3.
A primera hora de la tarde hemos visto la primera comunidad desde que erramos juntos. Se trata de un grupo de chalés bastante apañado al borde de un río, que en otros tiempos seguramente era una escombrera, y a las afueras de una pequeña ciudad del extrarradio. Hay huertas, sólo interrumpidas por una línea de cercanías y una autopista hoy intransitada, lo que delata la cercanía de lo que era la ciudad. No se ven defensas, pero es evidente que en caso de peligro pueden atrincherarse detrás de las altas vallas y la densa alambrada que rodean una de las casas. La casa en cuestión está bien preparada para un asedio: dispone de un algibe y es lo suficientemente amplia para colocar 50 literas. Tiene conejera y gallinero (las gallinas son un bien preciado en Mad Max: son una fuente de proteínas y en caso de desesperación valen para un apaño). También hay un almacén en uno de los laterales, ideal para almacenar almendras sin pelar.
-"Déjame ver, déjame ver", dice Tisdale, que es el único que todavía no ha pegado un vistazo con los anteojos de Dabuti.
- "¿Quién baja?", pregunto inocente, mientras miro a la muchachada con ojillos de corderte.
Finalmente, Dabuti se ofrece. Parece una comunidad medianamente civilizada, incluso próspera, así que no parece correr un especial riesgo. Vemos cómo hace la seña del comercio mientras dos individuos se acercan a paso rápido. Uno de ellos lo apunta con una ballesta, y no deja de hacerlo mientras se dirigen a la casa de la valla, que sin duda es el cuartel general, donde le recibe nefernef.
Los cuatro desaparecen en su interior. Esperamos un par de horas, pero no ocurre nada y me empiezo a cansar. Aprovecho la espera para tomar un poco el sol, pero noto que Wingardian no me quita ojo de encima y eso me incomoda.
- "Vámonos antes de que vengan ellos", sugiero. "Mañana por la mañana bajaremos a ver qué ha pasado".
No conozco lo suficiente a estos tipos como para estar segura de que no nos traicionarán. Un errante nunca debe decir que viaja acompañado cuando se encuentra con una comunidad, pero de hijosputa está el mundo lleno.
Nos alejamos un poco hacia el oeste, por el camino por el que vinimos, y luego giramos hacia el norte. Me gustaría acercarme a la ciudad, pero hoy no nos dará tiempo. Empieza a ser difícil encontrar cosas con las que comerciar, pero si eres hábil, siempre hay cosas de valor en las poblaciones. La última vez encontré un Multiópticas sin saquear y ahora tengo una colección de Monturas Bonardi para intercambiar.
Efectivamente, la noche empieza a caer y apenas se ven los primeros bloques de pisos de las ciudades-dormitorio del área metropolitana, así que decidimos hacer noche debajo de un viaducto. Es una noche cálida, de las que anuncian un verano tórrido.
- No has hablado en toda la tarde, -me reprocha Tisdale-.
- No tengo nada interesante que decir, -le respondo mohína-.
En realidad, estoy preocupada. Hace cuatro días que Deimos se fue. Suele desaparecer de vez en cuando a cubrir cortesanas, el dolido can. Pero siempre vuelve en un par de días lleno de rasguños. "Bravo por ellas", me digo mientras lo veo acercarse con el regazo entre las piernas, como pidiéndome perdón. Igualito que un novio que tuve antes del Mad Max. Como tardaba tanto, Fobos salió esta mañana en su búsqueda. Dios, ¡adoro a estos chuchos! y ahora estoy sin ellos.
Y luego está el asunto de Dabuti. Algo me dice que no deberíamos abandonarlo a su suerte.
- ¿Sabéis cómo sigue?
- ¿El qué?, ¿cómo sigue qué?
- La historia de Wingardian, la del oficial atmosférico en la isla.
Tisdale se incorpora ansioso y me agradece que les acabe de contar la historia.
- Pues resulta que el farero tenía como mascota a uno de los seres a los que disparaban. Se la amaba cada noche…
En ese momento, una voz nos interrumpe. Es aflautada y tiene acento canario: me recuerda a la de Valerón.
