¿El galardón del último premio Planeta os ha animado a leer algo de la gran escritora Sonsoles Ónega?

Cens0r

Antiimperialista
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Leed lo que decía Trevijano del premio príncipe de Asturias. El premio más denigrante y ridículo de todos.
 

KUTRONIO

Será en Octubre
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Otr que si apellidara García en vez de Ónega estaría pasando ofertas en alguna empresa o facturas con 20 kilos de más y tomandose medio tableta de prozac cada día

Por cierto, que se ande con cuidado que a su amiga Ana Rosa para jorobarla le sacaron el escritor oscuro que llevaba encima, Ónega seguro que además de escribirle se la ama bien amada o al menos así me la imagino
 
Última edición:

Zbigniew

Madmaxista
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Esta quién es? Es fruta o perra p**a? Escribidora? Yo soy marqués, de guetto ,pero marqués.Te cagas!
 

zirick

Será en Octubre
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Cordón sanitario al progresismo
 

SPQR

Lo van a pagar los borricos.
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Igual si nos enteramos de quien ha sido el "oscuro" o la "negra" que le ha escrito el libro, me lo podria plantear. Siempre y cuando no tenga que pagarlo, claro. Dependiendo de la calidad del susodicho oscuro/negra/negre. Pero vamos, que no consumo telebasura ni libro-basura.

Hoy dia cualquier petulante o idioto de la telebasura "escribe" un libro. Hasta el Evaristo banderillas ese ha cagao un libroc.

Vale que trabaje para la empresa que da los premios, pero estoy seguro que no se lo habrían concedido si no fuese una gran escritora.
 

JuanJoseRuiz

Madmaxista
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Lara era el típico español de clase baja o media baja muy "echao palante". De los que antes cruzaban el atlántico y hacían fortuna. Este en concreto hizo la guerra con los nacionales y tengo entendido que a base de narices. Tras la misma conservó muchos contactos y amistades, era reconocido y respetado dentro del régimen, lo que utilizó para montar un imperio editorial casi de la nada.
Nos podrá parecer mejor o peor, pero desde luego ya hizo más en su vida que Vilallonga en toda la suya. Un cuentista, un vividor, que prácticamente nunca pegó palo al agua y cuyo mayor mérito era ser una vieja criticona porque de joven gracias a su buena planta y origen más o menos aristocrático se relacionó con bastantes famosillos. Un cortesano al final de medio pelo.

¿Qué era un pueblerino y no un pijo que se permitía mirar por encima del hombro a todo el mundo gracias a que lo parieron entre algodones? Pues muy posiblemente, como el 80% de la población española en ese entonces. Prefiero a mil Laras antes que a un millón de Vilallongas.
vilallonga era un escritor periodistico bastante bueno has leido algo de el? que era un vividor por supuesto ,y ya quisieramos algunos ..el lara lo q era es un cagalan tipico chaquetero,mangonero,la pela es la pela..y.los herederos siguen su metodo
 

Gurney

Purasangre de la sangre más pura
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Alegraos, chavales!

Que una cosa poco buena tan da repelúsnte haya ganado el premio con mayor dotación económica de España es una demostración de que la charocracia tiene sus días más que contados

Un arte tan inferior, tan inane, expresión de una energía personal pobrísima, producto de una creatividad nula, es la evidencia de que el sistema será destruido fácilmente

He buscado el libro de la hija de ese juntaletras veleta -que primero fue con el viento de la dictadura, y luego con el viento del PSOE-, pero todavía no está en pdf o ePub, pero he encontrado algo similar, escrito por una eminencia similar, Mónica Carrillo, la que le ríe las gracias a ese tío sin gracia que lee las noticias


Leed, abominad y sonreíros, porque son la nada personificada:



La luz de Candela, Capítulo I:


A veces la vida me viene grande. O quizá sea yo la que se vuelve pequeña ante tantas cosas que no entiendo. No lo sé. Tampoco sé por qué te quise tanto, por qué te sigo queriendo. Ni por qué me cuesta tanto olvidarte. No entiendo que puedas pasar sin mí, sin mis besos. Nadie me ha besado como tú, me decías. Y, sin embargo, prefieres no besarme. O quizá te mueres de ganas y no te atreves a reconocerlo. Es eso. Tiene que ser eso. Ha pasado tanto tiempo que no te atreves a acercarte por miedo a que esté con alguien, a que te diga que no, que ya no te quiero.

Pero ¿qué hago? ¿Te estás escuchando, Candela? Tengo que dejar de autoengañarme y de fantasear contigo. Mi eterno problema: mi empeño en idealizar lo nuestro, nuestra historia de amor. En idealizarte a ti. Siempre en lo alto, un paso por delante, siempre inalcanzable, siempre una pieza carísima de conseguir. Cuántas trampas me he encontrado a lo largo de estos años. Y caí en todas. La primera, aquel primer día.

Recibí un mensaje en el móvil. Decía: «Pon música, que ya salgo para allá». A esas alturas yo todavía no sabía muy bien qué venías a hacer a mi casa un sábado por la tarde. No me creía que tuvieras interés por mí.
Hacía un rato que había terminado de comer y para calmar los nervios que me producía tu visita, me duché y me vestí de manera informal. No quería que notaras que te estaba esperando impaciente.
Me puse un vaquero corto y desgastado que yo misma había cortado y una camiseta negra que caía ligeramente hacia un lado dejando al descubierto un hombro. En los pies, unas chanclas de playa que mostraban sin pudor las uñas esmaltadas para la ocasión en tono coral. El pelo recogido, sin maquillaje y el quemador de canela soltando aroma.

