Cazarr
ESTE ES EL CAMINO
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Sigo la tónica de los últimos hilos cagados sobre lo increíble que resulta darse cuenta de que haya pasado tanto tiempo desde ciertos recuerdos y lo rápido que ha volado este último año —cada vez más prisas y monotonía que "comprimen" el recuerdo de lo vivido, en mi caso—.
Recuerdo hace ya varios años, cuando le di una oportunidad a la psicología, que el terapeuta me insistía mucho en esta idea para no estresarme: "pensar mucho en el futuro genera ansiedad; pensar mucho en el pasado genera depresión". No pilló que hacía las dos cosas.
Yo ya no sabría calibrar si mis preocupaciones son fundadas o están pasadas de rosca —echo en falta una mujer que me diga "tranquilízate, lo estás haciendo bien"—, si me será útil para enfrentar la incertidumbre vital o si reacciono desorbitadamente. Pensando en ello llego a la conclusión de que no vivo el presente. Más allá de la palabrería de autoayuda: pienso mucho en el pasado, mucho en el futuro y entre pensamientos dejo correr el tiempo, viendo una serie mientras como, actualizando el foro compulsivamente mientras espero la hora de trabajar o perdiendo demasiadas horas en el ordenador. Anestesia.
Este pasado año ha sido dolido y he perdido algo —llamémoslo el caminito de mi infancia— que me afecta especialmente, que daba por sentado que siempre tendría, lo que hace más difícil pasar página. Era mi rinconcito de la paz, omitiendo detalles. Pero más allá de eso pesa la sensación de tener permanentemente el ancla echada. Una lucha contra la cruda realidad: asumir la mortalidad, la temporalidad, y no alimentar el nudo gargantero o la parálisis del saber que nada puedes hacer.
En suma, me gustaría aprender cómo llevar el pasado bien asimilado, no a cuestas como una fruta cruz. Parece mentira pero hay comeduras de tarro verdaderamente destructivas.
Recuerdo hace ya varios años, cuando le di una oportunidad a la psicología, que el terapeuta me insistía mucho en esta idea para no estresarme: "pensar mucho en el futuro genera ansiedad; pensar mucho en el pasado genera depresión". No pilló que hacía las dos cosas.
Yo ya no sabría calibrar si mis preocupaciones son fundadas o están pasadas de rosca —echo en falta una mujer que me diga "tranquilízate, lo estás haciendo bien"—, si me será útil para enfrentar la incertidumbre vital o si reacciono desorbitadamente. Pensando en ello llego a la conclusión de que no vivo el presente. Más allá de la palabrería de autoayuda: pienso mucho en el pasado, mucho en el futuro y entre pensamientos dejo correr el tiempo, viendo una serie mientras como, actualizando el foro compulsivamente mientras espero la hora de trabajar o perdiendo demasiadas horas en el ordenador. Anestesia.
Este pasado año ha sido dolido y he perdido algo —llamémoslo el caminito de mi infancia— que me afecta especialmente, que daba por sentado que siempre tendría, lo que hace más difícil pasar página. Era mi rinconcito de la paz, omitiendo detalles. Pero más allá de eso pesa la sensación de tener permanentemente el ancla echada. Una lucha contra la cruda realidad: asumir la mortalidad, la temporalidad, y no alimentar el nudo gargantero o la parálisis del saber que nada puedes hacer.
En suma, me gustaría aprender cómo llevar el pasado bien asimilado, no a cuestas como una fruta cruz. Parece mentira pero hay comeduras de tarro verdaderamente destructivas.