Educar es una cosa. Se puede educar muy bien y los niños salirte unos sicópatas de cuidao. Eso sí, siempre darán los buenos días y no te pondrán en evidencia en el restaurante pijo.
Educar pueden ser múltiples cosas, si fuera una sola, se podría el Estado dedicar con exclusividad a ello y educar precisa de una relación con vínculo, por eso son los padres y los iguales, quienes educan y mucho menos el resto de la sociedad y de la familia.
De lo que yo hablo es de la naturaleza de la relación padre-hijo. Con el niño un progenitor debe tener una relación de autoridad. Eso quiere decir que lo que dice el padre va a misa. Se obedece y punto. Sin debate ni discusión. Eso significa autoridad y dura, más o menos, hasta que el niño comienza a tener criterio propio para saber cuando esa autoridad paterna empieza a chocar con su propia forma de ver y entender el mundo (a eso se le llama adolescencia).
La relación padre-hijo no tiene naturaleza propia y de tener una sería económica, ya que durante la historia, los hijos sirvieron a los objetivos de los padres para la supervivencia de la comunidad, para producir riqueza a la familia y como ayuda cuando eran ancianos. Pero ni esta naturaleza económica es tal, pues hoy día, se ha demostrado su falsedad como naturaleza, pues la gente ha disminuido el número de hijos pero los sigue teniendo a pesar de que ya no hay rentabilidad económica, salen carísimos y sabes que no te van a servir de apoyo en la vejez.
Y si es cierto lo que dices, que la adolescencia es un choque de autoridades, entonces lo ideal es que no exista dicha autoridad. Yo estoy viviendo la adolescencia de un vecino y te digo la verdad, me contengo, para no coger a progenitora e hijo y llevarlos a un psicólogo. En cambio con el mío no tuve mayor problema, al igual que yo, la adolescencia fue un paso tan poco traumático que ni hubo consciencia de ello.
Esto significa que si tu padre te dice no metas los dedos en el enchufe, no los metes. Primero porque te fías de su criterio, mayor que el tuyo por edad y experiencia, segundo porque confías en que sólo quiere tu bien y te quiere; y tercero, si falla todo lo anterior, por miedo a las consecuencias.
Te contradices, si te fías de tu padre, ya no lo haces por autoridad
Si lo haces por autoridad, lo haces aunque no te fíes.
Los que defendéis la autoridad, siempre cometéis los mismos errores. Empezáis con autoridad y acabáis con confianza...... Entonces en realidad que defiendes? Imponer la autoridad o ganar la confianza?
Hay muchas formas de establecer la autoridad en una relación jerárquica, y el bofetón es sólo la más drástica -y el último recurso si me preguntas a mí- de todas ellas. El problema no es el inepto que sólo sabe educar a bofetones. El problema es el invertebrado que no tiene el cuajo jovenlandesal de soltar uno cuando procede.
Tú eres quien vendes el bofetón como forma de educación universal y en este momento, ya empiezas a desdecirte. Ya no es una forma de educación parece, es sólo la herramienta cuando ya has perdido a tu hijo, a la desesperada, para ver si lo recuperas por la fuerza? Porque si es así, si el bofetón ahora resulta que no es una forma de educar, si no la última oportunidad de recuperar lo que ya has perdido, entonces es fruto de la desesperación, no de la educación.
Por que a veces, por mucho que no nos guste admitirlo, procede. Ojalá en la vida todos recibieramos un único bofetón, o dos, uno por cada progenitor.
Nuevamente reiteras lo anterior.
El bofetón no es una forma de educación, afirmas ahora, sólo sirve a veces, cuando procede. Y cuando procede? Cuando la forma de educación ha fracasado, es el último intento de ver si por la fuerza se consigue lo que la educación no ha conseguido. Por tanto, como yo he afirmado, el recurso de los ineptos, que no han sabido educar. El bofetón nace del fracaso y es hijo de la desesperación, logicamente quien hace daño físico a quien quiere, tiene que autoengañarse y venderse su acto como un acto inteligente
El problema es que la gente hoy día ni sabe acatar la autoridad, ni sabe ejercerla. Y eso, con un niño, es receta para el desastre (o con un perro, pero para eso ya hay hilos de iluso con pitbuls a montones).
Ni hoy ni nunca, yo ya soy bastante mayor y no sé acatar la autoridad, o me convence o va de ojo ciego y cuesta arriba conmigo. Y en cambio sé ejercerla, pero nunca necesité ejercerla con mi hijo, la utilizo como todo el mundo, cuando todo falla, entonces, alzo la voz, saco voz de mando, me pongo tiesa y tengo dos variantes, el enfrentamiento directo o el bromista, en el que con un mensaje no verbal autoritario, lanzo un mensaje verbal de broma, según me convenga. Pero ambos, como en todo el mundo, son los recursos últimos, fruto del fracaso, de la ineptitud para solucionar los problemas de otras formas, que son mejores porque son más duraderas y crean vínculos más estables.