Emotiva historia de TRANSEXUALIDAD INFANTIL en EL PAIS: "Yo soy Cora" La revolución cotidiana de una NIÑA TRANS

Este enlace tiene chincheta en "El País".
Tiempos difíciles para ser padre, progenitora, hijo o hija.

Transhood - Recomendada por Inma Cuesta (vodafone.es)
Uno de sus protagonistas ha sido portada en la National Geographic, cosa que resulta muy llamativa.

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Los comentarios de la actriz Inma Cuesta son para enmarcar.
En su Wikipedia aparece:

Inma Cuesta está considerada una de las actrices españolas más comprometidas con el feminismo y reivindica que las mujeres, y las actrices, puedan ser el motor de las historias, especialmente "cuando la mujer llega a cierta edad, que parece que desaparece de la cinematografía y de la industria". También ha apoyado campañas como "Tu silla, tu refugio" de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

En 2015 la actriz denunció a través de su cuenta de Instagram los retoques de imagen con Photoshop publicada en la portada de la revista dominical del diario El Periódico cuestionando "los 'cánones' de belleza que deberíamos seguir" reclamando la "independencia de modas y estereotipos" y asegurando que no se sentía acomplejada pero sí "indignada" como mujer y
subrayando que estaba en contra de que se altere la realidad.
 
El problema viene de creer q un niño es un adulto pequeño, que razona o que piensa igual q nosotros. Se da en gente que piensa q los niños son iluso o que les hacen caso con todo el juego simbólico que desarrollan, pues ni una ni otra cosa.

Un niño es un niño, y sus lógicas y procesos mentales están en desarrollo por lo que hacerle caso al niño es caer en la merluzez más subida de peso que pueden hacer los padres. Yo con mi hijo de 3 años y medio juego a mil cosas simbólicas, somos monstruos, dinosaurios o árboles y otro día comemos fruta de plástico y así un millar de juegos diferentes que sirven para desarrollar su inteligencia
 
Pero aquella tarde Ana se dijo: “Hasta aquí podemos llegar”. Se agachó a su altura, abrazó a su hija de cinco años y le dijo al oído: “Tienes que hablar con papá, ¿sí?”.

Creo que hay varias preguntas inquietantes cuyas respuestas podrían explicar este error de la Naturaleza.

Cuando la progenitora quedó embarazada, ¿Deseaba tener un niño, una niña o le resultaba indiferente?

Cuando finalmente nació un niño, ¿Aceptó que su hijo fuera un varón?

¿Todo esto trata de reducir el sufrimiento del niño o de emplear a un niño para aminorar el desencanto de una progenitora?

Se nos intenta convencer de que el que alguien sea hombre o mujer, su género, es una convención inducida en él por un ente cultural, arbitrario, abstracto y fantasmagórico llamado 'heteropatriarcado', mientras que al mismo tiempo, los mismos, nos informan de que 'nacen niños en el cuerpo equivocado'

Si la asignación del género, un proceso convencional es completamente cultural y arbitrario ¿Cómo podrían nacer niños en un cuerpo equivocado? La máquina cultural de asignación de género chequeará el sesso biológico y asignará el género correspondiente. Si todo esto es una convención cultural, ¿Cómo podría fallar en ocasiones?

Se nos intenta convencer de que ningún hombre está condenado a ser hombre al nacer ni ninguna mujer está condenada a ser mujer al nacer puesto que su masculinidad o feminidad es asignada más tarde por la cultura de forma convencional.

De manera que la predestinación congénita al nacer no ejerce ningún papel en el caso de un hombre que nazca con cuerpo de hombre ni en el caso de una mujer que nazca con cuerpo de mujer pero sorprendentemente es fundamental e imborrable en el caso de una mujer que nazca con el cuerpo de un hombre.

Si, como se han hartado de decirnos, nada natural y ajeno al ser humano condiciona al nacer el que alguien sea hombre o mujer y ser hombre o mujer es una mera construcción cultural 'a la carta', ¿Por qué en el caso de este niño es necesario usar la cirugía para modificar su cuerpo y adaptarlo a una feminidad congénita que nos han explicado que no existe?

