Hoy a la noche hay un directo interesante.
Lo va a ver supu, yo que era el gran apoyador de la causa he sido traicionado por un porrero psicotico que no guarda ni las formas de fumar fuera de camara su hez ilegal y encima enseñó sus partes medicos con enfermedad mental en lugar de guardarselos.
cuando mi honor se llama LEALTAD y me hacen esto, pues como decia Codreanu sobre los traidores, que merecen un tiro.
Afortunadamente tanto este como el juez corrupto orate y con delirios de persecucion y megalomania que vive de vuestras donaciones ( y la mia que se niega a devolver) van a acabar pronto en incapacidad psiquiatrica.
Y ahora venga, CNI y Mena, mandarme la semanada, que voy falto.
Edito, acabo de hablar con varios expertos en trastornos de personalidad para comentar este caso ( que ya en varias universidades tienen al juez tarado ese como cobaya) y me han confirmado lo que yo vi hace poco:
PROCESO PARANOIDE CONFIRMADO PRESUNTAMENTE POR EL MEGALOMANO ESTE IMPRESENCIA QUE CREE QUE TODO GIRA A SU ALREDEDOR Y NO ES MAS QUE UN pobre QUERULANTE BICONDENADO POR CORRUPCION, QUE OSA NEGAR YA PARA COLMO Y QUE ESTA REALIMENTADO POR OTRAS PERSONALIDADES PSICOTICAS ( LA CHARO ESA DESQUICIADA QUE OSA NEGAR QUE ME CONOCE Y SE COME LOS PANTALLAZOS Y ENTONCES LLAMA A QUE SE ME CENSURE)
revista internacionalde psicoanálisis
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NÚMERO 047 2014
Personalidades paranoides (McWilliams, N. Diagnóstico Psicoanalítico. Comprendiendo la estructura de personalidad en el proceso clínico)
Autor:
Ramos García, Javier
Palabras clave
Diagnostico psicoanalitico, Mcwilliams, N., Personalidades paranoides, Trastorno paranoide.
McWilliams, N.
Psychoanalytic Diagnostic. Understanding Personality Structure in the Clinical Process. New York: The Guilford Press (2011).
La autora abre el capítulo matizando que, si bien resulta muy sencillo captar en las personalidades paranoides rasgos tales como la suspicacia, la ausencia de sentido del humor o la grandiosidad, se exige de una mirada más fina y de una mayor sensibilidad para identificar la esencia real de este tipo de carácter, que consiste en la lucha cotidiana por ignorar las propias cualidades negativas, renegando de ellas y proyectándolas en el exterior. Así, por la vía de la proyección, aquello que está en uno mismo y que se rechaza pasa a ser vivido como una amenaza externa. Esta es la condición paranoide fundamental, que puede o no verse acompañada por un megalomaníaco sentido del
self.
McWilliams insiste en la idea de que, igual que en cualquier rasgo de carácter, lo paranoide puede presentarse con una intensidad leve, moderada o grave, a lo largo de un continuo de severidad que puede ir desde lo normal hasta lo psicótico. Algo que debe enfatizarse al hablar de lo paranoide, ya que hablar de este tipo de estilo de personalidad suele sugerir la idea de que nos hallamos ante una condición siempre grave. Ciertamente, no siempre es así. Un carácter paranoide modulado por un yo razonablemente sólido y por un fuerte contacto con la realidad puede funcionar de manera muy adaptada y exitosa. En el otro extremo, las proyecciones masivas y el intenso sentimiento de amenaza que sufre un individuo paranoide grave puede llegar a conducir incluso al asesinato.
Ha de tenerse siempre en cuenta que la condición paranoide no siempre es fácilmente detectable, y está probablemente más presente de lo que su aparición en las consultas puede sugerir. Efectivamente, los individuos paranoides con un nivel de funcionamiento aceptable difícilmente consultan si no se topan con una cota de sufrimiento personal o de conflicto interpersonal sobresaliente. Precisamente, la propia condición paranoide, que dificulta a la persona el poder confiar en el otro, hace que su demanda de ayuda médica o psicológica sea relativamente escasa en estos pacientes.
