto verdadero está sobre todo en que el propio interés privado es ya un interés socialmente determinado y puede alcanzársele solamente en el ámbito de las condiciones que fija la sociedad y con los medios que ella ofrece… Se trata del interés de los particulares; pero su contenido, así como la forma y los medios de su realización están dados por las condiciones sociales independientes de todos” (idem, p. 84). En este sistema deberá entonces encontrarse un principio que regule esta relación social mediada por mercancías que se intercambian en determinada proporción cuantitativa (véase más abajo).

Valor de uso y precio

En base a lo desarrollado hasta aquí puede entenderse por qué valor de uso y valor de cambio son fenómenos de distinto orden. El valor de uso entra en el ámbito de lo subjetivo, el valor de cambio en la esfera de lo objetivo. Las utilidades son distintas para cada interviniente en el mercado, y no hay fuerza que las haga converger. Los precios (o valores de cambio) son iguales para todos los que intervienen en un mercado, en un momento determinado. La utilidad no tiene una determinación cuantitativa precisa (aunque hasta cierto punto se pueden ordenar las utilidades, razonando en el margen, o dada una restricción presupuestaria). El precio no puede no estar definido cuantitativamente.

Exploremos más a fondo estas diferencias entre valor de uso y valor de cambio a partir de un ejemplo inspirado en un pasaje del capítulo 4 de El Capital. Supongamos que los productores, A y B, intercambian los bienes X e Y, valuados en $100 cada uno. Los intercambian porque para cada uno el bien que entrega tiene menos utilidad que el bien que recibe. Más aún, en la medida en que se ha profundizado la división social del trabajo y la especialización, los bienes tienen prácticamente un valor de uso nulo, o casi nulo, para quien lo ha producido. Por lo tanto, y aunque no podamos cuantificarlo, podemos decir que una vez efectuado el intercambio tanto A como B, han ganado en utilidad. Ésta es la base del intercambio, como explica Marx reiteradas veces.

Sin embargo, desde el punto de vista del valor, ninguno ha ganado. A, que poseía X, valuado en $100, luego del intercambio posee Y, también valuado en $100. Lo mismo sucede con B. Ambos ganaron en utilidad, pero no en valor. Pero si esto es así, la utilidad no puede ser valor. Y aquí es donde a Rothbard, y al resto de los teóricos del valor utilidad, se les presenta un problema insoluble, porque deben demostrar que la utilidad es valor. Este sencillísimo ejemplo desbarata el intento. Las ganancias en utilidad de A y B no dicen nada acerca del valor de X e Y. Por eso, no hay forma de establecer relación cuantitativa alguna entre utilidad y precio. Los precios de X e Y permanecen invariables, a pesar de las ganancias en utilidad, que además son disímiles, y apenas comparables (Robbins diría que incomparables). ¿Cómo puede ser que las utilidades expliquen entonces la determinación cuantitativa que se expresa en el intercambio, esto es, los precios? ¿Cómo pueden explicar las utilidades el hecho de que X e Y se hayan intercambiado en la proporción exacta de 1:1? Ésta es una pregunta clave que el teórico de la utilidad no puede responder.

Ley económica y medida

El paso analítico que sigue es determinar si existe alguna ley que rija la proporción cuantitativa en que se intercambian los bienes. Lo que equivale a encontrar una ley que regule la relación social establecida entre los productores.

La pregunta por esta ley parte de una constatación empírica: las mercancías tienden a intercambiarse en determinadas proporciones cuantitativas, al margen de oscilaciones más o menos aleatorias. Esto es, los precios observados oscilan en torno a “centros de gravitación” o “atractores”, que se hacen visibles cuando los intercambios son repetidos y muchos productores producen para el mercado. Aparece entonces la determinación estadística, o de los grandes números. Si volvemos al ejemplo del vendedor monopólico de botellas de agua en el desierto, allí no es posible detectar los “centros de gravitación”; no hay atractor del precio del mercado porque éste depende totalmente del capricho o intensidad del deseo. Lo mismo sucede si la producción es ocasional. En cambio, si los intercambios son repetidos por muchos compradores y vendedores, aparecen los “centros de gravitación” de los precios de mercado, centros que se imponen a los productores “como si fuera una ley natural reguladora” (Marx). Aquí el adjetivo “natural” no quiere significar que se trate de una ley de la naturaleza, sino de una ley objetiva, que los productores no dominan. Esa ley debe explicar por qué los precios de mercado (esto es, agitados por las oscilaciones de la oferta y la demanda) se mueven como si fueran atraídos, durante períodos más o menos largos de tiempo, hacia relaciones cuantitativas determinadas.

Nuevamente, en este punto se ponen de manifiesto los distintos puntos de vista de la teoría del valor trabajo de Marx, y de la teoría del valor utilidad. Esta última se limita a afirmar que los precios constituyen la expresión de valoraciones subjetivas, sin poder avanzar más allá, hacia alguna forma de determinación sistemática. O sea, se queda en el registro empírico de los precios existentes, ya que jamás nadie pudo establecer alguna relación más o menos sistemática entre evoluciones de preferencias y precios; ni siquiera correlaciones (que como sabemos, tampoco conforman una teoría). Por eso Pareto decía que dada la multiplicidad de las tasas de cambio la construcción de una teoría del valor era imposible. O, en las palabras de un analista de mercado: “La simple verdad es que todos los bienes que se pueden comercializar valen lo que el próximo individuo quiera pagar por ellos. No hay una medida objetiva de caro o barato” (tomado de la página web de Bloomberg). Expresiones semejantes se vertieron en el curso del debate con Cachanosky. Pero si esto es así, sólo queda aceptar la diversidad, tal como aparece en la superficie del fenómeno, y limitarse a decir que “cada precio reflejó la preferencia del consumidor”.