¿Cómo es posible que el género de una mujer que nace equivocadamente en el cuerpo de un hombre esté hardcoded en el firmware al nacer y no pueda cambiarse, obligando a modificar con cirugía su cuerpo, mientras que en los casos más corrientes de hombres en cuerpo de hombre o mujeres en cuerpo de mujer, la Naturaleza no fije ningún género y ese género sea luego asignado trivialmente mediante la cultura, por ejemplo vistiendo al bebé de azul o de rosa?
 
Soy muy antiguo, en mis tiempos estas cosas no pasaban

Entrevista de HOY para los que dicen que el hilo no es actual


Esto es de 2019


Desde muy temprano sintió que el género y el nombre que le fueron asignados al nacer no se correspondían con su identidad. Se lo dijo y repitió a su familia, hasta que en casa lo entendieron e iniciaron con ella el delicado proceso de romper en plena infancia con el más primario de los esquemas sociales. Así fue la revolución de Cora en su hogar, en su escuela y ante la mirada del resto.



UNA NOCHE de 2014, en su cama, antes de dormir, le dijo a su progenitora: “De mayor quiero ser una niña”. Tenía tres años. Le gustaba usar vestidos y jugar con muñecas. Pero Cora aún no era Cora. Dos años después, la situación se volvió insostenible. Mientras caían las primeras hojas del otoño, miró a su progenitora en el parque y le dijo: “Mis amigas tienen suerte porque quieren ser niñas y son niñas. A mí, en cambio, nadie me ve”. Cora todavía no era Cora, pero ya le faltaba poco. Solo unos días.


Ana Valenzuela siempre llevará clavadas estas palabras de su hija: “Nadie me ve”. Desde muy temprano, había percibido con intensidad lo que la pequeña sentía, por las señales que le enviaba y por aquella “tristeza de fondo” que emanaba. La familia y sus amistades le decían a Ana que todo se debía a que le tenía adoración, a que quería ser como ella, o que tal vez se le ocurrían “esas ideas” porque era gays. Pero aquella tarde Ana se dijo: “Hasta aquí podemos llegar”. Se agachó a su altura, abrazó a su hija de cinco años y le dijo al oído: “Tienes que hablar con papá, ¿sí?”. Recuerda eso y cómo en aquel parque, abrazada a ella, se sintió helada de miedo. Tres días después de aquella frase que lo cambiaría todo, a Ana le sonó el teléfono: “Me lo ha dicho hoy. Yendo al cole”. La voz era de Ramon, su marido.

Cora en su habitación.
Cora en su habitación. Gabo Caruso


Ramon Navarro (de 45 años) dirige un centro deportivo. Ana Valenzuela (de 48) fue profesora de gimnasia, está en paro y estudia un posgrado sobre género. Tuvo dos hijos antes que Cora: a los 15 y a los 28 años. Juntos, Ana y Ramon fueron a pedir información a Trànsit, la oficina del Instituto Catalán de la Salud dedicada a la transexualidad. Al salir, él rompió a llorar. “Tenía miedo a no ser capaz de darle lo que necesitaba”, cuenta Ramon. Al llegar a casa, se sentaron con su hija y con su hermano mediano, Marc. Le dijeron a ella: “Nos han explicado todo y nos han dicho que puedes ser una niña”. Lo primero que hizo fue lanzarse a por Chloe, su cortesana, y darle un achuchón: “¡Por fin las dos somos chicas!”. Le explicaron a su hija que ahora necesitaban unos días para avisar en el colegio, para contárselo a la familia, para escoger un nombre nuevo. Pero esto último estaba resuelto.


—Yo soy Cora —dijo.


Y entonces su hermano contestó: “Eres mi hermana preciosa”.


Cora ya era Cora.


Para su progenitora, lo más duro fue vaciar su armario. “Lo hice sola. No sabía si llorar, reír, correr. Pensaba: vacío este armario para llenarlo ¿de qué? ¿Qué va a llegar?”. Su marido y ella fueron a comprar ropa nueva. Al volver a casa, Cora se lo probó “absolutamente todo” y le hizo a Ramon un “pase de modelos”. Frente al espejo, vio, eufórica, cómo este le devolvía la imagen que tanto había estado esperando.