Al fin sonó el timbre. Salté como un resorte, pegué un respingo y miré el calendario ilustrado con escenas de clásicos del cine que había colgado en la cocina. Era 12. Ese día lo tenía marcado en rojo porque por la noche iba a un concierto. Sonreí y bajé a abrirte. Llevaba seis meses viviendo en aquella casa y todavía no había reparado el telefonillo. Varios años después dejaría la casa y aquel aparato seguiría sin funcionar. Bajé los peldaños de dos en dos. Las piernas me temblaban, pero las ganas podían a la inquietud que me provocaba aquel encuentro.

Abrí la puerta y allí estabas tú. Tan guapo, tan alto, tan fuerte, tan, tan, tan. Así te veía yo: tan todo. Llevabas unos vaqueros y una camiseta blanca que destacaba tu bronceado. Una mirada, y tu sonrisa dejó al descubierto esos dientes perfectamente ordenados que muy pronto se iban a convertir en un escenario tan familiar para mí. Ni siquiera nos saludamos con dos besos. Ambos éramos conscientes de que aquella visita supondría un punto de inflexión en nuestra relación.

Entramos en casa y nos sentamos en el sofá. Sonaba música de fondo y te ofrecí un café. De nuevo tu sonrisa anunciando que no querías nada. «Un poco de agua», sugeriste finalmente. «Agua», pensé yo. ¡Menuda fiesta!
Traje el vaso y nos quedamos en silencio. En un último esfuerzo por hacer más llevadera la incómoda situación me preguntaste qué estaba haciendo. Improvisé algo, creo que te dije que estaba viendo una película y te enseñé algunos CD que tenía guardados en el mueble sobre el que se apoyaba la televisión. Intentaba ganar tiempo, no sé muy bien para qué.

Te diste cuenta de que tenías el control. Me miraste con ternura, esa mirada de cuando detectas que el otro lo está pasando fatal. Alargaste el brazo y golpeaste con la mano el sofá mostrándome el camino de vuelta, ese que estaba a punto de emprender.
Cerré la puerta del mueble, me acerqué adonde estabas y me senté junto a ti. Aun así, guardé una distancia prudencial porque mi agitado corazón me alertaba de que comenzábamos a pisar arenas movedizas. Volviste a sonreír al ver mi nerviosismo y entonces llegó aquella frase: «Ven aquí, sencilla». No hizo falta. Fuiste tú quien se acercó y quien puso sus labios sobre los míos.

Ese fue nuestro primer beso. En realidad fue una primera toma de contacto porque yo me aparté en cuanto noté el roce de tu boca. Me incliné bruscamente y me tapé la cara con las manos. De repente tuve miedo. De ti, de lo que podía suponer aquel beso.
Volví a mirarte y allí te encontré, con esa mirada verdeazulada tan cristalina que yo apenas podía sostener. Y tu barba, que ya había comenzado a salir y me pedía a gritos que la acercaras a mi piel. Y tu boca, esa media sonrisa perfecta que me anunciaba que en breve volverías a la carga.
«Tenía muchas ganas de saber cómo besabas», me dijiste. Empezaste a acariciar mis piernas y a besarme el cuello hasta que de nuevo tus labios se encontraron con los míos. Y, entonces, ya no me pude separar.

Nos besamos durante un buen rato. Fue un beso suave, de reconocimiento. Nos estábamos presentando, dándonos a conocer.
Fuimos buscando recovecos, hasta aquel momento desconocidos, y cuando nos detuvimos me di cuenta de que aquel beso me iba a complicar la vida. No sabría decir el motivo, pero me saltaron las alarmas. Lo intuí, aunque mi intuición se quedó corta. Muy corta.
Te levantaste y me cogiste de la mano. Me dejé llevar hasta la habitación y allí me desnudaste. De repente esa imagen me hizo alejarme por un instante de la agitación que me había provocado nuestro primer beso. Al verte casi desnudo en mi dormitorio supe que ya no había vuelta atrás, así que decidí dejarme llevar.

Al día siguiente recibí unas flores.

A partir de entonces fueron sucediéndose los encuentros. Sábados en mi casa, domingos en la tuya, cenas, visitas fugaces a la hora del café, escapadas de fin de semana, hoteles recónditos, viajes, desayunos. Citas siempre envueltas en un halo de misterio porque eran casi siempre improvisadas.

La adrenalina que me generaba la sensación de no tenerte seguro no era comparable con nada que hubiera experimentado antes. De repente, me parecía que estaba viviendo con los cinco sentidos. Te convertiste en el centro de mi vida y mis rutinas. Mi día a día era una película en blanco y oscuro si tú no aparecías en algún momento. Tú aportabas el color.

Nos escribíamos y nos llamábamos a cualquier hora. Nos dábamos los buenos días y tu mensaje de buenas noches era el que me permitía meterme en la cama con cierta paz. Nunca completa.