En la teoría de Marx, en cambio, hay un progreso desde el fenómeno tal como aparece -las mercancías se intercambian en las más diversas proporciones- hacia el principio regulador. Esta progresión la encontramos en las primeras páginas de El Capital. Marx comienza diciendo que, en una primera mirada, las mercancías parecen intercambiarse “sin orden ni concierto”. En términos del pensamiento dialéctico (la influencia de Hegel es indudable en esta exposición) estamos en el reino de la diferencia, y parece imposible encontrar alguna identidad. Aquí se detienen los economistas “a lo Pareto o analista de Bloomberg”. Sin embargo, el pensamiento que profundiza no puede quedarse en la epidermis de la cosa. Apenas examinamos la cuestión encontramos que las mercancías X e Y se intercambian en cierta proporción. Esta proporción, que se repite, nos muestra el camino de salida de lo contingente (adonde nos dejaba el ejemplo del desierto y la botella de agua). Como Hegel explica en la Lógica, en la misma razón entre cantidades se apunta a un subsistente por debajo de la variación cuantitativa. Si, por caso, la relación cuantitativa entre X e Y es 5 X/Y, los dos cuantos están relacionados por la proporción 5:1; proporción que se mantiene cuando el intercambio es 10/2 o 20/4, etcétera. Este simple hecho evidencia que hay un eje ordenador interno; si éste no existiera, las relaciones cuantitativas serían arbitrarias al variar los valores absolutos de las cantidades intercambiadas (situación que ocurre en la indeterminación en que nos deja la tesis “los precios relativos solo expresan preferencias”).

De manera que si encontramos la permanencia de la razón en que se intercambian las mercancías, estamos entrando en la esfera de lo determinado. En esa razón emerge una determinación interna, la medida, que es la unidad de la cantidad y la cualidad (véase Ciencia de la Lógica). En otros términos, hay que pasar de los cuantos empíricos (los precios tal como se registran) a “una forma general de determinaciones cuantitativas, de manera que ellos se conviertan en momentos de una ley o de una medida” (Doz, 1970, p. 45, comentando el concepto de medida de Hegel). La medida debe entenderse como proporción; X e Y se intercambian en cierta proporción, y si hay proporción hay ley interna. Entonces, si hay ley reguladora, lo contingente juega un rol subordinado. Lo cual explica por qué X e Y a veces se pueden intercambiar en proporción 5,1 o 5,2 o 5 o 4,8, o 4,95… pero no en proporción 1000 : 1. Los órdenes de variación están determinados por la ley interna. Y éste es el punto de partida para que haya ciencia.

A su vez, para que la relación cuantitativa, o proporción, pueda ser determinada por una ley, es necesario una unidad común, que tenga existencia propia. De esa manera la relación cuantitativa es en lo esencial un exponente, entre otros muchas proporciones cuantitativas, de esa unidad (véase Doz, pp. 59 y ss). Es lo que explico en la siguiente parte de esta nota.

Teorías del valor: austriacos vs marxistas (3) | Rolando Astarita [Blog]

Valor y trabajo abstracto

Marx presenta la ley económica que gobierna los intercambios en un pasaje muy conocido, en el que se pregunta qué es lo que tienen en común dos mercancías para que puedan compararse cuantitativamente. Afirma que para comparar cuantitativamente, tiene que encontrarse algo en común en las mercancías (es imposible comparar, por ejemplo, el tonalidad amarillo con el logaritmo natural del número 37). Además, el elemento en común que haga comparable a las mercancías debe ser determinable cuantitativamente. Por eso, no puede tratarse de las características físicas, ya que éstas no son reducibles a alguna proporción en común. Tampoco el valor de uso puede ser el elemento común que haga comparable a las mercancías. Si, por ejemplo, la utilidad que el productor A obtiene de Y es distinta de la que B obtiene de X, y si X e Y se intercambian en la proporción de 1:1, la utilidad no puede ser el elemento en común que se iguala en el intercambio.

Ahora bien, “si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, únicamente les restará una propiedad: ser productos del trabajo” (Marx, 1999, p. 46, t. 1). Sin embargo, no puede tratarse de los trabajos en tanto creadores de valores de uso, dado que los mismos son idiosincŕaticos, y por lo tanto no son comparables. No tiene sentido comparar cuantitativamente el trabajo de un tornero con el de un tapicero en lo que respecta a sus especificidades; a igual que sucede con las características físicas de los bienes, no hay forma de reducirlas a unidad común. Pero sí tiene sentido comparar los trabajos invertidos haciendo abstracción de sus formas concretas, ya que entonces “dejan de distinguirse, reduciéndose en su totalidad a trabajo humano indiferenciado, a trabajo abstractamente humano” (idem, p. 47). Esto es, a gasto humano de energía. Ésta es la base material, fisiológica, de todo trabajo, concebido como actividad destinada a la reproducción de los seres humanos.

A partir de esta deducción, Marx define el valor como el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción, objetivado en la mercancía. Al mismo tiempo, al deducir la propiedad común que hace comparables a X e Y en tanto mercancías, llegamos a la ley económica que rige su intercambio: los tiempos de trabajo. Por eso la medida se identifica con la ley reguladora -tiempos de trabajo social- que a su vez explica la fuente del valor.