Emprender la transición de género tan temprano no ha sido común hasta ahora, pero las expertas que trabajan en este campo no lo consideran inconveniente. “Si una niña o un niño muestran con mucha claridad que la identidad de género que sienten es otra, ¿por qué no se va a iniciar el tránsito?”, razona Nuria Asenjo, de la unidad de identidad de género del hospital Ramón y Cajal de Madrid. Sore Vega, desde Trànsit, argumenta: “Toda persona, independientemente de cómo construya su identidad, lo hace desde edad temprana, y sin embargo ese proceso solo se pone en entredicho si se realiza en un sentido contrario al género asignado”. Su propuesta es, sobre todo, escuchar y acompañar a las niñas y niños para que tomen decisiones “desde un lugar de autonomía” y evitar “el daño que puede ocasionar negar la identidad de una criatura”. La pediatra Cristina Catsicaris, experta en este tema, sostiene que la identidad de género “no viene determinada por el conjunto de informaciones cromosómicas, órganos genitales, capacidades reproductivas o características secundarias”, sino que responde a la más humana y universal de las preguntas: “¿Quién soy yo?”.

El primer día que fue al colegio como niña, su progenitora y su padre iban aterrados, y ella, “feliz”

En 2018, la Organización Mundial de la Salud retiró la transexualidad de su lista de enfermedades mentales. Dejar de catalogarla como patología, concebirla como una manera de ser y no como una anomalía, es, según los especialistas, esencial para que las personas trans puedan dar buen asiento a su identidad sin sentirse marginadas ni ser excluidas del sistema. Los problemas que lastran de siempre a este colectivo, dice Vega, no son causa de su identidad, sino del rechazo al que es sometido por la familia, el sistema escolar y el medio social. “Hay que educar a la sociedad para que pueda dar la bienvenida a la diversidad”.


El 16 de noviembre de 2016, Ana Valenzuela despertó a su hija con palabras nuevas: “Buenos días, princesa”. Esa mañana iba por primera vez a la escuela siendo Cora. Una pinza coronaba su corto cabello. Calzaba unas zapatillas en las que se encendían luces de colores al pisar, como si festejasen sus pasos. “Salimos a la calle con un miedo horroroso”, rememora Ramon Navarro. Agarraban de la mano a su niña: “No la queríamos soltar”. Sentían todas las miradas encima. Y Cora, tan dichosa, acercándose a la puerta de su cole. Su amiga Shannon, a la que ya le había contado todo días antes, la vio llegar y gritó:

La niña con un unicornio, uno de sus juguetes preferidos.
La niña con un unicornio, uno de sus juguetes preferidos. Gabo Caruso


—¡Hola, Cora!


Y el resto comenzó a llamarla Cora. Su progenitora explica que fue como si escuchar su nombre le diera alas. “Nos soltó y entró al cole feliz. Nuestra hija tenía que volar”. Le rogaron a la maestra: “Cuídanosla, por favor”. A las nueve de la mañana estaban de vuelta en casa y no tenían que ir a recogerla hasta la una de la tarde. Se pasaron cuatro horas mudos.


Dos otoños después, en noviembre de 2018, visité por primera vez a Cora. Vive en un edificio corriente de Nou Barris, una zona de clase media de Barcelona. Nada más sonar el timbre, me reciben Ana y Ramon. Al ingresar, alguien me asusta por detrás:


—¡Bu!


Al darme la vuelta, la veo. Los ojos enmarcados en larguísimas pestañas. Su espesa cabellera oscura peinada hacia un costado. Lleva un vestido neցro y las uñas a juego.


—¡Soy Cora!


Al rato, enseña su cuarto. Por allí están sus juguetes: unicornios de colores, osos de peluche y dos muñecas que trata con un cuidado exquisito. Luego convierte su mano en micrófono y protagoniza un minishow. Coge un vestido blanco, que casi no le cabe. Lucha con él. Finalmente se lo quita.

“Debe ser feliz y no dejarse avasallar”, dice su abuela, un respaldo clave para la niña

—¿Quieres ver mi videojuego nuevo? —dice esta amante de las consolas.


Cuando le pregunto por aquel día clave en que se presentó como niña en el colegio, responde:


—¡Fue guay, porque me llamaban por mi verdadero nombre!


—¿Y por qué elegiste Cora?


—¡Pues porque me gustaba!


Nadie en su familia sabe en realidad de dónde salió su nombre. En su libro Un apartamento en Urano, el filósofo trans Paul B. Preciado escribe: “Soñé mi nuevo nombre una noche en una cama en el Barrio Gótico de Barcelona”. Tal vez Cora también lo soñó, alguna noche, en su cuarto de Nou Barris.

