El éxito del film conspiranoico HOLD-UP, que bajo la apariencia de un documental, trata de revelar un complot tras la crisis del cobi19, es la última muestra de la situación. Desde el inicio de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo existe junto a ella una “infodemia”: una epidemia de falsas informaciones y sobre todo de teorías complotistas.
Según éstas tesis conspiranoicas, el cobi19 habría sido creado en un laboratorio, incluso habría llegado a ser patentado, su banderilla contendría nanotecnología y las autoridades querrían hacerla obligatoria para controlar a la población... Para entender las razones y las consecuencias de este auge del conspiracionismo, FRANCE-INFO entrevista a Olivier Klein, profesor de psicología social en la Universidad Libre de Bruselas, especialista en conspiracionismo.
FI: Esta “infodemia”, denunciada el martes por el Director General de la OMS, ¿le sorprende?
OK: No es una sorpresa. Durante los tiempos de crisis observamos un aumento de la difusión de creencias de naturaleza conspiranoica. Estas teorías responden a tres grandes motivaciones de orden psicológica.
La primera es epistémica: el ser humano trata de comprender lo que sucede. La teoría del complot funciona como un filtro de análisis simple de una realidad compleja; nos proporciona una explicación en una situación de incertidumbre.
La segunda motivación es la de sentirse bien, tener una visión positiva de sí mismo. Las situaciones de crisis nos colocan en una situación de vulnerabilidad psicológica particular, y la teoría de complot nos permite recuperar el control, “reaccionar”, “resistir”, al no ponernos la mascarilla no somos “un borrego que sigue las órdenes” de una autoridad en la que no se confía.
La tercera motivación es una cuestión de relacionarse con otros, necesitamos estar próximos a otras personas. Es una necesidad humana fundamental. Con el confinamiento, la gente está más aislada, sus relaciones sociales están disminuidas o amenazadas. El conspiracionismo les permite sentirse miembros de una comunidad. Compartir las teorías complotistas, que ponen en cuestión el discurso dominante, se ve por ellos como una identidad valiosa. Cada vez que se comparte un nuevo vídeo, sus amigos, los miembros de esa comunidad, responden y te animan.
FI: bichito, banderillas, 5G... ¿Existe una convergencia de movimientos conspiranoicos durante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo?
OK: Las personas que creen en una teoría de la conspiración, a menudo creen en otras. Pero lo que me interesa en esta esa época en el 2020 de la que yo le hablo es que grupos que tienen orígenes muy diferentes a priori convergen y hacen todos publicidad de una misma teoría del complot.
Tienes de una parte grupos vinculados a la derecha y a la extrema derecha americana, populista, trumpista, como QAnon; y de otra parte otro grupo, que a priori no tienen nada que ver, por ejemplo los homeópatas y "naturalistas" y que alimentan sobre todo los movimientos antivacunas.
En HOLD-UP puedes encontrar personas que aparecen habitualmente en TV Libertades, muy próximos a movimientos ultraconservadores, y en los agradecimientos a complotistas de carácter “natural”.
FI: La gestión política de la crisis sanitaria ha sido muy criticada. ¿Hasta qué punto esta desconfianza de la competencia de los dirigentes alimenta el conspiracionismo?
OK: La pérdida de confianza en las autoridades se ve acentuada por los errores de su gestión. El conspiracionismo divide la sociedad en dos grandes categorías. De una parte la gente normal, simples y virtuosas. Del otro lado las élites que tratan de controlarlos, explotarlos. En HOLD-UP se ve este esquema claramente. Estas élites son los políticos, pero también los periodistas, y además los científicos institucionales, considerados como los esbirros del poder.
