Cataluña no ha crecido; ha engordado

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Buen artículo sobre el deterioro de la economía catalana a causa de la inmi gración descontrolada, que también se puede aplicar al resto de España:

Cataluña ha engordado

"La expansión demográfica no necesariamente responde a que Cataluña haya sido la tierra de las grandes oportunidades"


Xavier Díez, 01/10/2021

Existe un sentimiento difuso, en Cataluña, de crisis sistémica. Podríamos hablar de un malestar profundo, de lo que los franceses llamarían malaise, una cierta melancolía que nos convoca a una especie de crisis existencial. Hay, por supuesto, una insatisfacción identitaria que va más allá del obvio conflicto con un estado que ha revelado su cara real autoritaria y de malas pulgas. Hay, ciertamente, una sensación de tiempo perdido, de mala digestión, de resaca, de mala salud, de frustración presente e incertidumbres futuras. Y ciertamente, como algunos críticos con el independentismo han mostrado, el conflicto con España ha dejado de lado la incómoda realidad de una Cataluña que se mira al espejo y no se gusta. Y no, esto no tiene que ver con el procés, y va mucho más allá de elementos nacionales.

Lo que le ha pasado a Cataluña es que no ha crecido, sino que ha engordado. Más allá de las conclusiones, prejuicios y malinterpretaciones que se puedan extraer de este artículo, existen unos hechos objetivos, unas causas de fondo y unas consecuencias que derivan de ellas. Ahora que hemos terminado el primer quinto del siglo XXI, podemos mirar atrás y establecer unas cuantas comparaciones estadísticas que deberían hacernos reflexionar. Según el Idescat, Cataluña en el año 2000 tenía 6,17 millones de habitantes. En 2020, tiene 7,72, es decir, 1,55 millones más de habitantes. Traducido, esto significa que en sólo 20 años la población ha crecido un 25%. Esto revienta todas las costuras, tensiona las estructuras, propicia una verdadera desestabilización social y genera grandes dificultades para digerir un crecimiento demográfico tan grande en tan poco tiempo. Si esto lo comparamos con los veinte últimos años del siglo XX, una época en que se desplegó un sistema de bienestar social y hubo suficiente estabilidad social para poder consolidar instituciones y gestionar el crecimiento desbocado del segundo tercio del siglo, se pasó de 5,95 en 1981 a 6,17 millones en 2000, es decir, un crecimiento de un 3,7%, el cual llamaríamos, sostenible, y que implicó una mejora sustancial en cuanto a capacidad adquisitiva, reducción de listas de espera, ampliación de las tasas de escolarización, reducción del fracaso escolar. En definitiva, todo lo que sucede en aquellas sociedades que tienen tiempo para gestionar sosegadamente los problemas y retos que se les presentan.


Podríamos pensar que este ha sido un fenómeno global y que lo que ha pasado en Cataluña ha sucedido en otros lugares. Efectivamente, y esto tiene consecuencias similares. Ahora bien, si comparamos Cataluña con sociedades demográficamente comparables, nos encontramos con que hay diferencias notables. En el mismo período de 2000 a 2020, Finlandia ha pasado de 5,18 millones de habitantes a 5,53 (es decir, un crecimiento de un 6,7%); Dinamarca ha pasado de 5,35 millones a 5,84 (un 9% más) o Austria ha pasado de 8,02 millones a 8,93 (11%). Incluso, si cogemos España sin Cataluña, para este periodo de tiempo, bajo el mismo paraguas administrativo y mismas dos décadas de expansión demográfica súbita, pasaría de 34,29 millones a 39,61 (es decir, un 15 % de crecimiento, 10 puntos menos que Cataluña). (Fuente: Diario Expansión Datos Macro)

Esto, por supuesto, tiene muchas derivadas, y una presión importante sobre los salarios y precios, la renta disponible, la capacidad de absorción de los servicios públicos, la lengua, las tensiones sociales. Para que vayamos pensando, según un informe de la UGT, el salario medio en Cataluña, en 2008, era de 23.366 €, y diez años más tarde, en 2018, de 24.592 €, es decir, un 5,2% más alto. Ahora bien, si descontamos el 15% de inflación para este periodo, tenemos que los trabajadores catalanes perdieron, en global, un 9,8% de poder adquisitivo (en el caso de los trabajadores públicos, esta pérdida oscila entre un 16%-25%). Otro dato, más interesante porque articula datos económicos con demográficos es el de la Renta Familiar Bruta, que en Cataluña, y con euros constantes era de 19.843 € en el año 2000, mientras que quince años más tarde (2015), esta era más baja, unos 19.661 €, por debajo de la UE-28, que el año 2017 era de 21.766 €. Esta expansión demográfica acompañada de empobrecimiento lento, aunque constante, se entiende mejor, por ejemplo, si la cruzamos con la evolución de los precios de la vivienda, que en el año 2000, y para la ciudad de Barcelona se fijaba en un promedio de 1,681 € por metro cuadrado, mientras que en la actualidad este representa prácticamente el doble, 3,359 € el metro cuadrado (por cierto, que en el punto más álgido de la burbuja, en 2007, alcanzó los 4.441 €, triplicando el precio de una década antes.