Cora salta a la comba en el recreo en su colegio.
Cora salta a la comba en el recreo en su colegio. Gabo Caruso


Aquel primer día de colegio como Cora, al ir a recoger a su hija, Ramon y Ana se la encontraron igual de contenta que la habían dejado. Sin embargo, aún les quedaba una fase de adaptación. Ana dice que en los siguientes días notaba cómo la señalaban: “Mira, esa es la progenitora”, oía. “Fueron días eternos”, lamenta. Una tarde, relata, fueron al parque a jugar y unos niños que la conocían se rieron de ella “porque iba vestida de niña”. Ana se acercó a ellos y les explicó que siempre había sido una niña y que ahora la tenían que tratar así. Las madres de los niños, cuenta, la interrumpieron para pedirle que no les dijese “esas cosas” a sus hijos y reprocharle lo que estaba haciendo con el suyo.
En el colegio todo fue mejor. En enero pasado acompañé a Cora a clase. En cuanto abren las puertas, la niña se pierde en el desfile de mochilas. La jornada empieza, los pasillos se quedan en silencio y Pedro Vidal, el tutor de Cora, cuenta cómo se facilitó su transición. No tenían experiencia, pero se formaron y convocaron a una reunión para hablar de identidad de género. “Solo una progenitora se opuso”, dice. La profesora de entonces, Elisenda Dunyó, contó un cuento sobre una niña a la que habían confundido con un niño al nacer. En clase se tomaron el cambio con naturalidad: “Los alumnos son intuitivos y de alguna manera ya lo notaban. No pareció que le dieran gran trascendencia”. Aquellos días, “Cora salía al patio y solo corría y corría”.

Cora y su amiga Shannon.
Cora y su amiga Shannon. Gabo Caruso


Ahora está en clase y la observo desde la puerta. En cinco minutos, levanta la mano tres veces. La llaman a la pizarra y da la respuesta correcta a un problema. En el recreo juegan al pillapilla. Cuentan contra la pared hasta 30 y salen a intentar atrapar al resto. Pierde Cora. Se ríe. Después se pone a hacer el pino. Una amiga, Salma, la agarra de los pies para mantenerla segura. En el patio hay baños mixtos. Cora vuelve a ponerse derecha y entra en un aseo. Shannon le sostiene la puerta.


Su familia la rodeó de afecto desde el principio. A unos les costó más comprender el cambio. Otros no tardaron nada, como su abuela Ana. Ella fue fundamental en la transición, cuando su hija apareció en su casa una tarde de noviembre para contarle que su “nieto” a partir de ahora sería Cora. No cambió nada. “¿Una niña?”, respondió la abuela. “¿Cora? Pues ya está. Qué más da”. Ama de casa, viuda hace años, me recibió una tarde del invierno pasado. Debajo de una manga del jersey le asomaba en una muñeca una cinta de colores azul, blanco y rosa, los de la bandera trans. “Los primeros días me costó un poco no equivocarme con el antiguo nombre, pero eso es porque estoy mayor y ya se me confunden todos los nombres”, dice. Cora está a su lado comiéndose unas galletas de chocolate. La abuela tose y la nieta le da palmadas en la espalda. Luego sale a la terraza, donde está su amiga Shannon. “El amor de una abuela es el mismo”, añade Ana.


—¿Qué consejo le daría para cuando sea mayor?


—Que sea feliz y que no se deje avasallar —responde, y le cae una lágrima.


Afuera las niñas leen un libro. Algo que ven debe de provocar esta pregunta que le hace Cora a Shannon:


—¿Qué es la religión?


Parece que Cora tuviera un don para formular preguntas insondables. Como aquella vez, a los cuatro años, que descolocó a su progenitora soltándole:

Fotos que guarda la niña de momentos importantes de su vida con las etiquetas que los describen, escritas por ella. Gabo Caruso


—Mamá, ¿se puede ser niña teniendo miembro viril?


