"El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan", escribió una vez un tipo llamado Arnold Toynbee, un historiador de la Pérfida Albión.
En un mundo cada vez globalizado, más rápido y más frágil, el más pequeño país del mundo no puede ser gobernado con efectividad por un grupo de personas en ratos libres, por toda la buena voluntad del mundo y la formación que puedan tener; el gobierno de un país, de cualquier país debería ser un trabajo a tiempo completo.
¿Cuál es el problema? Que uno podría esperar utópicamente que un gobernante debe esforzarse por llevar el timón de la nación, sacrificio, voluntad de cambio, realismo... y todo lo que queramos añadirle; pero hay que tener en cuenta que un país no lo gobierna ni un pequeño comité de sabios ni un tío encumbrado al poder, necesita una legión de ministros, asesores, administradores, consejeros, apoderados, suministradores y todo el largo etcétera de adláletes al poder. Incluso en las dictaduras.
Pienso que el pensamiento de Noa_M puede funcionar únicamente en microsistemas muy reducidos - como las comunas de Owen o los kibutz-, pero nunca en un gobierno nacional. Sólo dejaré caer que en la obra Utopía, de Tomás jovenlandés, el cargo de Príncipe de la isla era vitalicio - aunque podía ser revocado por tiranía o corrupción -, elegido por votación secreta del Consejo.
Aunque no me gustaría terminar mi post sin dejar una reflexión sobre las utopías; he leído por ahí atrás que una utopía era algo irrealizable... entonces, ¿para qué valen las utopías?
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. (Eduardo Galeano)