A mí me huele a NINE, cuando Daniel Day Lewis consulta al Papa. Seguramente el torero trataba de ser fuerte en Cristo, pero después de toda una vida siendo un random, le sonó la flauta en 2020. Y aun así, debido al Real bichito, no lo pudo disfrutar hasta un año después.
En definitiva lleva poco más de 12 meses sabiendo lo que es que las mujeres se despojen de las ropa interior y lo persigan con la rajeta abierta como si estuviese atrapado en una pantalla de Pacman. No las zorritas del montón que siguen al torero de relleno o al cantante de la orquesta. Más bien pibones de Chanel con las berzas mejor operadas del mundo, saliendo de cada esquina de la plaza, corriendo al vestuario, colándose en el hotel. Con su schoscho come-cocos, siempre amenazando comerse a Juan Ortega, deglutirlo, DESNACERLO.
Consultó a sacerdotes de Barcelona, Sevilla y París, llamó al Rabino de la Sinagoga de Córdoba y al imán de Ripoll (que no le pudo atender). Quiso averiguar cómo calmarse y ver el matrimonio como algo superior a los placeres que se le ofrecían.
«Yo chupo alguna pirula de seminarista y luego me confieso», le dijo el cura de Barcelona, pero este subterfugio no convenció al maestro.
