Sigue soñando. La realidad es la que es, no la que a ti te gustaría que fuera. Y la realidad es que los gestos peligrosos que aumentan la posibilidad de infectarte son constantes en la gran mayoría de la población. Tocar el frontal para ajustarla, limpiarse el sudor, los mocos, rascarse la cara o respirar un poco son gestos cotidianos habituales. Y quitársela mal también. Y todos ellos aumentan el riesgo. Normal que el uso masivo de las mascaras haya sido un enorme fracaso.
Eso sin hablar de que la mayoria de las mascaras no valen para nada. No ajustan, o son de algodón sin filtro, o quirúrgicas lavadas una y otra vez que han perdido todas su propiedades o están húmedas y sirven de caldo de cultivo de bichito y bacterias. Realmente es un enorme desastre.
Si hasta en entornos hipercontrolados con gente preparada, como en los quirófanos, se producen cantidad de errores con las mascaras, que conllevan decenas de miles de casos de infecciones nosocomiales al año, es un simple wishful thinking pensar que, en un uso masivo, estos errores no se van a multiplicar de forma exponencial.