¿Con todo esto que queremos decir? Que la expansión demográfica no responde necesariamente a que Cataluña haya sido la tierra de las grandes oportunidades. Los catalanes recién llegados no nadan precisamente en la abundancia y pocos son los que progresan económicamente. Cuando pido que no se me malinterprete, hay que dejar claro que la inmi gración no es causa de nada, sino que ha sido instrumento de muchas cosas. Si quisiéramos hacer una metáfora, podríamos decir que ha sido la adictiva droja de un sistema productivo basado en el trabajo barato, la explotación despiadada y la precariedad generalizada, lo que se comprueba cuando miramos los datos de evolución económica. Que la disponibilidad de mano de obra abundante ha presionado a la baja los salarios y ha convertido el empresariado en un yonqui de subcontrataciones, trabajo en neցro (o gris), y unas tasas de temporalidad que no se explican ni desde la ortodoxia económica. En otras palabras, cuando nos quejamos de la escasa productividad de la economía del país, de las actividades de escaso valor añadido, de tasas de temporalidad incomprensibles, del exceso de horas de trabajo combinadas con salarios bajos, de la baja tasa de actividad entre los mayores y un desempleo juvenil insostenible (en Cataluña, del 35%) estamos hablando, en suma, de parasitismo empresarial. Grandes sectores de la economía del país, aquellos que ofrecen dinero rápido y fácil (construcción, hostelería, peonaje agrícola, cuidadores, repartidores...) han forzado la existencia de una mano de obra abundante, no siempre bien formada, pésimamente pagada, para aprovechar al máximo las ventajas comparativas. En otras palabras, la llegada masiva de personas en estas últimas décadas ha propiciado un país que no ha crecido, sino que ha engordado, con las consecuencias que ello conlleva, con respecto, por ejemplo, a la expansión de las desigualdades (en Cataluña el riesgo de pobreza ha pasado de 2008 a esta parte, del 12,3% al 16,7%, mientras que en Europa se ha estancado con tasas que rondan el 10%). (Por cierto, que otras fuentes sitúan este riesgo en un 27% y un 33% para los menores de edad). Esto lo vemos en una terrible segregación residencial y escolar, al mismo nivel, por lo menos, que en la desestructurada Cataluña de la década de 1970. Y ya vemos la desestructuración social y la desestabilización interna que genera un fenómeno que podríamos considerar una especie de tsunami humano. A diferencia de otras sociedades como las latinoamericanas, Estados Unidos, o Australia de la primera mitad del siglo XX, este no ha sido un país en expansión, sino una economía más bien predadora y entrópica, que, a partir de la ausencia de regulaciones y la sobreabundancia de empresarios sin conciencia de país ni escrúpulos, ha generado un sistema que, tal vez genere ganancias rápidas para unos pocos, pero representa una catástrofe colectiva de grandes dimensiones.

Como servidor de ustedes es historiador, no puede resistirse a hacer comparaciones con el pasado. Este episodio tiene algunos paralelismos con lo que sucedió los primeros veinte años del siglo pasado. En 1900, Cataluña tenía 1,97 millones de habitantes. Veinte años después, en 1920, tenía 2,34 millones, es decir, que la población entonces creció un 19%. Entre medio, una industrialización basada en ventajas competitivas, explotación laboral despiadada (muy por encima de otros países industrializados). La neutralidad durante la Primera Guerra Mundial propició la llegada de abundante mano de obra, a pesar de que el calentamiento de la economía propició que en una época de gran crecimiento económico, entre 1914 y 1920, los precios subieran un 60% más que los salarios, o que el precio de los alquileres fuera, en términos de capacidad adquisitiva, un 30% más caro que en el Reino Unido, un 40% más caro que en Alemania o un 66% más caro que en Viena, con vivienda protegida. El empresariado catalán de la época comenzó a fabricar para todos los contendientes de la Primera Guerra Mundial a precio exorbitante, calidad ínfima y salarios bajos (con un pésimo efecto reputacional de la economía catalana, que una vez terminado el conflicto, vio, con razón, hundirse el sector exterior). Los beneficios, como explicaban los testimonios coetáneos, se gastaban en ladrillo, gasto suntuario, champán, cortesanas de lujo y sicarios dedicados a perseguir a sindicalistas. Lógicamente, las cosas terminaron como terminaron, y no se explican las agitaciones y violencia de la década de 1930 sin lo que había sucedido pocos años atrás. Parece que las clases dirigentes del país no parecen haber sacado ninguna conclusión del pasado, ni tampoco del presente.

 
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Está bien el artículo porque pone datos concretos a algo que todos veiamos.
La inmi gración masiva es un arma de destrucción para paises y poblaciones y que los progres no entiendan algo tan básico , que no hagan numeros y vean lo que significan las cosas. Como dice Robert Deniro en casino, o bien son simples o bien se benefician de ello, en cualquiera de los dos casos nos están moliendo.
 
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