La objetividad de las mercancías en cuanto valores y el mercado

Aunque por razones de espacio no puedo desarrollar completamente el tema, tengamos en cuenta que el término “objetivado” alude a la necesidad de que la mercancía se venda, esto es, realice su valor en la venta. La cuestión se comprende fácilmente si recordamos que el valor es una propiedad social (en términos de Marx, los valores de las mercancías son expresiones de una misma unidad social, el trabajo humano) y objetiva (es la mercancía X la que vale, con independencia de quien la posea). Dado que la mercancía X no puede expresar su valor a través de sus características físicas, lo hace a través de una relación con otra mercancía: 1 X vale 5 Y, por ejemplo. En esta relación se expresa el valor de X en cuanto “objetividad”, esto es, en cuanto propiedad social y objetiva. Pero eso sólo puede ocurrir en y a través del mercado. Por esta razón también el trabajo no puede tener valor; el acto de trabajar crea el valor, pero no es valor. Para que exista el valor el trabajo empleado debe pasar a una forma objetiva, convertirse en una propiedad de la mercancía. Y esto ocurre cuando la mercancía expresa esa propiedad objetiva relacionándose con otra mercancía.

Por eso Marx dice que el valor se genera en la producción, y se realiza en la venta (contra lo que sostienen los economistas austriacos, en la teoría de Marx el mercado importa). Es que pudo haberse trabajado en la producción de X, pero si X no se puede vender, por la razón que sea, el trabajo no habrá generado valor. La razón más esencial es que los trabajos, que se realizan como trabajos privados deben validarse en tanto partes del trabajo social, y esta validación se concreta a través de la reducción de los productos, y los trabajos privados, a valores de cambio, más específicamente, a dinero. Por eso, en la concepción de Marx, el valor no surge de una relación privada entre el trabajo individual y la mercancía (como sucede en el enfoque de Ricardo), sino de una relación social de los trabajos individuales, que son partes integrantes del trabajo total social.

Esto significa también que sólo bajo un determinado tipo de sociedad -propietarios privados de los medios de producción- el trabajo privado adquiere un doble carácter social: debe ser productor de valores de uso y de valor. En la sociedad capitalista este hecho se expresa en que los capitalistas no producen con vistas a producir valores de uso, sino con el fin de producir valor que incrementa el valor del capital adelantado. Es un enfoque distinto del que presentan la ortodoxia neoclásica, la corriente austriaca o Keynes, con su énfasis en el valor de uso como el objetivo único de la producción (en esta visión, pareciera que Carlos Slim o Rockefeller siguen invirtiendo por afán de obtener valores de uso).

El principio fundamental de la economía, visiones contrapuestas

El argumento de Marx se inscribe, a su vez, en una perspectiva histórica y social que tiene como eje la centralidad del trabajo humano. La cuestión está planteada en una carta a Kugelman, del 11 de julio de 1868, donde explica que aunque no hubiera escrito ningún capítulo sobre el valor, “el análisis de las relaciones sociales hecho por mí contendría la prueba y demostración de la relación real de valor” (Marx y Engels, 1973, p. 206). Y a continuación observa que hasta un niño sabe que si un país dejara de trabajar siquiera por unas pocas semanas, moriría. Por lo tanto, cualquiera sea la forma histórica de producción, siempre hubo que comparar y determinar cuantitativamente los trabajos humanos, porque siempre hubo que distribuir los tiempos de trabajo según alguna proporción definida. De manera que también en la sociedad capitalista los trabajos humanos, que se realizan bajo la forma privada, deben compararse, medirse y distribuirse. Lo que hay que demostrar entonces no es que en la sociedad productora de mercancías los trabajos se comparan -esto es lo que hizo siempre la humanidad- sino mostrar la forma en que lo hacen, y la razón por la cual se comparan a través del intercambio de “cosas que valen”. “No se puede eliminar ninguna ley natural. Lo que puede variar con el cambio de las circunstancias históricas es la forma en que operan esas leyes” (idem). Y en otro escrito explica que “economía de tiempo, a esto se reduce finalmente toda la economía” (Marx, 1989, p. 101, t. 1). Aquí el punto de partida del análisis es la producción realizada bajo forma social: “Individuos que producen en sociedad, o sea, la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida” (idem, p. 3).

Esta concepción que hace eje en la producción, y en las relaciones de producción, como la instancia determinante de la economía, está vinculada estrechamente a la idea de que el trabajo, en tanto actividad humana socialmente determinada, es la única fuente del valor. O, como explica Marx comentando a Ricardo, “el valor de cambio de las cosas es una simple expresión, una forma social específica, de la actividad productiva de los hombres, algo por entero distinto de las cosas y de su uso como tales cosas…” (Marx, 1975, p. 150, t. 3).

En Menger, en cambio, la economía es, en lo esencial, la actividad dedicada a formarse una idea de las necesidades de los seres humanos y a calcular la cantidad de bienes que disponen para cubrirlas (véase pp. 83 y ss.). En este enfoque la actividad determinante pasa por hacer una elección entre las necesidades más importantes, que los seres humanos satisfacen con las cantidades de bienes de que disponen, para alcanzar, con una cantidad parcial dada de bienes y su empleo racional, la mayor satisfacción posible. En este planteo el trabajo humano juega un rol secundario. Las relaciones sociales de producción, las formas o propiedades sociales que adquieren los “bienes”, están desaparecidas. El enfoque es, en lo básico, individualista. Los individuos comparan las utilidades de bienes dados y necesidades; la distribución del trabajo social, las comparaciones de productividades relativas, han sido suprimidas ab initio.

Por supuesto, Menger hace referencia al trabajo, de la misma manera que Marx hace referencia al consumo y la satisfacción de necesidades. Pero los órdenes de importancia están invertidos. En Menger, como en los austriacos, el foco está puesto en los bienes ya producidos que se intercambian en el mercado. En Marx, los bienes que se consumen y satisfacen necesidades no caen del cielo; son producidos por trabajo humano y en un tipo específico de sociedad, son mercancías. Antes de poder consumir hay que producir; el primer acto está subordinado al segundo (hasta un niño sabe que si una sociedad no produce, muere de hambre).

