Mundo de la hostelería. Caldera de freír (una especie de sartén a lo bestia, que se pone sobre un quemador de propano), llena de aceite, con el aceite ya en temperatura de freír. Llega el señor que freía (mi jefe), y me dice que la caldera tiene mucho aceite, que coja una jarra de metal (la teníamos para eso) y le quite. Le pregunto que si tiene algún recipiente de chapa para ir echando el aceite. Me dice que para que lo quiero, que lo vierta en la garrafa de aceite que había quedado vacía (de plástico). Le digo que eso no es adecuado, y me dijo que dejara de poner pegas y lo hiciera, que eso lo había hecho él mil veces y no pasaba nada.
Primera jarra, no pasó nada. Segunda, la garrafa empezó a perder altura y ganar mucha anchura en la base. A la tercera, la garrafa se rompió, y el aceite hirviendo se extendía por el piso. Él se puso como loco, diciendo que como había podido pasar. Cogió un cubo de agua, y lo tiro al suelo. Todo se llenó de una enorme nube de vapor mientras el suelo chisporroteba. Al ver la situación, apareció la otra jefa pidiendo explicaciones, y él se las dio. Básicamente, ella le dijo que a quién se le podía ocurrir eso, y él, enfadado, respondió que a él.
Al final, se fregó el suelo con fairy y a seguir. Pero menudo puñetero espectáculo.