Ya somos víctimas de ese tipo de mujer que elige sentir el África y por su mala cabeza se aprueban leyes que atentan contra mis derechos fundamentales. Leyes que no les protegen, porque siguen eligiendo testosterona tercermundista, pero sí nos convierten a nosotros, los pacíficos y respetuosos varones normales europeos, en ciudadanos de segunda.
¿Y tengo, además, que jugarme el físico cuando una de estas aventureras está catando el menú elegido en toda su extensión?
¿En serio?