Es importante además atender al hecho de que el diagnóstico de personalidad paranoide no debe hacerse en función de si las creencias del paciente son compartidas por el clínico, o de si, por el contrario, éste piensa que son erróneas. Un sujeto paranoide puede tener convicciones o temores muy certeros, comprensibles y perfectamente explicables para el entrevistador dada la realidad externa, y no por ello dejar de ser paranoide? La autora insiste en estas cuestiones a fin de alertar a los clínicos acerca de los riesgos de realizar diagnósticos apresurados o de colocarse en posiciones hipercríticas y prejuiciosas ante pacientes de apariencia inicial adusta y suspicaz.
Impulso, afecto y temperamento en la paranoia
El hecho de que los sujetos paranoides sientan que el origen de su sufrimiento procede del afuera hace que estos puedan ser no tan peligrosos para sí mismos (se suicidan mucho menos que los depresivos, por ejemplo) como para los demás.
La importante presencia de la rabia y del sentimiento de amenaza en las personalidades paranoides ha llevado a pensar en un elevado grado de agresión innata en estos pacientes. Este planteamiento conecta con la idea de que para un niño puede ser difícil integrar la agresión en su sentido del
self (lo cual facilitaría la proyección), al tiempo que las respuestas negativas de los cuidadores ante ciertas actitudes pueden fortalecer la sensación de que el entorno es amenazante. Lo cierto es que hasta hace muy poco carecíamos casi por completo de evidencia empírica en relación al temperamento de las personalidades paranoides. En 1978, Meissner señala la presencia de un estilo en la infancia ?sintomáticamente activo? (funcionamientos anómalos, dificultades de adaptación, presencia de reacciones intensas y de afectos negativos), así como de una marcada excitabilidad y reactividad a los estímulos.
Afectivamente, junto a la rabia, el resentimiento y la hostilidad, es muy importante el sentimiento de miedo. Silvan Tomkins (p. ej., 1963) habla, de hecho, de que lo paranoide vendría marcado por una mezcla de miedo y vergüenza. En lo que se refiere a la cualidad del miedo, desde el psicoanálisis se habla de angustias de aniquilación, haciendo referencia a un terror intensísimo de destrucción total que se explicaría, a nivel de evolutivo, como un tipo de miedo que se dispara en los mamíferos ante el riesgo de ser atacado por un depredador. Se trataría, así, de una angustia diferente a la ansiedad de separación, vinculada neurobiológicamente a circuitos serotoninérgicos. Esto explicaría la refractariedad de los paranoides a los tratamientos con ISRS y la buena respuesta, por el contrario a las benzodiazepinas (o al alcohol o a otras drojas inhibidoras del SNC), que terminan siendo adictivas muchas veces para estos pacientes.
La vergüenza, muy presente también en las personalidades narcisistas, aparece de una manera diferente en las personalidades paranoides. En las primeras, la vergüenza es consciente, está evidentemente presente, siendo llamativo el esfuerzo por impresionar al otro sin mostrar un
self que se siente devaluado. Los individuos paranoides, sin embargo, emplean la negación y la proyección de forma tan intensa que no es posible tomar conciencia del sentimiento de vergüenza que se abate sobre el
self. Las energías del paranoide se emplean en desbaratar los intentos de humillación que se perciben como procedentes del exterior. El narcisista teme mostrar su propia inadecuación. El paranoide teme la maldad de la gente. Un elemento, este último, que dificulta extraordinariamente todo intento de terapia.
La envidia, también compartida con los caracteres narcisistas, es manejada por los paranoides en una forma proyectiva, dada su intensidad. El resentimiento y los celos toman en ocasiones proporciones delirantes. La proyección es en ocasiones muy evidente (?los demás me envidian, y por eso me atacan?), pero las más de las veces se asocia con la negación de las propias inclinaciones y actitudes (como en el marido que, inconsciente de sus propias fantasías de infidelidad, de su deseo, no necesariamente erótico, de una mayor cercanía con un hombre, está convencido de que su mujer se siente atraída por otros hombres).
Procesos defensivos y adaptativos en la paranoia
La proyección y la negación de lo que es proyectado dominan la psicología paranoide.
En función de la fuerza del yo y del grado de estrés que ha de enfrentarse el paciente puede situarse en un nivel de funcionamiento psicótico, neurótico o borderline. En un paciente francamente psicótico, los aspectos repudiables del
self son proyectados de forma masiva al exterior, instaurándose la convicción absoluta de que todo está ahí fuera, formando parte de la realidad externa, sin importar lo loco que todo esto pueda resultar a la gente que le rodea.
