Es el PSOE de izquierdas?

El PSOE - Desde Jamaica

Del lado del PSOE, las cosas se plantearon en un terreno diferente, pero en similares términos.

Los actuales socialistas suelen insistir en la importancia que tiene para ellos el Congreso de Suresnes, celebrado en 1974. Consideran que el PSOE inició allí un proceso de "refundación". Es una expresión insuficientemente radical. En realidad, tanto desde el punto de vista ideológico y político como desde el de la organización -incluyendo en ello la composición personal del equipo dirigente-, el encuentro de Suresnes marcó el nacimiento de un nuevo partido, en ruptura con el estilo y las personas que habían encarnado la tradición del socialismo histórico español.

Aquel Congreso representó la culminación del proceso por el que un grupo de jóvenes ambiciosos, procedentes en su casi totalidad de formaciones políticas hostiles a la Internacional Socialista, se hizo con el control de las siglas del PSOE, relegando a quienes fueron hasta entonces sus depositarios, con la excepción de Nicolás Redondo, que cumplió en aquella conquista la función del caballo de Troya.

Vale la pena preguntarse por qué aquellos jóvenes pusieron tanto empeño en hacerse con las siglas del PSOE. No pudo ser, desde luego, por el capital de prestigio político que esas siglas les aportaban: a la sazón, el PSOE era un perfecto desconocido en la lucha antifranquista práctica. Tampoco porque ello pusiera en sus manos una fuerza militante de importancia: los miembros del PSOE eran un puñado en toda España, muchos de avanzada edad, y vivían en una inactividad política casi total. Lo único interesante que les aportaba encaramarse a la dirección del Partido Socialista Obrero Español era, lisa y llanamente, que con eso se les abrían las puertas de la Internacional Socialista. Lo que quería decir dos cosas que habrían de ser fundamentales algunos años después: la primera, que podían contar con una financiación ilimitada; la segunda, que iban a gozar de un acreditado respaldo internacional, incluido el de varios poderosos gobiernos de la Europa occidental.

De hecho, mientras en los primeros setenta los demás partidos políticos se empeñaban en consolidar sus organizaciones, en captar militantes y en llevarlos a la lucha contra el franquismo, el PSOE de González y Múgica -que entonces tenía mucha más importancia que ahora, dadas sus excelentes relaciones con la socialdemocracia alemana y sueca- se dedicaba sobre todo a las relaciones exteriores. Otros iban captando militantes; ellos captaban amigos importantes (Willy Brandt, Olof Palme)..., y fondos. En el interior, se limitaban a presentar esos pasaportes internacionales para ser admitidos en las conspiraciones que se celebraban por las alturas. Lo magro de su afiliación les importaba bien poco. Ésa es una de las razones que explica que ninguno de los actuales dirigentes del PSOE llegara a pisar nunca la guandoca (lo hizo Múgica, pero cuando todavía militaba en el PCE).

En 1975, a la fin de Franco, el PSOE era un equipo de dirigentes sin apenas base militante en la que apoyarse. Cualquier grupúsculo izquierdista contaba con diez veces más afiliados que él. Es harto probable que fuera más numeroso incluso el minúsculo Partido Socialista del Interior -organización de elocuente nombre dirigida por Enrique Tierno Galván, y que luego pasó a llamarse Partido Socialista Popular, Dios sabe por qué-.

No obstante, el PSOE aparecía rodeado de una aureola de respetabilidad internacional que resultaba atractiva para toda una franja social de profesionales de ideas antifranquistas que, si bien no habían estado dispuestos a arriesgarse en los tiempos en que militar activamente podía pagarse con la guandoca, tenían interés en participar en el posfranquismo desde un mirador de lujo como el que ofrecía el PSOE.

Y se le fueron acercando, nutriéndolo de lo que más le interesaba. Porque González y compañía no necesitaban para nada militantes que engrosaran manifestaciones callejeras u organizaran huelgas. Lo que querían eran cuadros que en cuanto hiciera falta pudieran convertirse en directores generales, en secretarios de Estado, en ministros. Y de eso tuvieron mucho, y lo tuvieron pronto.

Destaco con ello que el PSOE siguió de cara a la transición una política cuya finalidad superior, aquélla ante la cual toda otra quedaba subordinada, era la de quedar situado lo mejor posible de cara al postfranquismo. Llegar a él con las mayores posibilidades de pintar en las alturas y estar cerca del Poder, para hacerse con él cuanto antes.

Lo mismo que el PCE, pero cada uno a su modo.
 
Ambivalencia «made in USA» - Apuntes del Natural

Ambivalencia «made in USA»
La próxima semana verá la luz pública un amplio documento oficial en el que se reconocen numerosas actividades delictivas protagonizadas por la CIA y otros organismos de la Administración de EEUU entre 1953 y 1973. Entre ellas figuran numerosas acciones criminales llevadas a cabo más allá de sus fronteras, incluidos varios intentos de magnicidio y unos cuantos golpes de Estado, algunos verificados con éxito. El informe admite asimismo que las persecuciones ilegales, las labores de espionaje realizadas sin respaldo judicial y las violaciones arbitrarias de la confidencialidad de las comunicaciones fueron prácticas habituales de los servicios secretos estadounidenses a lo largo de esas dos décadas.

La noticia me sugiere dos comentarios de apariencia contradictoria.

