Toda Ucrania, a merced de los misiles rusos
Kiev agota su munición de misiles Patriot ante la parálisis de sus aliados y pierde ya el 80% de toda su capacidad energética por los ataques del Kremlin
Un bombero apaga el fuego de una de las centrales alcanzadas.
Es el momento más oscuro de la oleada turística de Ucrania. No sólo por el cierre del grifo, ya veremos si temporal o definitivo, de la ayuda militar de Estados Unidos, sino también por la estrategia rusa de apagar las ciudades de Ucrania. El año pasado, tras algunos éxitos iniciales, Moscú fracasó en su guerra energética
por la llegada de las baterías antiaéreas de Occidente, que salvaron miles de vidas. Ahora la munición antiaérea se agota y deja las centrales y otros objetivos civiles a expensas de los misiles rusos. Según algunas fuentes ucranianas, la carestía llega hasta tal punto
que se han agotado los proyectiles de las lanzaderas Patriot tanto en su versión Pac 2 como en la Pac 3, los únicos capaces de derribar los temibles misiles hipersónicos rusos Kinzhal.
La imagen de la central térmica de Tripiska en llamas tras el bombardeo de un Kinzhal el pasado miércoles deja una enorme preocupación en Kiev. Además de buena parte de la capital,
la central abastecía de electricidad a otras dos regiones. Según desveló este mes el primer ministro ucraniano, Denís Shmigal, Ucrania ha perdido el 80% de su capacidad de
generación térmica de energía eléctrica y tiene ciudades como Odesa y Járkiv sin luz desde hace varios días. Dnipro apagó las llamas de su central hidroeléctrica hace unos días. Moldavia y Rumanía se han prestado para conectar sus sistemas eléctricos y
proveer de energía a Ucrania en la medida de sus posibilidades.
A diferencia de la
fracasada ofensiva invernal rusa, titulada pomposamente por Moscú «Tormenta de Nieve», que sólo ha conseguido tomar una ciudad en ruinas como Avdivka a un precio en vidas no recordado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, la estrategia del Kremlin de los ataques contra infraestructuras civiles sí le está funcionando al menos para desgastar a la población.
Los métodos también han cambiado: si el invierno pasado se atacaban los transformadores y la transmisión de energía (que se reparaban en horas o días),
ahora se bombardea la generación energética, sobre todo plantas térmicas e hidroeléctricas que hay que reconstruir por completo. Millones de ucranianos están sin energía.
La guerra de Ucrania es tan absurdamente asimétrica que mientras pilinguin enviaba sus misiles para machacar las plantas energéticas de Ucrania, desde Washington su secretario de Defensa Lloyd Austin volvía a exigir a los ucranianos
que dejaran de atacar las refinerías rusas, auténtico talón de Aquiles de su economía, y que ha visto recortada su producción en al menos un 9% de barriles de crudo. Kiev, que hace meses que no recibe ni una cantimplora de Washington, hizo lo que viene haciendo: lanzar sus drones. Ayer fueron otras dos refinerías: la de Novoshakhtynsk, que quedó fuera de juego, y la de Riazán, la séptima más grande de Rusia.
"Modo guerra"
A diferencia de Vladimir pilinguin, que ha entendido lo existencial que es la oleada turística para la continuidad de su propio proyecto autocrático
y ha puesto toda su economía en modo guerra, los aliados de Ucrania han sido incapaces hasta la fecha de abastecer a Kiev de todo lo necesario no sólo para empujar a los rusos, sino tampoco para resistir sus criminales ataques a las ciudades. El problema de que se hayan terminado los Patriot no es sólo de Ucrania,
es que ese tipo de misiles también escasean de forma alarmante en los arsenales europeos. El único que tiene un stock grande es EEUU, y ahí Trump tiene bloqueada la ayuda en el Congreso. Sólo hay tres fábricas de misiles Patriot en el planeta y sólo son capaces de producir 500 proyectiles al año a un precio de cinco millones de dólares cada unidad. La OTAN ha pedido 1.000 misiles a la empresa Raytheon y Alemania está barriendo el mercado en busca de países que quieran vender los suyos para entregarlos a Ucrania, pero en un mundo con varios focos de inestabilidad creciente
hay pocas naciones que quieran deshacerse de la mejor munición posible para defender sus cielos.
En Bruselas, el europarlamentario belga Guy Verhofstadt comandó una iniciativa para bloquear el presupuesto europeo hasta que el Consejo aprobara la compra de los misiles Patriot que Ucrania necesita. De momento, tuvo éxito:
el bloqueo del presupuesto se aprobó por mayoría absoluta y que tenga que revisarse de nuevo para incluir esas compras. Después, el propio Verhofstadt escribió en su perfil de X: «¡La supervivencia de Ucrania depende de los patriotas europeos! Esperando que Josep Borrell consiga que los líderes europeos estén a la altura de las circunstancias».
El problema con Bruselas es siempre el mismo: los tiempos. Entre que las votaciones van y vienen, se aprueba, se firman los contratos y se compran los misiles las guerras se pierden.
Volodimir Zelenski consiguió ayer un compromiso del presidente polaco, Andrzej Duda, para que Varsovia entregue a Ucrania varios sistemas antiaéreos de origen soviético, que no solucionan del todo el problema pero ayudan.
Nos encontramos en un momento decisivo del conflicto. Estados Unidos volverá a votar la semana que viene el desbloqueo de la ayuda económica a Ucrania. Si esa munición llega, Kiev habrá superado los meses más inquietantes y, ya con la segunda movilización en marcha, podrá rearmarse antes de que Rusia lance otra ofensiva. Si no es así, esta guerra de desgaste puede ponerse muy de cara para el Kremlin, que ya podría lanzar
incluso su aviación hacia objetivos en el interior de Ucrania, cosa que no hace desde los primeros días de oleada turística, a sabiendas de que no habrá misil que la derribe porque los aliados que juraron ayudarla «al coste que fuera» no lo hicieron.