Trabajo socialmente necesario y la crítica austriaca

Marx afirma que el trabajo, como generador de valor, debe ser socialmente necesario. Por socialmente hace referencia a la necesidad de trabajar, por lo menos, con la tecnología y la intensidad promedio imperantes en la rama. Rothbard sostiene que esto es incomprensible, y cree refutar la teoría de Marx comparando el trabajo invertido en un libro escrito a mano con el trabajo invertido en un libro producido con métodos modernos. Por supuesto, esta “refutación” de la teoría de Marx sólo puede apoyarse en declarar “incomprensible” un hecho que es perfectamente comprensible para cualquiera que conozca un poco siquiera cómo funcionan las empresas capitalistas y la competencia. Cualquier capitalista sabe que tiene que trabajar con una productividad media, por lo menos, si quiere sobrevivir (los editores saben que no pueden competir produciendo libros escritos a mano).

Todo esto es muy sencillo y lógico, pero es clave en la polémica con los economistas austriacos. Tengamos presente que durante el debate Cachanosky sostuvo que cuando la mercancía llega al mercado, para el empresario “el costo es historia” porque sólo le interesa estimar la demanda futura. De esta manera, se quita relevancia a los cálculos de productividad, que realiza cualquier management empresario, y se corta el vínculo entre el precio y la producción. Sin embargo, en la vida real la productividad, lejos de ser cosa “del pasado”, está en el primer plano. Las empresas siempre están atentas a la productividad media imperante en la rama, y la productividad social media se impone en cada rama por la competencia. Por ejemplo, si una acerera calcula que para producir 1000 toneladas en lingotes de acero por mes requiere 1710 horas de trabajo del departamento de fundición y 4320 horas de trabajo del departamento de vaciado y modelado, totalizando 6030 horas de insumo laboral, y resultando en una productividad de 0,1658 toneladas de lingote por hora hombre, en promedio (las cifras están tomadas de un estudio real), compara este promedio con la productividad de otras empresas, a través del mercado y la competencia de precios. Por eso el costo no es historia.

Costos de producción y proceso circular

La cuestión si el costo es o no historia en el momento de llegar al mercado se vincula también con los enfoques opuestos acerca de si el proceso económico debe concebirse en forma circular, o a la manera de una “manta corta”. En la visión de Ricardo y Marx, los productores de mercancías (o los capitalistas) no sólo se preocupan por la producción inmediata para el mercado, sino por las condiciones para la reproducción al menos en la misma escala y, de ser posible, en escala creciente (cuestión que también subrayan muchos sraffianos, como Garegnani o Roncaglia). Esto implica que se concibe la economía como un círculo, o más bien una espiral: los outputs producidos entran como insumos en la siguiente ronda, a fin de generar más productos que a su vez sirven para generar más insumos (siendo estos últimos tanto medios de producción como medios de consumo de la fuerza laboral). Por eso, es imposible que los capitalistas, o los productores simples de mercancías, no presten atención a los costos de producción.

Para verlo, supongamos por ejemplo que en la sociedad simple de mercancías el productor A emplea normalmente 10 horas de trabajo en producir X y el productor B emplea 5 horas de trabajo en producir Y, y que ambas se intercambian en la proporción 1:1. Si el intercambio ocurriera por una única vez, y fuera episódico, A podría considerar que “el costo es historia”, y tal vez ni siquiera llegase a conocer cuál es el costo de producción (en horas de trabajo) de B. Pero si los intercambios son repetidos, y existen muchos productores A y B, el promedio social tiende a imponerse. A medida que se renueva la producción para el mercado, se hace insostenible una situación en la que un producto que se produce en 5 horas se intercambia en relación 1:1 con otro que se produce en 10 horas. Paulatinamente, productores A pasarán a ser productores B hasta que los outptus y los precios se reacomodan, de manera que 1 A se intercambia por 2 B. La relación 1:1 era incompatible con la continuidad de la producción, pero sí lo es la relación 1:2. A esto nos referíamos entonces con una ley interna, reguladora de los intercambios.

Observemos, por otra parte, que en este enfoque no es necesario hacer ningún supuesto especial sobre rendimientos; éstos pueden ser constantes a escala, esto es, la curva de ofertas puede ser horizontal, sin perjuicio para la determinación de los precios. Es conocido, por otra parte, que en el mundo real muchas empresas trabajan con costos más o menos constantes, o decrecientes.

“Manta corta” y escasez

Todo esto parece elemental, pero los defensores de la teoría del valor utilidad se empeñan en negarlo. ¿Por qué? ¿Por qué esa idea tan irrealista de “llegado al mercado el costo es historia”? Pues porque el escenario es de agentes que llegan al mercado con bienes (caídos como maná del cielo) y todo se reduce a la cuestión de cómo se asignan de manera óptima esos bienes (son “bienes” no mercancías) a fin de satisfacer los deseos y necesidades de los individuos. Es la visión opuesta a la del proceso económico en forma de círculo, de los clásicos o Marx. Ahora la metáfora es “la manta corta”, ya que si se asignan bienes a satisfacer una necesidad, se le quitan a la satisfacción de otra. En este enfoque, la hipótesis de rendimientos constantes a escala es inadmisible, la curva de oferta “debe” tener una pendiente positiva y los precios solo son indicadores de la escasez relativa de los bienes, y de las preferencias. La condición sine qua non del esquema es que no se preste atención a la reproducción del proceso productivo. Para ver por qué, examinemos un momento la cuestión de la escasez en relación a la producción y la demanda.

