Muchachitoviejo
Madmaxista
Yo era coleccionista de bofetadas (collejas, quicos, pellizcos, ñoquis y similares los englobo en el apartado muestras de cariño), no sólo de mis padres, más de él que de ella, también de hermanos/as, profesoras (curioso que no recuerdo a ningún profesor atizándome), una vez un empleado de mi viejo (bofetón qué valió su peso en oro) y otra de una vecina en estado de shock (esa no cuenta).
La inmensa mayoría de las bofetadas fueron más que merecidas. Yo era un niño muy impertinente y con un desprecio patológico por la autoridad, sobretodo cuando no era coherente y se aplicaba por narices.
Por otro lado, mis padres siempre me dejaron hacer a mi aire y, en la medida de lo posible me trataron como a un adulto. Confiaban en mí, y a pesar de nacer y vivir en Barcelona ciudad, tuve una infancia muy Tom Sawyer, muchas desgracias pudieron haberme pasado, pero al no ser así, salí reforzado, imagino. En mi casa las cosas se hablaban muy claras, mis decisiones eran mis decisiones y mis cosas mis cosas. Eso sí, si me pasaba de la raya, zas!, correctivo. Normalmente eran bofetadas espontáneas fruto de mi incontinencia verbal, y recuerdo que lo prefería así a que me comieran la olla o me dieran la charla, un poco de picor en la mejilla y a otra cosa.
La última me la llevaría con trece años o así, no tengo ningún problema con ello y estoy convencido de que la bofetada, aplicada con moderación, es una magnífica herramienta pedagógica.
Es más, me atrevo a afirmar que una infancia sin bofetada, una al menos, es una infancia incompleta ¿sería posible que algunos comportamientos adultos fueran reclamaciones inconscientes de la bofetada que nunca les dieron de pequeños? ¿conocéis la expresión recibir una bofetada a tiempo?
En el ñoñismo imperante, podría parecer que, para un niño, recibir una bofetada fuera motivo de vergüenza, autocompasión o compasión ajena. Nada más lejos de la realidad, la bofetada espabila, contrasta, cambia puntos de vista y da lucidez. Además, recibirla con estoicismo y resignación, curte el espíritu y por lo tanto ennoblece al abofeteado, que aprende a responsabilizarse de sí mismo. Rápida, efectiva, muy expresiva y sin protocolos, son todo ventajas, nunca se había comunicado tanto en tan poco tiempo.
Hay que tener en cuenta también que, a diferencia de recibirla de adulto, para un niño la bofetada no tiene por qué ser necesariamente humillante, al contrario puede ser un gesto heroico que forma parte de una aventura ¿qué es una aventura sin riesgo? que podrá explicar y de la que podrá presumir, pudiendo recordarse como un momento épico de combate, como antiguas cicatrices de guerra. Similar a aquel, ya lejano para nuestra generación, aguantar sin lágrimas, exclamaciones ni sollozos los 20 golpes de regla en la palma de las manos.
Saber aguantar una bofetada con entereza hace toreros a los infantes, pues tantos tipos de bofetada como toros hay, y saber soportar con entereza cualquiera de sus variantes les hace adquirir parte de las hechuras y el porte de aquellos que miran directos a los ojos de los encornados que les vienen a embestir.
Aquellas hechuras ya no se ven, ahora todo niños y jóvenes fofos y salchis. Podría pensarse que es por exceso de donnettes y phosquitos, pero no, es por la escasez de las bofetadas y de las actitudes que las propiciaban. No sobra azúcar, falta espíritu. Al final el cuerpo se adapta al medio y el medio cada vez es más bovino.
Por último, apuntar que a pesar de tener experiencia en recibir, el bofetón más efectivo fue uno que nunca me dieron:
-¿Le has hecho tú esto a este niño? (profesor en la grada del patio sentado con el niño llorando desconsolado al lado)
-Sí
-Ya te puedes ir
Si me hubiera dado un bofetón no me habría sentido tan como una hez como con aquel despectivo "Ya te puedes ir". Y ahí quedó todo, ni castigo, ni charla, ni pedir disculpas ni nada. Y casi 40 años después creo que ese fue el bofetón (aunque virtual) más efectivo de entre todos los que recibí y es posible que fuera tan efectivo gracias en parte a todas las bofetadas previas, por lo del contraste en la expectativa y tal.
