Joer, no lo pilláis.
Mi matrimonio no es perfecto. Para nada. Mi marido y yo nos enfadamos, nos chinamos, tenemos nuestras hezs, como todos. Nos queremos, eso es verdad, nos respetamos, y siempre existe la buena voluntad por parte de ambos de arreglar las cosas. Mantenemos una dinámica sana de procurar complacer al otro, porque sabemos que existe reciprocidad. Tenemos a raya el instinto de hacer daño al otro cuando estamos heridos, porque no funciona. Nunca funciona. Hay líneas que no se pueden cruzar, y hay palabras que no se pueden decir, porque una vez cruzadas y dichas, siempre estarán allí en el medio de la relación.
Somos románticos en el buen sentido. No me hago ilusiones de creer que somos almas gemelas unidas por el hado. La verdad, la cruda verdad, es que fue el cualquiera del entorno que cuadraba con mi sentido de la seriedad y de ver al mundo, y yo era una chorti de buen ver con un buen par de razones y buena actitud. Nada más y nada menos. Lo importante es lo que construyes después. Lo romántico es dedicar dos horas en la cocina para que se relama. Lo romántico es echar horas extras para irte de vacaciones con tu señora. Lo romántico es aguantarse todos los días y agradecer las pequeñas inconveniencias de la vida en común, porque sabes de sobra que te compensa. Mi vida es anodina y normal. Lo extraordinario es que ambos estemos complacidos con nuestra calma chicha.