Los defensores de la teoría del valor utilidad dicen que la escasez es relativa, pero… ¿relativa en relación a qué? Hay que decirlo: sólo puede ser relativa en relación a un poder de compra que está determinado por la producción (no cae del cielo), y por lo tanto, en relación a la producción del resto de las mercancías. En el caso de nuestro ejemplo, el poder de compra que permite realizar la venta de X está determinado por la producción de V, W, Y, Z, etcétera. No es indeterminado. Por ejemplo, supongamos que en la producción de X e Y se emplean 10 horas de trabajo, respectivamente, que los precios son X = Y = $100, y que a ese precio las producciones satisfacen las demandas existentes. Podemos decir que en relación a la producción del resto de los bienes (y por lo tanto, en relación al poder de compra global) no hay escasez ni de X ni de Y. Por eso, y dado que por fuera de esa relación no tiene sentido hablar de escasez (no hay escasez de X en relación a los viajes a la Luna), la escasez no puede explicar la relación de intercambio entre X e Y.

Para ver entonces qué puede explicar la escasez relativa, supongamos que se produce un cambio en los gustos y preferencias, de manera que aumenta la demanda de X y baja la de Y. Dada la producción, hay una escasez relativa de X paralela a una abundancia relativa de Y. En consecuencia, aumenta el precio de X a $110 y baja el precio de Y a $90. Se puede decir que la alteración de $10 en los precios relativos se explica por el cambio en las preferencias, que deriva en una escasez relativa de X y una abundancia relativa de Y. La escasez no explica, por supuesto, el precio base del que partió el cambio. Pero además, dado que la producción de X e Y se reproduce, y dado que con 10 horas de trabajo los productores A obtienen $20 más que los productores B, habrá productores B que pasarán a ser productores A de X. De manera que las ofertas se adecuan a la nueva estructura de demanda, y la relación de cambio entre X e Y vuelve a ser 1:1. La escasez, de nuevo, no explica esta relación; como tampoco los cambios en los gustos y preferencias. Estos últimos han explicado un cambio en la demanda, que explicó un cambio en la escasez relativa de uno de los bienes (escasez relativa a la oferta dada), que tuvo como contrapartida la abundancia relativa de otro (abundancia relativa a la oferta dada), situación que explica el cambio en las escalas de producción en la siguiente ronda. Puede verse aquí la importancia que tiene para el teórico de la utilidad decir que al llegar al mercado “la producción es cosa del pasado”. Además, una vez que se efectuó el cambio en las escalas de producción, no hay escasez relativa de X, ni abundancia relativa de Y.

Teorías del valor: austriacos vs marxistas (4) | Rolando Astarita [Blog]

La crítica sobre el trabajo complejo y simple

Respondemos ahora una crítica que han realizado los austriacos, que se refiere a la heterogeneidad en la calificación de los tipos de trabajos. En palabras de Böhm Bawerk, la objeción es cómo se puede relacionar cuantitativamente el trabajo de un artista talentoso y el de un pintor de brocha subida de peso. Recordemos que en El Capital Marx sostiene que el trabajo complejo es igual a ciertas unidades de trabajo simple, siendo este último el gasto de fuerza de trabajo simple “que, término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee en su organismo corporal” (p. 54). Y agrega un poco más adelante que “las diversas proporciones en que los distintos tipos de trabajo simple son reducidos al trabajo simple como su unidad de medida, se establecen a través de un proceso social que se desenvuelve a espaldas de los productores, y que por eso a éstos les parece resultado de la tradición” (p. 55). En la Contribución… define el trabajo simple como aquél “para el cual puede adiestrarse a cualquier individuo medio, y que éste deberá efectuar de una u otra forma” (p. 13). También explica que “el trabajo simple constituye, con mucho, la mayor parte de todo el trabajo de la sociedad burguesa, como es posible persuadirse a partir de cualquier estadística” (ídem). Y todavía unas líneas más abajo se refiere a “la simplicidad indiferenciada del trabajo” (p. 14) como una característica o determinación social del trabajo.

En términos modernos, el trabajo simple es aquél que demanda una competencia adquirida a través de la educación obligatoria y que se pueden ejecutar luego de un corto período de entrenamiento. Trabajadores de este tipo son, por ejemplo, operarios de máquinas o en líneas de montaje, que realizan tareas simples, operarios de limpieza, y similares. Por encima de este tipo de trabajos se ubicarían los que requieren, además de una educación básica obligatoria, períodos más largos de entrenamiento y experiencia; incluye operaciones de máquinas, conductores, venta, trabajos administrativos y de oficina. Luego tendríamos el escalón medio alto, con capacidades adquiridas más allá de la educación básica obligatoria, pero sin llegar a la universidad. Aquí entrarían los oficios como electricistas y plomeros, enfermeras, y otros oficios calificados. Y por encima tendríamos profesionales, técnicos especializados con alto entrenamiento, y similares.


Dado que las calificaciones van en aumento -y exigen más tiempo de trabajo dedicado a su preparación- aumenta el valor de la fuerza de trabajo empleada, y con ello la complejidad del trabajo. Nos referimos, por supuesto, a los trabajos dedicados a la reproducción más o menos sistemática de las mercancías. Esto significa que los trabajos intelectuales son sistematizados, de manera que se contabilizan tiempos de trabajo más o menos complejos. En este sentido, Marx observa que el capital separa los distintos tipos de trabajo, entre ellos el trabajo intelectual y manual, o los tipos de trabajo en los que predomina uno sobre el otro y los distribuye entre distintas personas (Marx, 1975, t. 1 pp. 347-8).