El sentimiento de los conspiranoicos es que los periodistas de los medios tradicionales están comprados por el poder, lo cual produce una deslegitimación total del discurso periodístico. A la inversa, esto les permite legitimar el discurso conspiranoico, ya que este es puesto en duda por los periodistas
Además se da en Francia una pérdida de confianza inquietante en la ciencia y en los expertos. El hecho de que personalidades como el profesor Didier Raoult (partidario del uso de la hidroxicloroquina) o el premio Nobel de medicina Luc Montagnier (defensor de la tésis de un bichito fabricado en laboratorio) sean presentados como víctimas del sistema ha favorecido una trasposición del imaginario complotista en el ámbito científico.
FI: ¿Hay un perfil sociológico o político del conspiranoico?
OK: Desde un punto de vista sociológico, a menudo encontramos en las teorías de la conspiración a gente que están en situación de vulnerabilidad. No son necesariamente los más pobres, pero se sienten frágiles, tienen la impresión de que todo lo que debería corresponderles les ha sido quitado o impedido por otros. No es extraño, por ejemplo, que encontremos complotistas dentro de los “Chalecos amarillos”, que se corresponden a este tipo de perfil. Uno de los grandes especialistas americanos sobre complotismo, Joseph Uscinski, escribió en uno de sus libros que “las teorías de la conspiración están hechas para los perdedores”.
Desde un punto de vista político, las creencias complotistas son más visibles a la derecha que a la izquierda, y más a la extrema derecha que a la extrema izquierda. Las teorías de la conspiración hacen frente a los discursos que ellos perciben como dominantes, por lo tanto es lógico que se encuentren sobre todo en los extremos. La extrema derecha tiene una ideología más libertaria, compatible con las teorías complotistas según las cuales el Estado nos quiere controlar.
FI: ¿Cuándo pasamos de la duda al conspiracionismo?
OK: Existen muchos caminos individuales, pero se puede describir un proceso típico: uno se encuentra en un momento de duda, de incertidumbre, debido a una situación personal o social, y se buscan respuestas a ello. Entonces poco a poco uno se acerca, no solamente a ese discurso, sino también a los individuos que lo difunden.
Uno se convierte en miembro de comunidades sociales donde estos discursos se comparten, por ejemplo comunidades de Internet. Entonces se crean lazos emocionales a un grupo de gente en los cuales se ha integrado y cogido confianza. Esta identidad colectiva nos permite conseguir una existencia gratificante, estas creencias organizan nuestra vida social, se convierten en una parte de nuestra identidad.
La socialización en estos grupos hace que pasemos de una situación de duda e incertidumbre a una de adhesión total a este discurso. Una vez que nos acoplamos en esta comunidades, nos encontramos en un ecosistema mediático completamente disidente que va a favorecer toda una serie de creencias, y condicionar el tipo de información al que nos exponemos.
FI: ¿Se puede hacer entrar en razón a un conspiranoico?
OK: Decir “hacer entrar en razón” es decir que tenemos razón y que ellos están equivocados, desde ese punto de partida no se puede hacer nada con ellos. Es mejor hacerle pensar, que después de haber discutido contigo crean un poco menos su versión de los hechos y que la versión comúnmente admitida le parezca un poco más plausible que antes. Es un objetivo al que podemos llegar.
En cuanto decimos “tú eres un conspiranoico”, dices al mismo tiempo “yo no soy un conspiranoico” y entonces construimos la relación entre dos identidades opuestas. A partir de ese momento donde se comienza una discusión entre lo que nos separa y no lo que nos une se acaba el diálogo.
Lo que hay que hacer para discutir con las personas que se adhieren a las teorías conspiranoicas es tratar de crear una zona de entendimiento, de poner en común aquellos que nos une por encima de lo que nos diferencia, y a partir de eso ya se puede discutir. Pero a veces eso no funciona, hay gente que se ha adherido de tal manera a su identidad que no entienden otra manera de ver la vida.
En ese momento se vuelve muy difícil hacer cambiar a la gente de opinión, ya que no nos encontramos sólo frente a creencias, sino también frente a algo que constituye su existencia, la organiza. Ello desemboca en una puesta en cuestión de toda su existencia, un discurso racional es muy difícil de hacer entender. Es como los intentos de desradicalización, que no siempre tienen éxito.
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