- ¿Ya acabashte mi niña de contar cuentesitos?
Los tres nos giramos sobresaltados. Hay un tipo bastante fornido apuntándonos con una escopeta de caza. Va vestido de Coronel Tapioca pero en plan mercadillo, el muy flipao: botas de tréquin, pantalón corto de tonalidad verde camuflaje, chaleco, badana, una camiseta que dice "Ser canario es mi rasón" y un sombrero de tirolés.
- "Siento interrumpir ehta amigable reunión de la Comunidad de los Visillos", nos dice mientras nos arroja unas bridas y se ríe de su ocurrencia.
Y ahora, "quietesitos todos", nos dice. Es evidente que Wingardian es incapaz de atarse sólo, así que el tipo se lía a culatazos con él hasta dejarlo más aturdido que de costumbre. Yo dudo cómo reaccionar. Quizás no corramos peligro: inmovilizar a un desconocido es una medida lógica de precaución. Pero quizás no sea bueno esperar para confirmarlo: en el tiempo que alcanzo y armo mi ballesta, me puede haber metido dos postas en el cuerpo. Si me abalanzo sobre él, quizás pierda el arma antes de que pueda dispararme, pero estoy segura de que en un combarte cuerpo a cuerpo me puede machacar. Cuento con la ayuda de Tisdale, pero no sé muy bien si ya se ha amordazado.
Antes de que pueda decidir el plan, veo como Tisdale me lo copia y se abalanza sobre el Capitán Decatlhon. El canijo tiene más fuerza de lo que prometen sus bracitos enclenques. O más bien es rabia. Del primer empujón, ambos salen rodando, y la escopeta cae al suelo. Sin embargo, el ogro reacciona enseguida y aplasta al errante contra el suelo. La maniobra es rápida, pero me da tiempo a recuperar el arma. Cuando Tisdale agota su energía, tras un desquiciado culebreo, la situación es la siguiente: Wingardian inconsciente y amordazado. Tres metros delante suyo, yo apunto con la escopeta al grandote, que se parapeta detrás de un semiinconsciente Tisdale. Si disparo, quizás alcance a Wingardian, pero seguro que frío a aquél, sin que ello me asegure dar al forastero. cosa de situación: creí que esto sólo pasaba en las películas. Decido ser racional:
- Mira, no tengo nada contra tuyo. Deja al chaval y lárgate.
- ¿Te le amahte al acondroplásico?
Ya vamos mal. Primero nos joroba una buena historia y a las segundas de cambio ya está diciendo obscenidades. No sé qué haría si estuviera en su lugar. Lo miro fijamente: no parece un errante, aunque tiene la misma mirada turbia. Tampoco parece muy listo, pero no hay que ser ingeniero de cohetes para salir de situaciones como éstas. Está claro que es una lucha de instintos. El tipo parece estar dispuesto a esperar hasta que me canse de sujetar la escopetaza. puñetero Eusebio Arizaga.
- T´ehtoy poniendo serda, ¿eh Morena?
- Oyes, babuino, te lo digo en serio, acabemos con esto de una vez. ¿Qué quieres?
- Primero mata´l acondroplásico y luego amarte toda la noche, que se me puso como el Teide de mihlita querida.
puñetero cabrón. Me estoy poniendo mala. No sé realmente qué pretende y por lo que veo, no está dispuesto a decírmelo. Tampoco sé si está sólo y si en cualquier momento puede aparecer algún colega y sacudirme la tapa de los sesos. Decido arriesgarme. Aunque se parapete detrás suyo, queda un buen trozo del Capitán Majorero detrás de Tisdale. Probablemente alguna posta le alcance. Luego me quedará otro cartucho. Quizás tenga que rematarlo. La otra opción es irme, pero no me apetece andar por ahí de noche con el bigardo en celo.
Amartillo el arma. Me acerco poco a poco. Lo siento por el errante: me caía bien.