Por otra parte, y de forma creciente, los diversos tipos de fuerza de trabajo calificada son reproducidos por el modo de producción capitalista, a través de un sistema educativo estandarizado; y esto se combina con los avances en la división del trabajo y la especialización unilateral (que lleva a la descalificación de la mano de obra). Por eso, constantemente se asiste a un proceso de recalificación (tecnologías que requieren trabajo más complejo) y descalificación (producción “en serie” de egresados con estudios secundarios o terciarios más parcelización de tareas), lo que hace que, en promedio, los trabajos más calificados, aplicados a la producción, sean reducibles a cierta ciertas cantidades de trabajos simples. Y cuando la generación de fuerza de trabajo se estandariza, los diferenciales de salarios pueden considerarse ponderaciones adecuadas de las calificaciones laborales. Es de notar que el mismo mercado opera esta reducción, de forma más o menos permanente (por caso, un empresario cotiza la hora del tornero especializado 2,5 veces la hora de trabajo del operario simple). Por eso, aunque no es comparable el tiempo de trabajo de un Picasso con el de un pintor de brocha subida de peso, sí es comparable el tiempo de trabajo de un pintor de brocha subida de peso con el de otros trabajadores medianamente calificados, y el de éstos con el de un operario simple.

Precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo

Se ha sostenido que el concepto de tiempo de trabajo invertido es una abstracción, y que no puede ser comprobable. Sin embargo, en una sociedad en que no hay capital, o en que la tasa de ganancia es cero, se puede demostrar teóricamente que los precios deben ser proporcionales a los tiempos de trabajo invertidos. Este resultado se obtiene de manera muy sencilla con las matrices de insumo producto. Así, si p es el vector (fila) precios; A la matriz de coeficientes insumo producto; a el vector de tiempos de trabajo directo empleados en cada rama, y w el salario, tendremos que p = a (I – A)-1 w, donde (I – A)-1 es la inversa de Leontiev. Esta matriz representa las cantidades físicas de las mercancías que han sido necesarias, directa o indirectamente, en todo el sistema económico para obtener una unidad física de la mercancía i-ésima como mercancía final. De manera que si se multiplica cada una de estas cantidades físicas por el correspondiente coeficiente trabajo, y se suman los valores así obtenidos, se puede determinar la cantidad de trabajo que ha sido necesaria, directa o indirectamente, para obtener una unidad de la mercancía i-ésima como mercancía final. Lo cual demuestra que los precios, en este caso, deben ser proporcionales a los tiempos de trabajo invertidos (véase Pasinetti, 1984). Es básicamente el planteo de Marx en el capítulo 1 -cuando hay producción simple de mercancías los precios son proporcionales a los valores- aunque sin las complejidades derivadas de la forma del valor y de la venta, que es la instancia de la realización del valor.

Recordemos también que en la primera parte de la nota hemos dicho que los datos empíricos muestran que existe una relación entre caída relativa de precios y avances de productividad. Por supuesto, una correlación no hace una teoría, pero una teoría puede explicar una correlación. Por lo argumentado antes, es claro que la teoría del valor trabajo explica muy fácilmente esa correlación, a diferencia de lo que sucede con la teoría del valor utilidad. Si, por ejemplo, en la producción de X e Y se emplean 10 horas de tiempo de trabajo, y sus precios son X = Y = $100, y luego, en virtud de un cambio en tecnológico baja a 5 horas el tiempo de trabajo invertido en X, las fuerzas de la competencia forzarán el precio de X a $50. Este cambio de precio sucede con independencia de cualquier modificación de las preferencias, y puede vincularse fácilmente este caso teórico con lo que registran las estadísticas de la BLS o USDA, que hemos presentado en la primera parte.

Respuesta a una crítica equivocada

En el curso del debate con Cachanosky expliqué, a través de un ejemplo teórico, por qué la teoría de la utilidad no puede explicar los precios tendenciales, en torno a los cuales oscilan los precios de mercado. El ejemplo es así:

Supongamos que en las mercancías X e Y, producidas por A y B respectivamente, se emplean 10 horas de trabajo, y sus precios son X = Y = $100. Supongamos luego que se produce un cambio de las preferencias de los consumidores, de manera que aumenta la demanda de Y y baja la demanda de X. En virtud de las fuerzas de la competencia, el precio de Y aumenta a $110 y el de X baja a $90. Desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx, el caso es sencillo; la sociedad, de conjunto, y a través del lenguaje de los precios y el mercado, está diciendo es necesario destinar más tiempo de trabajo social a producir Y y menos a producir X, a fin de satisfacer las necesidades sociales. Pero esto es lo que ocurre (en condiciones de libre competencia). Dado que los productores de X emplean 10 horas de trabajo y obtienen $90 y los de Y ingresan $110, productores A comienzan a producir Y, hasta que los precios vuelven a ser X = Y = $100. Una vez acomodada la oferta (estamos suponiendo rendimientos constantes a escala), los precios están determinados por el costo de producción, en términos laborales.

Frente a este ejemplo teórico, los economistas de la corriente austriaca han planteado que es lícito sólo porque se trata sólo de dos bienes y no hay interdependencia con el resto de la producción. “Si se extiende el ejemplo, y hay interdependencia, el caso se cae”, viene a decir el argumento.

La objeción no es correcta. Primero, podemos extender el caso incorporando el bien Z, de manera que, por ejemplo, la caída de la preferencia por X se reparta en proporciones iguales en aumento de la demanda de Z e Y (el precio de X baja a $90 y los de Z e Y suben a $105, por ejemplo). El planteo básico no varía. Luego, podemos incluir un bien T, que se une a X en la caída de preferencias, sin que se alteren los resultados teóricos. Y así podría seguir. Es que la interdependencia no tiene relevancia en la medida en que los bienes X, Y, Z y T no entren como insumos en la producción de otros bienes. En cambio, si suponemos que X e Y, además de ser bienes de consumo, entran como insumos en la producción de otros bienes, basta con la alteración de sus demandas (y precios) para que haya interdependencia. Pero… ¿modifica esto las conclusiones que he sacado del ejemplo? En absoluto, sólo hace más complejo seguir la evolución de la adecuación de costos y precios, ya que durante un período el aumento del precio de Y por encima del de X afectará a algunas ramas más que a otras. Esto ocurrirá hasta que se readecue la producción de X e Y, y los precios relativos vuelven a la situación original.

