Comparto una reflexión crudamente expuesta.
Dándole vueltas al asunto de Inquisición, reyes, faraones y gamusinos pensé que quizá el comportamiento de los poderosos y los reguladores de las leyes se basa en gran medida en sus creencias y la relación que tienen con ellas. La Inquisición española ponía a Dios como origen del derecho, los reyes españoles sometieron al papa, pero se sometían a Dios. Y se lo creían, no tenían deseos de ponerse por encima de Dios y acataban la ley divina sin hacerse portavoces o interferir en ella. Séneca y Nerón se comportaban como ateos, pero creían que la ley era algo basado en la razón y la verdad, no algo que crearon los humanos, sino algo que descubrieron y que formaba parte de la esencia del universo. Los tiranos siempre se comportan como los creadores de la ley, algo que a ellos no les afecta pues es su propia creación y se la aman cuando quieren.
Y este es el problema que crean las élites occidentales al creerse algo extraordinario no sujeto a las leyes de la naturaleza o humanas. Parecen creerse sus propios libros de autoayuda, que hasta la entropía puede ser reversible si se tiene la fuerza de voluntad y estirpe adecuada.
Las élites occidentales creen en una variante poco equilibrada del ya sospechoso "todo es constructo", a saber:
"todo es discurso". Para ellos, el discurso moldea la realidad. Es un desdén por el mundo físico, pero que tiene muy poco de espiritual. Simplemente, el mundo material se rige por consenso de mayorías.
Y es normal que piensen así, porque es el discurso, el relato, el que les ha llevado hasta donde están.
De ahí la obsesión por controlar el relato, porque de esa manera sienten que controlan la realidad. Como decía Borrell hace un par de meses: "está claro que el viento sopla en contra de Occidente, sopla en contra nuestra. Y
tenemos que ganar la batalla narrativa sobre Oriente Medio, sobre Ucrania".
Esta gente jamás aceptará que la realidad física es la que se impone al final de todo, y que ni los mejores
valores ni el
orden basado en reglas pueden competir contra la producción de obuses o el control de minerales estratégicos. Así que, cuando vean que Occidente se derrumba y cae a pedazos, echarán las culpas en última instancia a sus propios ciudadanos, por no compartir su visión.