M. Priede
Será en Octubre
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Lo veo día a día: transportistas, obreros, camareros, peones agrícolas, limpiadores, cuidado de ancianos. Cada año que pasa compruebo que los españoles rechazan esos trabajos. Uno es la desaparición de las fronteras y el tener que soportar una marejada de delincuentes y otro que la inmi gración buena, la que viene a trabajar, resulte absolutamente imprescindible si el país quiere seguir funcionando. Cada día es más frecuente tropezarse con el español yolovalguista, incapaz de hacer la o con un canuto pero exigente y siempre quejándose por todo. Si no quieres trabajar, vaguea cuanto gustes, pero en tu casa. Con la excepción de los que vienen del campo (aun quedan algunos) los demás están convencidos de que se les debe todo; van al trabajo como el que iba a la mili: a escaquearse todo lo que pueden pero quejándose y exigiendo. Tienen a gala hacer lo menos posible.
Un ejemplo muy cercano: tengo de vecino a un anciano de 95 años; cuando lo conocí tenía 88 y era una máquina de trabajar, pero pinchó -ya le tocaba- y necesita que le cuiden. Gracias a los ahorros -su pensión es baja- y a que los vecinos y familiares lo vigilamos de cerca, puede pagar el que le traigan la comida de fuera cada día, la limpieza de la casa y la atención diaria. En un geriátrico lo empastillarían para que no diera problemas. El hombre viene de un tiempo en que ahorrar era un deber; es campesino, y la gente de campo, por pobre que fuera, sabía desde siempre que tener dinero en el calcetín era una obligación: que si se enferma la vaca, que si se estropea la segadora, que la cosecha de este año no fue bien... Eso de vivir a crédito es una degeneración y una imposición muy actual. "Tengo dieciséis millones", me dijo una vez. Cien mil euros dan para que le atiendan durante mucho tiempo; descapitalizar quinientos euros al mes le da para quince años, bastante más de lo que vivirá: "Yo ya estoy más en el otro mundo que en éste", me decía hace dos semanas. Gracias a eso morirá en la misma casa y en la misma cama en la que nació.
Pues bien, por casa de este hombre pasaron tres españolas a limpiar, la primera, ya mayor, limpia, pero chismosa y metomentodo; las otras dos, caraduras y guarras; sólo una boliviana primero y una ecuatoriana después cumplieron con su trabajo, que le dejaban la vivienda como los chorros del oro, y además le cortaban las uñas y lo arreglaban un poco. Acabaron dejando de ir por la demanda que tenían; no les compensaba el desplazamiento. El hombre cada día está más impedido, y desde hace medio año un jovenlandés va tres veces al día: a darle el desayuno, la comida y la cena; aparte de bañarlo casi a diario. Y bañarlo es cambiarle los pañales y lo que eso conlleva, porque además de ser terco como una mula el viejo ya está más p´alla que p´acá, y se empeña en cambiarse él dejando todo untado de pastel: ropa, suelos, zapatos, toallas. Así un día tras otro. El jovenlandés ya cuidó de la hermana de este hombre durante cinco años, por eso llegó con las mejores referencias. Esta semana se ha ido de vacaciones y lo atiende un boliviano de 65 años, que viene tambien tres veces al día y desde el pueblo de al lado, a seis kms, pero en bicicleta; el jovenlandés tiene un Chévrolet enorme.
Y ahora agarraos (por lo del Chévrolet): hablando con él, un tangerino majísimo (me lo he tropezado por la calle con su mujer y su hija y parecen de clase media alta de lo bien que se les ve), me contó que no daba abasto, que diariamente bañaba entre seis y ocho ancianos, a veces ha tenido hasta diez. La gente se lo rifa porque además de atento cobra barato, quince euros por aseo, que siempre le dejan más, como mínimo veinte (cómo no, estás oliendo a hez y llega una persona que te trata bien y te lava y deja perfumado, pues como mínimo veinte euros). Si multiplicas ocho por quince euros te da ciento veinte (ya digo: mínimo) diarios, y como trabaja todos los días, son tres mil seiscientos al mes. Pero aquellos a los que atiende tres veces al día, les cobra doscientos a la semana (son veintiún desplazamientos a la semana más la labor, o sea, que sale a menos de diez euros la hora), así que echando cuentas, por lo bajo, se embolsa 4.400 al mes. ¿Y por qué los españoles no lo hacemos, cuando resulta que se dan de tortas por entrar a trabajar en residencias de ancianos? Pues porque lo importante es el puesto de trabajo aunque no valgas para ello, de ahí que te encuentres empleados en los geriátricos a los que dar de baja de la suscripción de la vida, y con dolor, sería poco, tal y como hemos visto que sucedió el otro día en una residencia de la Comunidad de Madrid, y no pasa mucho tiempo sin que tengamos que leer noticias como ésa.
Cuidar a un anciano requiere un don, y eso no está al alcance de todos. No se cuida a un viejito como el que barre una calle o atiende la plancha de una cocina. Si vales, vales, y si no haz otra cosa. Ah, no, el hijo de mi madre no se humilla de barrendero, y si quiero trabajar a techo y con aire acondicionado en un geriátrico, que el viejo no se ponga simple que para eso el hijo de mi madre o yo, que soy divina, merezco lo mejor, y si no me lo dan tendré que pisar por ello a quien sea; menos al jefe, claro, así que pagará mi frustración el anciano.