En definitiva, reafirmo lo ya planteado: los cambios en las preferencias sólo explican los cambios en las cantidades demandadas de X e Y; no afectan a los precios tendenciales. Más en general, las variaciones de la oferta y la demanda generan oscilaciones de los precios en torno a los precios regidos por los costos laborales de producción, que siguen actuando como centros de gravitación.

El impás teórico en Menger

La incapacidad de la teoría del valor utilidad para explicar los precios que actúan como centros de gravitación de los precios de mercado se pone en evidencia en los problemas lógicos en que incurre el razonamiento de Menger cuando intentar explicar el intercambio. Es que Menger distingue entre el fundamento del valor y el precio, pero fracasa en establecer la conexión entre ambos. Para ver por qué, examinemos el razonamiento que presenta en los Principios de la economía política.

En el capítulo 3 de su libro Menger define al valor como “la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (pp. 102-3). Esto es, el valor sólo es la traslación de la importancia de la satisfacción de nuestras necesidades (p. 109); no es algo inherente a los bienes mismos. Pero si esto es así, los precios no pueden confundirse con el valor. Menger parece tener conciencia de esta cuestión cuando explica (capítulo 5) que los precios no constituyen “la esencia” del intercambio, y que son “simples fenómenos accidentales, síntomas de la equiparación económica entre las economías humanas” (p. 170; énfasis añadido). Agrega que son movidos por una fuerza que “es la causa última y universal de todo movimiento económico”, que es “el deseo de los hombres de satisfacer de la mejor manera posible sus necesidades” (idem). Además, “son los únicos fenómenos de la totalidad del proceso económico que pueden percibirse con los sentidos, los únicos cuyo nivel puede medirse, y los que la vida diaria nos pone una y otra vez ante los ojos…” (idem). Así, Menger está considerando una fuerza esencial, la satisfacción de necesidades humanas, y un fenómeno de superficie, los precios.

Pues bien, aquí viene el paso clave que demanda la teoría: establecer alguna relación sistemática (o ley) entre las valoraciones subjetivas y los precios. Pero dado su punto de partida, ese paso debe respetar una condición: que no haya equivalencia alguna en el intercambio de las dos mercancías, X e Y, ya que si admite que hay equivalencia se deslizaría hacia una teoría objetiva del valor. Por eso, cuando X e Y se intercambian, según Menger, no puede haber equivalencia alguna. Escribe: “Si los bienes intercambiados han pasado a ser equivalentes, en el sentido objetivo de la palabra, a través de la mencionada operación de intercambio, o lo eran ya incluso antes de la operación, no se ve por qué ambos negociadores (A y B de nuestro ejemplo) no habrían estado dispuestos a deshacer inmediatamente el cambio. Pero la experiencia nos enseña que en este caso, de ordinario, ninguno de los dos daría su asentimiento a tal arreglo” (pp. 171-2). Con un razonamiento similar, Rothbard critica a Marx. X e Y no pueden ser equivalentes en ningún sentido en tanto valores. La idea es que si A y B valen lo mismo, ¿para qué el intercambio? Por eso Menger afirma que “no existen equivalentes en el sentido objetivo de la palabra” (p. 172). Sin embargo, la realidad es que los X e Y de nuestro ejemplo teórico son, dada determinada proporción cuantitaitiva, equivalentes; por eso hemos dicho que los productores A y B no ganan en cuanto valores, aunque sí ganan en tanto valores de uso. Y este aunto tan sencillo es el que no puede ser admitido por Menger, ni por los austriacos. Pero por eso mismo Menger no puede establecer una conexión lógica entre valor subjetivo y precio. El precio de X = Y = $100, en nuestro ejemplo (o sea, hay equivalencia desde el punto de vista del valor) en tanto los valores de uso son distintos.

Estamos en el meollo de la contradicción lógica que plantea la teoría de la utilidad. Menger es incapaz de establecer la conexión entre el fenómeno ubicado a nivel de la conciencia y el hecho objetivo de que las mercancías tienen precios, y que se intercambian, en tanto valores, como equivalentes.

El mismo problema en Rothbard

Pasó más de un siglo desde que Menger escribiera su obra, y la cuestión permanece sin resolver, como lo evidencia Rothbard en su Historia del pensamiento económica. Efectivamente, en el capítulo dedicado a la crítica de la teoría del valor de Marx, Rothbard repite el argumento de Menger. Cita primero el pasaje en el que Marx dice que para que dos bienes sean intercambiables tienen que tener algo en común, y ese algo es el tiempo de trabajo socialmente necesario, y hace una afirmación crucial: sostiene que del hecho de que dos artículos se intercambien uno por otro no se deriva que sean iguales en valor, ya que si se intercambian son desiguales en valor. Textualmente: “A entrega X a B a cambio de Y porque A prefiere Y a X y B prefiere X a Y. El signo de la igualdad falsea la verdadera idea. Además, si los dos artículos, X e Y, fueran realmente iguales en valor desde el punto de vista de los que realizan los intercambios, ¿por qué demonios se tomarían el tiempo y la molestia de llevarlo a cabo?” (p. 442). Luego: “Si no existe igualdad de valor, entonces es evidente que no hay una tercera “cosa” a la que deban ser iguales los valores” (p. 443).

