Brutal el artículo de La Vanguardia, pero aquí "som superiors":
Temporeros: ahora todo son prisas
Se ha llegado tarde, muy tarde. Y nadie, ni la Conselleria de Salut, puede ya negarlo a estas alturas. La curva de contagios en el
Segrià ha hecho saltar todas las alarmas. La factura, muy cara, la pagan siete municipios de esa comarca, con el confinamiento más estricto de Catalunya. Y los temporeros –víctimas involuntarias e inocentes de esta crisis sanitaria– vuelven a estar en el foco de atención, con actuaciones apresuradas, por no decir desesperadas, para que la situación –ahora que parece estabilizarse en Lleida– no vuelva a descontrolarse.
Las autoridades sanitarias, eso también lo admiten ahora, fueron incapaces de controlar con rastreadores los primeros brotes originados en el
Baix Segre y en la ciudad de Lleida entre unas personas que este año no han hecho nada diferente a lo que vienen haciendo las últimas tres décadas en el arranque de la campaña de la fruta. Cientos de ellos, la mayoría sin papeles, acaban durmiendo en la calle y otros miles malviven hacinados en viviendas.
Desalojos de edificios, cobertizos derruidos, comedores de campaña, nuevos hospitales, más rastreadores...
Tampoco se actuó con contundencia al inicio de esta campaña en albergues y campamentos habilitados para esos jornaleros, donde mantener la distancia social es imposible. Así que enseguida se perdió el rastro de infectados y contactos . ¿El resultado? El contagio en Lleida hace días que es comunitario.
Ahora todo son prisas. ¿Cómo ha traspasado el bichito los campos frutales? Una explicación manejada por las autoridades sanitarias es que el cobi19, en los brotes iniciales que señalan a los temporeros, ha pasado del jornalero al habitante local y después se ha propagado fuera de ese entorno cuando ese payés, especialmente el más joven, se ha ido de fiesta, por ejemplo, a Lleida. El ocio nocturno habría puesto, también en el Segrià, el resto.
Muchas de las cosas que habrían tenido que hacerse semanas atrás se ejecutan ahora a marchas forzadas. Como el desalojo de una cuarentena de temporeros (aquí hizo falta autorización judicial) que habían ocupado un edificio en la Rambla Ferran. Esos pagapensiones vivían ahí hacinados sin control sanitario y se han movido, no solo por la ciudad sino también por el Baix Segre.
El domingo se montó un espectacular operativo policial y sanitario para sacarlos de ese inmueble. Media docena de los temporeros con síntomas fueron trasladados a un hotel que acoge a positivos. El resto han sido alojados en un pabellón de los Camps Elisis. Ahí es más fácil controlarlos y seguir su evolución.
En Fraga (Huesca) se acaba de derruir un destartalado cobertizo en el que cada verano, desde hace muchos años, malvivían decenas de temporeros. Ha tenido que llegar el cobi19 para tomar una decisión que debería haberse ejecutado hace muchos años, si realmente se quiere velar por la dignidad de esas personas. Esos jornaleros han sido llevados a un equipamiento para tenerlos controlados. En Torres de Segre se acaba de abrir un polideportivo con camas para atender a pagapensiones que han dado positivo. Esas instalaciones acogen ya a una veintena de pacientes, lo que demuestra que esta medida, que también llega muy tarde, era necesaria.
Poner en cuarentena a los temporeros enfermos y a sus contactos no es fácil, cuentan personas que tienen contacto directo con ellos. Y sin suficientes rastreadores (ahora también se está ampliando esa plantilla a la desesperada), es una tarea imposible. Son personas jóvenes, la mayoría asintomáticos, por lo que muchos –si nadie los controla– siguen trabajando a pesar de tener síntomas. Un confinamiento de 14 días supone para ellos perderse lo que queda de la campaña.
Visto lo ocurrido en Lleida (ahora esos temporeros se están desplazando a comarcas como el Pla d’Urgell o la Noguera), nadie niega tampoco que una buena estrategia habría sido prometer a esos jornaleros, al primer síntoma, una compensación económica por dejar de trabajar. Habría sido más fácil aislarlos. La factura pagada por esa medida, un chollo si se compara con los 8 millones de euros que el sector de la restauración afirma que se pierden en Lleida cada semana que bares y restaurantes están cerrados.