Los pacientes paranoides que se ubican en un nivel de organización borderline mantienen un contacto con la realidad lo suficientemente bueno como para que los sentimientos que proyectan lleguen a ser efectivamente sentidos por las personas con las que interactúan. Éste es el fenómeno de identificación proyectiva: la persona trata de deshacerse de ciertos sentimientos, que inocula y coloca eficazmente en el interlocutor, para observarlos después con notable empatía. Tal es el caso, por ejemplo de una paciente que se desprende de su repruebo y su envidia, y que pasa a decirle a su terapeuta que ve que éste está celoso de ella como consecuencia de sus logros. La paciente reinterpreta el tono cálido y comprensivo de los comentarios del terapeuta como indicios de su envidia soterrada y de sus intentos de minusvalorarla y controlarla. De tal suerte que el terapeuta, sintiéndose malinterpretado, termina por enojarse efectivamente con la paciente, envidiando además, ahora sí, la facilidad con la que ésta ventila su disgusto y su mal humor. Un proceso como este, lógicamente, atormenta todo terapeuta, ya que ninguno hemos elegido nuestra profesión con la idea de tener que enfrentar sentimientos tan hostiles hacia aquellas personas a las que intentamos ayudar. Algo que puede explicar la dificultad de muchos profesionales a la hora de atender tanto a pacientes paranoides como pacientes límite.
En cuanto a las personalidades paranoides que se sitúan en un funcionamiento neurótico, las proyecciones pueden ser potencialmente egodistónicas. Así, una parte de su
self puede ser capaz de observar, al menos en el contexto de una relación confiable, que una parte de sus propios contenidos mentales han sido expulsados al exterior por la vía de la proyección. De hecho, aquellos pacientes capaces de definirse a sí mismos como paranoides, forman parte de la categoría neurótica, más conectada con la realidad. Y más aún: puede apreciarse la mejoría de un paciente de estas características cuando es capaz de comprender que las críticas que siente recibir de su terapeuta no responden realmente sino a sus proyecciones y a propio funcionamiento paranoide.
La necesidad del paciente paranoide de manejar sentimientos inaceptables a través de la proyección requiere de una importante dosis de negación, y también, en ocasiones, de formaciones reactivas. Todos proyectamos; de hecho la proyección es la condición de posibilidad de los fenómenos transferenciales, que hacen posible un proceso psicoterapéutico psicoanalítico. Pero el paciente paranoide proyecta desde una necesidad descomunal de no hacerse cargo, de negar contenidos mentales inaceptables para él.
Patrones relacionales en la psicología paranoide
La autora afirma que su experiencia clínica muestra que los niños que desarrollan un estilo paranoide han sufrido importantes agresiones a su sentimiento de autoeficacia. Han sufrido de manera repetida situaciones de dominación y humillación. El padre de Schreber, cuyo informe de psicosis paranoide permitió a Freud (1911) construir su teoría acerca de la paranoia, era un patriarca dominante que empleaba métodos educativos brutales con el fin de endurecer a sus hijos. Schreber sufría así humillaciones que procedían de las autoridades en las que él confiaba (y también del sistema legal que imperaba en ese momento). Las críticas, la arbitrariedad en el castigo, la presencia de padres o cuidadores a los que no es posible agradar y que mortifican al niño forman parte de las circunstancias biográficas habituales de las personalidades paranoides. Asimismo, los padres del futuro paranoide pueden ejemplificar actitudes (interiorizadas después por el paciente) suspicaces, hostiles con el entorno, de condena a todo lo que viene de afuera, con énfasis paradójico en que ?sólo es posible confiar en la familia?. Los pacientes paranoides de los niveles psicótico o borderline pueden proceder de entornos en los que la crítica y la ridiculización dominan las relaciones familiares. O bien de familias en las que el futuro paranoide es el cabeza de turco que funciona como diana de las proyecciones y de la agresión familiar. En contraste, los sujetos paranoides más neuróticos hablan de familias en las que la calidez y el cuidado se alternan con el sarcasmo y la chanza.