Guste o no guste, España se mantiene a flote gracias a la inmi gración. Asunto diferente es que Mohamed VI nos meta en casa todo lo que allí no quiere o que los mismos que blindan sus fronteras nos exijan actuar como si nosotros no las tuviésemos.
Un ejemplo muy cercano: tengo de vecino a un anciano de 95 años; cuando lo conocí tenía 88 y era una máquina de trabajar, pero pinchó -ya le tocaba- y necesita que le cuiden. Gracias a los ahorros -su pensión es baja- y a que los vecinos y familiares lo vigilamos de cerca, puede pagar el que le traigan la comida de fuera cada día, la limpieza de la casa y la atención diaria. En un geriátrico lo empastillarían para que no diera problemas. El hombre viene de un tiempo en que ahorrar era un deber; es campesino, y la gente de campo, por pobre que fuera, sabía desde siempre que tener dinero en el calcetín era una obligación: que si se enferma la vaca, que si se estropea la segadora, que la cosecha de este año no fue bien... Eso de vivir a crédito es una degeneración y una imposición muy actual. "Tengo dieciséis millones", me dijo una vez. Cien mil euros dan para que le atiendan durante mucho tiempo; descapitalizar quinientos euros al mes le da para quince años, bastante más de lo que vivirá: "Yo ya estoy más en el otro mundo que en éste", me decía hace dos semanas. Gracias a eso morirá en la misma casa y en la misma cama en la que nació.
Pues bien, por casa de este hombre pasaron tres españolas a limpiar, la primera, ya mayor, limpia, pero chismosa y metomentodo; las otras dos, caraduras y guarras; sólo una boliviana primero y una ecuatoriana después cumplieron con su trabajo, que le dejaban la vivienda como los chorros del oro, y además le cortaban las uñas y lo arreglaban un poco. Acabaron dejando de ir por la demanda que tenían; no les compensaba el desplazamiento. El hombre cada día está más impedido, y desde hace medio año un jovenlandés va tres veces al día: a darle el desayuno, la comida y la cena; aparte de bañarlo casi a diario. Y bañarlo es cambiarle los pañales y lo que eso conlleva, porque además de ser terco como una mula el viejo ya está más p´alla que p´acá, y se empeña en cambiarse él dejando todo untado de pastel: ropa, suelos, zapatos, toallas. Así un día tras otro. El jovenlandés ya cuidó de la hermana de este hombre durante cinco años, por eso llegó con las mejores referencias. Esta semana se ha ido de vacaciones y lo atiende un boliviano de 65 años, que viene tambien tres veces al día y desde el pueblo de al lado, a seis kms, pero en bicicleta; el jovenlandés tiene un Chévrolet enorme.
Y ahora agarraos (por lo del Chévrolet): hablando con él, un tangerino majísimo (me lo he tropezado por la calle con su mujer y su hija y parecen de clase media alta de lo bien que se les ve), me contó que no daba abasto, que diariamente bañaba entre seis y ocho ancianos, a veces ha tenido hasta diez. La gente se lo rifa porque además de atento cobra barato, quince euros por aseo, que siempre le dejan más, como mínimo veinte (cómo no, estás oliendo a hez y llega una persona que te trata bien y te lava y deja perfumado, pues como mínimo veinte euros). Si multiplicas ocho por quince euros te da ciento veinte (ya digo: mínimo) diarios, y como trabaja todos los días, son tres mil seiscientos al mes. Pero aquellos a los que atiende tres veces al día, les cobra doscientos a la semana (son veintiún desplazamientos a la semana más la labor, o sea, que sale a menos de diez euros la hora), así que echando cuentas, por lo bajo, se embolsa 4.400 al mes. ¿Y por qué los españoles no lo hacemos, cuando resulta que se dan de tortas por entrar a trabajar en residencias de ancianos? Pues porque lo importante es el puesto de trabajo aunque no valgas para ello, de ahí que te encuentres empleados en los geriátricos a los que dar de baja de la suscripción de la vida, y con dolor, sería poco, tal y como hemos visto que sucedió el otro día en una residencia de la Comunidad de Madrid, y no pasa mucho tiempo sin que tengamos que leer noticias como ésa.
Cuidar a un anciano requiere un don, y eso no está al alcance de todos. No se cuida a un viejito como el que barre una calle o atiende la plancha de una cocina. Si vales, vales, y si no haz otra cosa. Ah, no, el hijo de mi madre no se humilla de barrendero, y si quiero trabajar a techo y con aire acondicionado en un geriátrico, que el viejo no se ponga simple que para eso el hijo de mi madre o yo, que soy divina, merezco lo mejor, y si no me lo dan tendré que pisar por ello a quien sea; menos al jefe, claro, así que pagará mi frustración el anciano.
Guste o no guste, España se mantiene a flote gracias a la inmi gración. Asunto diferente es que Mohamed VI nos meta en casa todo lo que allí no quiere o que los mismos que blindan sus fronteras nos exijan actuar como si nosotros no las tuviésemos.
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