El primero, y muy obvio, se refiere a la demostrada capacidad de los sucesivos gobiernos de Washington, sedicentes campeones de la democracia y la libertad, para saltarse a la torera cualquier restricción legal con tal de imponer soluciones acordes con sus intereses. Desde matanzas en masa a asesinatos selectivos, desde el patrocinio de dictaduras al adiestramiento de policías torturadores y la organización de escuadrones de la fin, desde actos de terrorismo atribuidos a terceros a la compra sistemática de oligarquías venales… La fuerza bruta norteamericana, uniformada o vestida de civil, ha venido actuando en constante aplicación del manido principio jesuítico que pretende que el fin justifica los medios, lo que en su caso resulta doblemente inaceptable, porque no sólo sus medios son repulsivos: también lo son sus objetivos de dominación mundial.

Pero, si lo anterior es cierto, no lo es menos –y aquí viene la aparente contradicción a la que me refería más arriba– que el sistema norteamericano, a diferencia de los que conocemos en otras latitudes, prevé el acceso público a los secretos oficiales una vez que tales secretos dejan de ser directamente operativos. Los historiadores y los estudiosos tienen acceso a numerosos documentos que fueron clasificados como secretos en el momento de su elaboración y que resultan de un interés extraordinario, no sólo por la luz que arrojan sobre el pasado, sino también por lo que ilustran sobre hábitos de trabajo que, según todas las trazas, se mantienen en el presente.

No hace falta decir, supongo, que no todos esos documentos, por lo general acumulados en los National Archives of the U.S., acaban conociéndose. Unos se mantienen en total reserva, mientras otros afloran tras haber sido expurgados a conciencia, en nombre de la Seguridad Nacional. Pero, con todo y con eso, la parte desclasificada aporta una información valiosísima, sin parangón en otros países (*).Tan es así que hay episodios de la Historia mediata de España, incluidos aspectos clave de la Transición, sobre los que hoy en día sabemos más gracias a los documentos desclasificados del Pentágono que por las fuentes que nos son accesibles en el propio escenario de los acontecimientos.

Gracias a esos papeles despojados hace ya algunos años de su carácter secreto, se ha podido probar, por ejemplo, la decisiva intervención de las principales potencias occidentales en la neutralización de los proyectos de ruptura democrática con el franquismo, que se llevaron a cabo potenciando y financiando generosamente a los elementos más proclives a la reforma, incluyendo al PSOE reinventado en Suresnes. (**)

Esta ambivalencia del sistema político norteamericano, capaz de hacer lo peor y, acto seguido, de reconocerlo al menos en parte, ilustra no poco sobre la complejidad de una sociedad con la que la nuestra tiene unas relaciones sentimentales patológicas: pretende que la desprecia, pero no deja de mirar hacia ella y de imitarla. Para lo malo, mayormente.

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(*) Recordemos que en la España de hoy sigue siendo tarea ímproba, cuando no imposible, la consulta de documentos y registros oficiales elaborados hace más de 60 años, como muy bien explican quienes se dedican en la actualidad a la recuperación de la llamada «memoria histórica».

(**) Es de rigor reconocer la importante labor divulgativa realizada a este respecto por Joan E. Garcés, prestigioso profesor, abogado y analista de política internacional, recogida en su más que interesante obra Soberanos e intervenidos (Ed. Siglo XXI de España, Madrid, 1996).
 
El PP, amigo del PSOE - El dedo en la llaga

El PP, amigo del PSOE

Escribí hace unos días que la existencia del PP es un regalo para el PSOE. Algunos lectores me han reprochado lo que les pareció una exageración, casi una boutade. Pero no. Me limité a constatar una evidencia.

El PP aporta grandes ventajas al PSOE.

En primer lugar, unifica a las derechas, a todas las derechas, lo que facilita mucho la creación del espantajo: es la encarnación de la derecha, es decir, del mal malísimo cuyo advenimiento todo aquel que se considere de izquierda debe evitar, a costa de lo que sea, incluyendo el sacrificio de sus propias convicciones.

En segundo lugar, puesto que el PP es la derecha, el PSOE se transforma, por definición, en la izquierda. Si el PP monopoliza un extremo, a su oponente le toca ocupar el contrario. De tal guisa, Zapatero no tiene por qué demostrar con sus actos que es de izquierdas. Si la derecha se le opone, ¿qué otra cosa podría ser él?

En tercer lugar, si el PSOE sintetiza a la única izquierda con entidad para oponerse eficazmente a la derecha, ¿qué podrían pintar otras presuntas izquierdas, incapacitadas para derrotar a la derecha?

Felipe González se dio cuenta desde su primera investidura de lo bien que le venía institucionalizar a una derecha como la que representaba entonces AP, luego reconvertida en PP. Nombró a Manuel Fraga “jefe de la oposición”, cargo que no sólo no estaba previsto –y sigue sin estarlo– en la Constitución Española, sino que se pega de patadas con nuestro régimen parlamentario, en el que hay tantas oposiciones, en principio, como partidos ajenos al Gobierno.

¿Cómo iba a ejercer Fraga de jefe de la oposición nacionalista vasca, o de la catalana, o incluso de la canaria? Mandaba sobre los suyos, y no siempre. Pero convirtiendo al carnicero de Montejurra en “jefe de la oposición”, aplaudiendo su egolatría atropellada, petulante y toscamente provinciana, González sentó las bases del bipartidismo que ahora, ya con otros protagonistas, se expande a plena satisfacción de los unos y los otros.

Al PSOE le viene muy bien el PP. Jamás le criticará por lo que realmente merece ser criticado. Con enemigos así, uno no necesita amigos para nada.
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(Aparecido en Público el 23 de marzo de 2008)
 
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