Es difícil de revertir una reducción del uso a pie de calle, al margen de la promoción e inyección de dinero público y privado.
En esto de los idiomas hay casos en el mundo curiosos. Hay ejemplos como el del hebreo, una lengua que pasó del ámbito litúrgico rabínico para convertirse en una lengua moderna y vehicular de toda una sociedad y de un Estado. En el otro extremo está el gaélico irlandés, que pese al oxígeno estatal irlandés cada vez lo habla menos población; se convertirá en reliquia viviente.
A algunos idiomas les ocurrirá como al latín en la Edad Media; lo hablaban cuatro gatos y se utilizaba en la administración. El vasco es el más se acerca a ese caso.
El caso del hebreo ya se ha comentado varias veces. En Israel no había ninguna lengua común y el hebreo cumplió esa función. Tal vez si hubieran esperado unas décadas el inglés se habría convertido en lengua franca allí también.
El latín murió siendo vehículo de la ciencia en buena parte de Europa, y gozaba de gran prestigio como lengua eclesiástica, literaria, etc. La comparación con el vasco es poco válida.
El irlandés sí es un caso similar, aunque ahí el vasco está en una situación ligeramente mejor: tiene una mayor masa de hablantes, más homogéneamente repartida por el territorio, incluso en las ciudades, y no tiene que competir con el inglés, que es una lengua que lo barre absolutamente todo.
El vasco además cuenta con unas autoridades entusiastas, dispuestas a gastarse el dinero que haga falta en promocionar su hecho diferencial. Les va la vida en ello. Pero vamos, lo tienen crudo.