Berebere
Carpe Diem
Artículo de Luis Ventoso en La Voz de Galicia
¿Fin de fiesta?
Nieva y graniza, los excursionistas tiritan en Benidorm, la lluvia amedrenta a los cofrades andaluces. Pero aquí nadie se quedó en casa. La crisis no ha asustado a la afición. Cuando se padece un atasco kilométrico en una autovía de tres carriles, o cuando hay llenazo en un restaurante que no vende vino por debajo de 15 euros la botella, los legos en economía nos preguntamos si llegaron realmente las vacas flacas.
Pero escuchando a los que sí saben, el panorama acongoja (por decirlo con donaire). Al hablar de la galerna en ciernes, los economistas arrancan con un preámbulo inquietante: a diferencia de lo sucedido en 1973 con el petróleo, o en 1997 con el resfriado de los Tigres Asiáticos, dicen que está vez no se atisba la manera de salir del lío. Y añaden algo más: esta crisis puede ser de una gravedad inédita, porque tal vez estemos ante un cambio radical de modelo.
Mientras aguantamos en la noria del consumo, se van acumulando datos sombríos. El barril de petróleo valía 60 dólares hace un año y hoy está en 110. Estados Unidos podría entrar en recesión antes de fin de año (y el siglo XXI será chino, y no un Nuevo Siglo Americano, tal y como profetizaba la camarilla ideológica de Bush). En España la cifra de nuevos parados en los dos primeros meses del año supera los 180.000. La construcción está más bloqueada que Ronaldinho. Bancos y cajas empiezan a lucir balances menos esplendorosos, pese a algunas ventas cosméticas. Falta liquidez en el sistema, lo que lastra las operaciones empresariales. Y las bolsas van de una taquicardia a otra, pese a los insólitos tratamientos de choque de la Fed y el BCE.
En resumen: petróleo por las nubes, confianza por los suelos, el ladrillo apolillándose, la banca a verlas venir y la primera economía del mundo en la cucaña. ¿Fin de fiesta? Eso parece. Pero mientras haya éxodo en los puentes y se sigan comprando todoterrenos para ir a al Gadis de la esquina aún queda una esperanza.
¿Fin de fiesta?
Nieva y graniza, los excursionistas tiritan en Benidorm, la lluvia amedrenta a los cofrades andaluces. Pero aquí nadie se quedó en casa. La crisis no ha asustado a la afición. Cuando se padece un atasco kilométrico en una autovía de tres carriles, o cuando hay llenazo en un restaurante que no vende vino por debajo de 15 euros la botella, los legos en economía nos preguntamos si llegaron realmente las vacas flacas.
Pero escuchando a los que sí saben, el panorama acongoja (por decirlo con donaire). Al hablar de la galerna en ciernes, los economistas arrancan con un preámbulo inquietante: a diferencia de lo sucedido en 1973 con el petróleo, o en 1997 con el resfriado de los Tigres Asiáticos, dicen que está vez no se atisba la manera de salir del lío. Y añaden algo más: esta crisis puede ser de una gravedad inédita, porque tal vez estemos ante un cambio radical de modelo.
Mientras aguantamos en la noria del consumo, se van acumulando datos sombríos. El barril de petróleo valía 60 dólares hace un año y hoy está en 110. Estados Unidos podría entrar en recesión antes de fin de año (y el siglo XXI será chino, y no un Nuevo Siglo Americano, tal y como profetizaba la camarilla ideológica de Bush). En España la cifra de nuevos parados en los dos primeros meses del año supera los 180.000. La construcción está más bloqueada que Ronaldinho. Bancos y cajas empiezan a lucir balances menos esplendorosos, pese a algunas ventas cosméticas. Falta liquidez en el sistema, lo que lastra las operaciones empresariales. Y las bolsas van de una taquicardia a otra, pese a los insólitos tratamientos de choque de la Fed y el BCE.
En resumen: petróleo por las nubes, confianza por los suelos, el ladrillo apolillándose, la banca a verlas venir y la primera economía del mundo en la cucaña. ¿Fin de fiesta? Eso parece. Pero mientras haya éxodo en los puentes y se sigan comprando todoterrenos para ir a al Gadis de la esquina aún queda una esperanza.