- Cuando te acatarrabas tu madre te frotaba el pecho con vicks vaporub y te daba una aspirina que deshacía con el dedo en una cuchara con agua. Los mayores tomaban Okal y hacían gárgaras con coñac.
Si tenías que ponerte inyecciones venía un practicante a casa.
Si te ponías malo eso es porque estabas "dando un estirón". No existían aún los bichito, los médicos jamás te decían "eso es un bichito de 24 horas". Pero en cambio había muchísimas probabilidades de que pillaras una pulmonía, todas las madres conocían un caso de alguien que murió de pulmonía doble. En época de mi abuela era peor si cabe, la gente se moría de cólico miserere a diestro y siniestro.
- En la escuela llevábamos unos mandilones blancos!! ¿Quién fue el listo que pensó en el blanco como el mejor color para vestir a un niño? Por supuesto, siempre se cumplía la primera ley de la física de los mandilones, la que dice que todo boli metido en un bolsillo del mandilón se descargará en 0,7 segundos. Tortazo materno acompañado de un " ¡ A ver cómo quito yo esto !" era el fin más habitual del episodio.
No había bolis borrables, lo que había era una goma dura de tinta que te hacía un agujero en la libreta cada vez que la usabas. La tinta no se iba, por supuesto. Al acabar el curso habias gastado 87 gomas Milán para lápiz y la de tinta ahí seguía, indestructible.
En las clases de manualidades las niñas bordábamos manteles a punto de cruz. A veces saco los míos
y me río un rato.
Los maestros pegaban reglazos y coscorrones, si lo contabas en casa te atizaban más por portarte mal.
Quedan muchas cosas más: los dibujos de la tele que mandaban a los niños a la cama a las 8 y media, los juguetes de kiosco (paracaidistas, montaplex), la nocilla que sabía de verdad a avellana... Aunque esto último no es un atraso precisamente.