La inmensa mayoría de las bofetadas fueron más que merecidas. Yo era un niño muy impertinente y con un desprecio patológico por la autoridad, sobretodo cuando no era coherente y se aplicaba por narices.
Por otro lado, mis padres siempre me dejaron hacer a mi aire y, en la medida de lo posible me trataron como a un adulto. Confiaban en mí, y a pesar de nacer y vivir en Barcelona ciudad, tuve una infancia muy Tom Sawyer, muchas desgracias pudieron haberme pasado, pero al no ser así, salí reforzado, imagino. En mi casa las cosas se hablaban muy claras, mis decisiones eran mis decisiones y mis cosas mis cosas. Eso sí, si me pasaba de la raya, zas!, correctivo. Normalmente eran bofetadas espontáneas fruto de mi incontinencia verbal, y recuerdo que lo prefería así a que me comieran la olla o me dieran la charla, un poco de picor en la mejilla y a otra cosa.
La última me la llevaría con trece años o así, no tengo ningún problema con ello y estoy convencido de que la bofetada, aplicada con moderación, es una magnífica herramienta pedagógica.
Es más, me atrevo a afirmar que una infancia sin bofetada, una al menos, es una infancia incompleta ¿sería posible que algunos comportamientos adultos fueran reclamaciones inconscientes de la bofetada que nunca les dieron de pequeños? ¿conocéis la expresión recibir una bofetada a tiempo?
En el ñoñismo imperante, podría parecer que, para un niño, recibir una bofetada fuera motivo de vergüenza, autocompasión o compasión ajena. Nada más lejos de la realidad, la bofetada espabila, contrasta, cambia puntos de vista y da lucidez. Además, recibirla con estoicismo y resignación, curte el espíritu y por lo tanto ennoblece al abofeteado, que aprende a responsabilizarse de sí mismo. Rápida, efectiva, muy expresiva y sin protocolos, son todo ventajas, nunca se había comunicado tanto en tan poco tiempo.
Hay que tener en cuenta también que, a diferencia de recibirla de adulto, para un niño la bofetada no tiene por qué ser necesariamente humillante, al contrario puede ser un gesto heroico que forma parte de una aventura ¿qué es una aventura sin riesgo? que podrá explicar y de la que podrá presumir, pudiendo recordarse como un momento épico de combate, como antiguas cicatrices de guerra. Similar a aquel, ya lejano para nuestra generación, aguantar sin lágrimas, exclamaciones ni sollozos los 20 golpes de regla en la palma de las manos.
Saber aguantar una bofetada con entereza hace toreros a los infantes, pues tantos tipos de bofetada como toros hay, y saber soportar con entereza cualquiera de sus variantes les hace adquirir parte de las hechuras y el porte de aquellos que miran directos a los ojos de los encornados que les vienen a embestir.
Aquellas hechuras ya no se ven, ahora todo niños y jóvenes fofos y salchis. Podría pensarse que es por exceso de donnettes y phosquitos, pero no, es por la escasez de las bofetadas y de las actitudes que las propiciaban. No sobra azúcar, falta espíritu. Al final el cuerpo se adapta al medio y el medio cada vez es más bovino.
Por último, apuntar que a pesar de tener experiencia en recibir, el bofetón más efectivo fue uno que nunca me dieron:
-¿Le has hecho tú esto a este niño? (profesor en la grada del patio sentado con el niño llorando desconsolado al lado)
-Sí
-Ya te puedes ir
Si me hubiera dado un bofetón no me habría sentido tan como una hez como con aquel despectivo "Ya te puedes ir". Y ahí quedó todo, ni castigo, ni charla, ni pedir disculpas ni nada. Y casi 40 años después creo que ese fue el bofetón (aunque virtual) más efectivo de entre todos los que recibí y es posible que fuera tan efectivo gracias en parte a todas las bofetadas previas, por lo del contraste en la expectativa y tal.