Un interrogante rompedor al que cabe dar una respuesta constructiva. “Es un error creer que las personas trans han nacido en un cuerpo equivocado”, dice David Tello, integrante de la asociación Chrysallis, que reúne a más de mil familias de menores trans. Este ha sido uno de los grupos que han luchado porque en España se incluya a los menores de edad en la ley que regula el cambio de nombre y sesso en el registro. El 18 de julio el Tribunal Constitucional anuló el artículo que lo impedía y amplió esta posibilidad a los menores que tengan "suficiente madurez y se encuentren en una situación estable de transexualidad". Para Chrysallis, estos requisitos extra siguen manteniendo a menores como Cora en una situación de discriminación jurídica.

La niña y su madre, Ana Valenzuela, en su hogar en Barcelona.
La niña y su progenitora, Ana Valenzuela, en su hogar en Barcelona. Gabo Caruso


“El cuerpo de cualquier niña o niño transexual está igual de bien que el resto”, afirma Tello, y añade que cada vez hay menos personas trans adultas que se quieran operar “porque se les acepta como son y sienten menos la presión social del bisturí”. Iván Mañero, médico especializado en cirugía de género, cree que lo crucial es “apoyarles y enseñarles a entender su cuerpo y que decidan de mayores”.


Cuando Cora aún no se llamaba Cora, le fastidiaba en especial el Día de Reyes, porque los Magos de Oriente no sabían que se sentía niña y no siempre le traían los regalos que deseaba. Ahora la fecha le entusiasma. En enero me enseñó orgullosa el maquillaje que le habían traído el día 6. Con cuidado de no ensuciar su cama, comenzó a colorear su rostro y a ponerse rímel en las pestañas. Luego se pintó los labios de rosa. Y en ese cuarto donde ha tejido y teje sus sueños, donde ha tejido y teje su identidad, donde una vez le dijo a su progenitora que de mayor quería ser una niña, le pregunté:


—¿Qué quieres ser cuando seas mayor?


—Quiero ser informática —respondió Cora Navarro Valenzuela—. O fabricar unicornios.


Espero que el buen Dios se lo haga pagar a estos padres alicaídos .................
 
La entrevistan de niña porque de adulta la entrevista tendria que hacerla un esperitistsa con un dedo encima de un vaso
 
Mirad este párrafo...

La familia y sus amistades le decían a Ana que todo se debía a que le tenía adoración, a que quería ser como ella, o que tal vez se le ocurrían “esas ideas” porque era gays. Pero aquella tarde Ana se dijo: “Hasta aquí podemos llegar”. Se agachó a su altura, abrazó a su hija de cinco años y le dijo al oído: “Tienes que hablar con papá, ¿sí?”. Recuerda eso y cómo en aquel parque, abrazada a ella, se sintió helada de miedo. Tres días después de aquella frase que lo cambiaría todo, a Ana le sonó el teléfono: “Me lo ha dicho hoy. Yendo al cole”. La voz era de Ramon, su marido.


Vamos a ver la MUY astuta LOCA no habla con el marido antes o que?? CONDICIONA AL HIJO LE APLAUDE QUE SE FORME TAL cosa EN LA CABEZA y para más inri no le dice nada al padre???

Esto es delictivo la loca del shishi no quiere una familia quiere una manipulación familiar, adónde ha llegado la sociedad donde una mujer no habla de sus hijos con el padre???

Es el puñetero fin foreros... Esta claro de dónde ha venido la fruta locura de esta sociedad, madres de cosa progres manipulando a hijos y padres todo apludido por la sociedad y políticos progres

DONDE ESTAIS MUJERES CUERDAS??? POR QUE NO ACABAIS CON ESTAS pilinguis LOCAS DEL shishi Y LES HACEIS EL VACIO!!!
 
Hay gente que se siente así, yo he conocido un caso, cientificamente posible es en vista de la evidencia empírica.
Aunque para reproducirse debe haber un hombre y una mujer, es la naturaleza
 
UNA NOCHE de 2014, en su cama, antes de dormir, le dijo a su progenitora: “De mayor quiero ser una niña”


Pues claro jorobar, ¿Que niño con tres años no tuvo ese tipo de inquietudes? Vosotros que sois unos fachirulos y unos machinormativos y sólo queríais ser astronauta y futbolistas

eso debe ser mentira. se lo inventa la pta de la progenitora
 
Enfermedades mentales han existido siempre.
Es curioso, porque si dices que te sientes una mariposa seguramente acabes encerrado con una camisa de fuerza.
Enfermedad es cuando al Estado le interesa considerarlo, es decir, cuando se puede hacer negocio de ello
 
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