Vemos que de manera absurda Rothbard pone un signo igual entre la afirmación “las mercancías X e Y tienen algo en común”, que es de Marx, y la afirmación “X e Y son iguales”. Por supuesto, es elemental decir que cualquier particular X tiene algo en común con otro particular Y, sin que eso signifique que X es igual a Y. Jamás Marx afirmó que las mercancías que se intercambian son iguales en tanto valores de uso. X e Y se intercambian porque sus valores de uso son distintos. Marx es explícito en esto. Pero incapaz de criticar el planteo de El Capital, Rothbard repite el argumento de Menger que hemos analizado antes. Así, no puede superar el problema en que cayó Menger: explicar por qué X e Y son equivalentes en tanto valores, aunque no en tanto valores de uso.

Sin embargo, después de este desbarranque, viene la explicación por la positiva de Rothbard: sostiene que al decidir efectuar la venta, el agente A compara el valor de uso de X con el valor de cambio de X. Lo cuales un absurdo. Nadie puede realizar esa comparación porque no hay manera de homogeneizar cuantitativamente los términos de esta comparación (esto dejando de lado que a medida que se generaliza la producción mercantil, cada productor produce sólo para el mercado, esto es, no valores de uso para él). Estamos ante el fracaso de la tesis que dice que el valor surge de una comparación individual (esto es, a-social) entre las necesidades del individuo y su satisfacción mediante el uso de bienes.

Aunque Rothbard no lo dice, y tratándose del intercambio más simple entre dos productores, lo que en realidad compara A es el valor de uso de X con el valor de uso de Y, ya que necesita ganar en valor de uso. Pero además, compara los precios de X e Y; y los tiempos de trabajo de X e Y (para no incurrir en intercambios desventajosos, como aquél de 10 horas contra 5 horas de trabajo). Por todos lados se ve que se trata de una relación social, más específicamente, entre trabajos (la actividad humana fundante de la economía) que se han realizado bajo forma privada, pero pertenecen en sustancia al trabajo total social.La teoría del valor utilidad, en la vieja versión Menger o en la más moderna de Rothbard (y estamos hablando de referentes indiscutibles de la corriente austriaca) no puede explicar ni siquiera el intercambio mercantil más sencillo.

Conclusión: no hay teoría del valor utilidad

El fracaso en explicar teóricamente por qué el precio está fundado en la utilidad lleva, de hecho, a la renuncia a encontrar cualquier fundamento. De ahí que los teóricos de la utilidad, finalmente, terminan diciendo que el precio “es” valor. Es lo que hacen los economistas del “mainstream ortodoxo”, quienes parten de la utilidad para explicar los precios relativos -en los cursos de microeconomía es un tópico-, pero en los desarrollos ulteriores hacen desaparecer, prácticamente, toda referencia a la utilidad. Por eso sostienen que es un error buscar en los precios alguna ley económica reguladora. Precio “es” valor según el enfoque establecido. Lo cual explica la evolución que ha tenido la teoría de la utilidad: los sucesivos intentos de medición -primero fue la utilidad cardinal, luego la ordinal, más tarde vino la sofisticación de las escalas de preferencias, y por último las preferencias reveladas, que ya es pura tautología- son la expresión de la imposibilidad lógica de conectar utilidad y precio. No es una cuestión “técnica”, sino teórica. Por eso, quedan dos salidas: o repetir el razonamiento de Menger (que es lo que hace Rothbard), lo que nos lleva a un absurdo (no se puede explicar el intercambio más elemental). O decir que precio es sinónimo de valor. Pero en este último caso el precio no es expresión fenoménica de ninguna fuerza más esencial. Es volver a Samuel Bailey, quien afirmaba que el valor era sólo una relación entre dos objetos. Y eso es lo que sostuvo Cachanosky en la polémica, cuando criticó a Marx por distinguir entre valor y precio. No es casual; en todo debate hay una lógica. Subrayo: si no hay distinción entre valor y precio, se renuncia a indagar en una teoría del valor. La razón última de este desenlace reside en el fracaso de conectar la teoría subjetiva del valor con los precios. Es el fracaso del intento de explicar un fenómeno social -valor, precio, mercado- desde el individuo a-social, y de desplazar del foco del análisis la centralidad del trabajo humano.
 
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Tú produces mesas. Con una madera y una cantidad de trabajo.

Decides pintar unas cuantas en neցro. Funcionan muy bien, con un precio de 100€.

Resulta que también decidiste hacer unas cuantas en tonalidad verde caguerilla. Que espantan a la gente. Que sólo te las quitas poniéndolas de rebajas a 15€.

Llegas a un convenio con Ágata Ruiz de la Prada. Le pinta encima unos corazones rosas y esas mesas las vendes a 500€.

¿Cómo explicaría esto el marxismo? No puede. Como no puede explicar mil casos reales que pasan cada día. Por qué un cocinero cojonudo puede cobrar el triple que otro regular, empleando el mismo tiempo, y haciendo el mismo producto con los mismos materiales.

Por qué existen las modas. Por qué bienes que no sirven para casi nada son muy vendidos y otros con muchísima utilidad no venden, o son mucho más baratos.
Sí que se puede usar a Marx para explicarlo. Marx dice que esto ocurre por el sistema de producción del capitalismo, cual es este?

Una forma de producción que se basa en aumentar la ganancia a cualquier precio y bajar los costes a costa de lo que sea. Que se fabrica para vender, sin mayor objetivo, donde todo, hasta el ser humano, acaba aunque sea indirectamente convertido en una mercancía.

Esto implica que se forma una sociedad acorde a esta forma de producción, es decir, una sociedad donde lo importante es ganar con el menor coste posible, y que lo importante es no tener objetivos más que el disfrute a corto plazo a costa de lo que sea.

Estos valores, explican porque alguien puede tirar el dinero de una forma tan ridícula.
 
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