Otra fuente del carácter paranoide es la presencia de cuidadores primarios incapaces de contener y manejar la angustia. Así, McWilliams habla de una paciente paranoide cuya madre, ante preocupaciones de su hija, basculaba entre la banalización y la negación (ya que no podía tolerar más problemas) o la exageración catastrófica (ya que no podía contener más la angustia). Asimismo, esta madre, que culpaba muchas veces a la chica por sus sentimientos, tenía problemas para apreciar que hay una línea que separa la fantasía de la conducta, con lo que transmitía a su hija que los pensamientos eran iguales a los actos. Esto dejó en la paciente la convicción de que sus sentimientos, ya de amor, ya de repruebo, tenían peligrosas consecuencias para el otro. Lo cual la condujo a la resolución inconsciente de que muchas de sus emociones sólo podrían manejarse transformándolas de un modo radical. La autora relata que, cuando empezó a trabajar con la paciente, ésta ya había pasado por varias terapias, habiendo fracasado todas ellas debido a sus intensísimas e insaciables necesidades y a su hostilidad implacable. Esta paciente, situada en una categoría psicótica o límite de nivel bajo, pudo construir al fin, tras muchos años de trabajo psicoterapéutico, relatos que le permitían comprender las circunstancias tan destructivas que había vivido a lo largo de su historia.
Pacientes como ésta permiten vislumbrar algunas de las raíces fundamentales de la paranoia. Primero: tanto la realidad vivida como sus reacciones emocionales ante ésta (perfectamente normales) eran desconfirmadas, connotadas como inquietantes o vergonzosas, sin que se diese en momento alguno la sensación de ser comprendida. Segundo: se modelaba desde los cuidadores primarios la negación y la proyección. Tercero: las fantasías omnipotentes primitivas eran reforzadas, lo que dejaba una sensación de culpa difusa constante y desbordante. Finalmente: la interacción generaba aún mas rabia en la paciente, sin que se resolviese en absoluto su displacer original, ampliándose aún más la confusión de la paciente en relación a sus sentimientos y percepciones. La paciente se sentía aún más agraviada al tacharse sus sentimientos de inadecuados, afeándose el malestar que generaba el agravio, toda vez que éste se impulsaba con intención de ayudar.
Estas interacciones desconcertantes se repiten una y otra vez en las relaciones adultas del paciente paranoide. Sus objetos internos quedan dañados, lo que influye tanto en la propia persona como en aquellos que la rodean. Si el cuidador principal de un niño (su primera conexión con el mundo) es una persona confusa y muy defendida que emplea las palabras para manipular al otro y no para expresar sus sentimientos honestamente, esto trae consecuencias para el psiquismo de ese niño. La lucha del paciente paranoide por saber qué es lo que ?realmente? está pasando (Shapiro, 1965) se torna así más comprensible.
Volviendo a su paciente, McWilliams enfatiza el hecho de que su madre no fue, naturalmente, el único factor patógeno. Si la paciente hubiese dispuesto de algún cuidador capaz de confirmarla, probablemente su personalidad se habría conformado de otro modo. Pero su padre, que abandonó a la familia cuando la paciente era una adolescente, era aterradoramente crítico, explosivo e irrespetuoso con los límites. Un tipo de figura muy presente en niños que terminan por aprender a atacar antes que soportar pasivamente el ataque que saben se les vendrá encima.
Estos dos factores (la presencia de un padre atemorizante y la ausencia de algún otro adulto que pueda facilitar el desarrollo del niño) están habitualmente implicados en la constitución evolutiva del individuo paranoide.
La importancia que toma en estos pacientes la temática del poder y la marcada tendencia a funcionar en
acting-out hace que se confunda en ocasiones a este grupo humano con las personalidades psicopáticas.
La diferencia fundamental entre ambos grupos reside en el hecho de los paranoides mantienen la capacidad de amar. Ciertamente, aunque se sientan asustados por su necesidad de apego, y aunque resulte muy destructiva la suspicacia que despliegan en la interpretación de los motivos y las intenciones de aquellos que tratan de cuidarlos, los individuos paranoides son capaces de establecer vínculos profundos y de funcionar con lealtad. Una capacidad que resulta, de hecho, fundamental para que una psicoterapia pueda funcionar, y que permite que, efectivamente, funciones con estos pacientes a pesar de la hiperreactividad, la hostilidad y el miedo.
El self paranoide
Las representaciones del
self de las personalidades paranoides se colocan en dos polos radicalmente opuestos: por un lado hay una autoimagen de impotencia, humillación y minusvaloración; por otro se despliega una imagen omnipotente, defensiva y triunfante.