La palabra es interpretable y la prueba de ello es el enorme surtido de sectas protestantes. El Magisterio y la Tradición son también la Palabra tanto en su esencia como en su aplicación diaria. Me fío mucho más de la Palabra interpretada por un "colegio" de hombres sabios con sólida formación filosófica y teológica, que de la que se sienten inspirados tantos y tantos que a su vez sirven de referencia a tantos otros menos inspirados.
Unos emplean su inteligencia para combatir a Dios y otros para admirarlo y si como pienso la inteligencia es una expresión directa del espíritu y la filosofía (luego ciencia) un recto pensar que ordena a la inteligencia y la pone en condiciones de dar frutos capaces de superar los rigores del tiempo, el acto de reflexión y búsqueda de la verdad implica necesariamente una inteligencia poderosa en su alcance pero humilde en su condición de observadora y partícipe de la Creación.
Lutero dijo aquella famosa frase de "la fruta razón" y con ello deja claro que el cuidado de la razón objetiva es un tremendo obstáculo a las iluminaciones personales que con tanta facilidad se salen de todos los caminos conocidos.
La Verdad contiene la naturaleza individual y colectiva unidas de forma inquebrantable. El catolicismo mantiene en su pensamiento esta estrecha conexión y a menor influencia católica en el pensamiento moderno, florecen como margaritas sectas protestantes personalistas, liberalismo que delega su responsabilidad en contra del bien común en las fuerzas de la naturaleza, y el marxismo que tratando de equilibrar o reconducir sus abusos, acaba siendo la guandoca del hombre en su espíritu y en su carne.
El triunfo del protestantismo y con él el consiguiente enfrentamiento de ambas realidades humanas, "liberó" mucha fuerza acumulada por siglos de rectitud y buen entendimiento, lo cual ha favorecido un enriquecimiento carnal impresionante a cambio de otro empobrecimiento espiritual que si impresiona es por lo amenazante...
En cierto modo se cumple también aquí la Parábola del hijo pródigo en la cual no cuenta Cristo cómo el hijo menor reclamó su herencia para vivir una vida apasionante plena de lujos y experiencias y como al cabo de un tiempo, arruinado, regresa al Padre en un acto desesperado y de extrema humildad. Los católicos somos el hermano mayor que queda en casa ocupándose de gestionar la hacienda paterna viviendo digno y sin malversar los bienes familiares. Sintió sin embargo el zarpazo de la envidia cuando de regreso su hermano fue recibido por el Padre con los brazos abiertos y todo su amor.
Habrá una masiva conversión entre los judíos que será causa o consecuencia de otra igual entre las iglesias separadas.
“dos amores fundaron dos ciudades, es a saber: la terrena el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio del sí propio. La primera puso su gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el honor y la gloria de los hombres, y la otra estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia; aquélla, estribando en su vanagloria, ensalza su cabeza (Ps. 3,4); aquélla reina en sus príncipes o en las naciones a quienes sujetó la ambición de reinar; en ésta unos a otros se sirven con caridad, los directores, aconsejando y los súbditos, obedeciendo; aquélla en sus poderosos ama su propio poder; ésta dice a su Dios: a Vos, Señor, tengo de amar, que sois mi virtud y fortaleza (Ps. 17,2); y por eso en aquella sus labios, viviendo según el hombre, siguieron los bienes, o de su cuerpo, o de su alma, o los de ambos; y los que pudieron conocer a Dios: no le glorificaron como a Dios, ni le hicieron gracias, antes se desvanecieron entre sus pensamientos y se entenebreció su insensato corazón. Alardeando de sabios, embrutecieron; y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de imagen de hombre corruptible y de volátiles, de cuadrúpedos y de reptiles; porque la adoración de tales imágenes y simulacros, o ellos fueron los que la enseñaron a las gentes, o ellos mismos siguieron e imitaron a otros, y adoraron y rindieron culto a la creatura antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos (I Rom. 21-23, 25). Pero en esta ciudad (la de Dios) no hay otra sabiduría humana sino la verdadera piedad y religión con que rectamente se adora al verdadero Dios, esperando por medio de la amable compañía de los santos, no sólo de los hombres, sino también de los ángeles: que sea Dios todas las cosas en todos (I Cor. 15, 28).” . S. Agustín de Hipona.