No se puede vivir de espalda al hecho de que morimos; y hoy está casi prohibido hablar de ello. Cuando alguien muere se le despacha rápido, no se quiere reconocer que te vas a morir. Antes no era así; la muerte se producía en casa, y lo normal es que el moribundo estuviera a la vista de todos, incluidos los niños.
A eso se refiere con cambiar la relación con la muerte. Y naturalmente que si con 85 años te da un infarto vas a intentar que te salven, pero la estadística está ahí.
En definitiva, que la vida es un proceso que conduce a la muerte y que envejecemos no por vicio o porque 'nos sentimos viejos' sino porque nos tenemos que morir.
A mí ya me han enviado no sé cuantas cartas para que me haga un test de prevención del cáncer de colon, y tengo que recoger muestras de las heces. Nada: como y descomo de maravilla y nunca enfermo, así que si estoy bien no haré nada.
Para entender la frase "cambiar la relación con la muerte", puedes remontarte a las sociedades tradicionales, rurales. Cuando era niño, recuerdo a los ancianos del pueblo hablando de la muerte con naturalidad. Cada vez que moría alguien, iba todo el pueblo al velatorio, y luego al entierro. Eran gente conocida. Veías al muerto. La familia lloraba, la gente le daba el pésame y los hombres más fuertes portaban el féretro en sus hombros y metían el ataúd en la tierra. Por supuesto, nadie quería morirse, pero tampoco nadie pretendía escaparse, se entendía la muerte como algo natural. "A mí ya me toca pronto", "yo seré el próximo", escuché a muchos viejos. Además, la idea de la muerte era edulcorada con la expectativa de la vida eterna que prometía la religión.
Hoy en día, salvo que sea un familiar muy directo, la muerte solo nos toca en contadas ocasiones. Todos los días escuchamos relatos de cientos o miles de muertos, pero son gente lejana, son simples números, estadísticas. Incluso algunos se regocijan con la tortura y la muerte ajena (véase foro Veteranos). Vivimos creyendo que somos inmortales. Además, la medicina alimenta esa utopía.
La relación con la muerte ha cambiado, al igual que ha cambiado la forma en la que nos comunicamos con los demás. Estamos hiperconectados pero, en el fondo, más aislados que nunca. Aislados también, aunque solo en nuestra cabeza, de la certeza de la muerte.