Andorra, la versión de los trabajadores: "Allí te exprimen y te devuelven a tu país"

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Andorra, la versión de los trabajadores: "Allí te exprimen y te devuelven a tu país"
El paraíso de los Pirineos tiene dos versiones: la de los que buscan ventajas fiscales y la de los que van a enseñarles a esquiar

Cuando Francisco Armengol llegó a Andorra, ni siquiera había oído hablar del lugar. Una mañana de 1990, su padre regresó nervioso a casa y le pidió a la familia que hiciese las maletas. En apenas unas horas, la familia Armengol, acomodada y bien conocida en Corralejo (Fuerteventura) por regentar una pub en la zona turística, salió de la isla para no volver. En el ferry hacia Lanzarote, Francisco, de 18 años, supo que su padre había tomado decisiones empresariales cuestionables. "En aquella época, hubo una crisis importante en Canarias, porque los turoperadores dejaron de traer turistas para llevárselos a Grecia o a Italia. Se sucedían los días con los negocios vacíos y en Corralejo hubo que cerrar mucha hostelería y comercio, daba lástima pasear por el pueblo", recuerda Armengol desde Estados Unidos, donde vive hace 13 años. "Y mi padre, que había hecho mucho dinero con su local, se negó a cerrar, pese a que había noches que solo entraba una pareja a cenar, eran muchos más trabajadores que clientes".

Cuando el cabeza de familia de los Armengol se quedó sin liquidez, empezó a expedir cheques sin fondos a proveedores con la esperanza de poder hacer frente antes de que los cobrasen. Por eso aquella mañana de 1990, cuando vio de lejos que la Guardia Civil le esperaba en la puerta del pub, entendió que su mejor baza era poner tierra de por medio. "Salimos pitando con lo puesto hacia el puerto, huyendo sin un destino", dice Francisco. En menos de un año, los Armengol rebotaron en Lanzarote, Tenerife y Barcelona antes de asentarse por fin en Andorra. "Unos familiares de Madrid nos aconsejaron que mi padre se refugiase allí hasta que prescribiese su delito, porque era difícil que lo extraditasen. Eso hicimos", recuerda Francisco. La experiencia de Francisco Armengol durante los siguientes 17 años tiene poco que ver con las mansiones de los 'youtubers', el 'glamour' de las pistas de esquí y los Lamborghinis. "Lo primero que le llamó la atención a alguien como yo, que pasé de las dunas de Corralejo a meterme en mitad de los Pirineos, es que, cuando vives allí, más allá de lo bonito que es y la paz que se respira, te das cuenta de que es muy pequeño. Andorra es una sucesión de valles en forma de Y que tendrá 50 kilómetros de largo por 40 de ancho, pero la mayor parte del espacio no es habitable, son pistas o zonas verdes. La población está muy concentrada en dos o tres puntos urbanos, de modo que, al poco tiempo, ya te sabes todas las caras y sus vidas. Es como vivir en un pueblo de montaña venido a más", afirma.

Armengol, sin estudios superiores ni conocimiento del catalán o la cultura local, accedió al Principado como otros tantos trabajadores, por la gatera. Trabajó instalando estructuras metálicas, construyendo aparcamientos, de 'puerta' en una discoteca y de camarero de restaurante. Todo lo que llegaba era bueno para ayudar a pagar el alquiler del apartamento familiar, pero pronto descubriría que estaba en la selva del 'currito', un país sin legislación laboral ni protección del trabajador: "El empresario te podía echar en cualquier momento, cuando y como quisiera, y te ibas a tu casa sin indemnización ni paro. Tampoco podías quedarte mucho tiempo en casa, porque cuando estabas dos meses sin cotizar, la Seguridad Social le enviaba una notificación a la policía y te advertían de que, o encontrabas trabajo pronto, o tenías que irte del país", lamenta Francisco. "Poco a poco, me di cuenta de que el sistema está hecho para que los trabajadores se dejen allí la juventud y después se larguen a su país. Lo que ganas como trabajador apenas te llega para pagar el piso y comer. Cuando pasan los años, comprendes que es imposible comprar una casa y asentarte, porque las viviendas son carísimas y el nivel de vida también lo es, así que ahorras muy poco. Yo pagaba el equivalente a 1.200 euros a finales de los noventa por un piso normal, que es más o menos lo que cobraba". Armengol define los derechos laborales de Andorra con una anécdota: "Un día, me despidieron del restaurante en el que trabajaba y se negaron a pagarme lo que llevábamos de mes, así que los demandé. Llegué al juzgado una hora antes y pedí un abogado de oficio. El funcionario, con mala cara, me preguntó que por qué no llevaba mi propio abogado y yo le dije la verdad, que porque no tenía dinero para pagarlo. Me respondió: 'Y si no tienes dinero ni trabajo, ¿qué haces en Andorra?'. Me di la vuelta y me largué, ni me quedé al juicio. Me quedó clarísimo que aquel lugar era una exprimidora de trabajadores".

Armengol denuncia también un trato desigual con los ciudadanos: "Apenas hay ayudas sociales, pero las pocas que se dan, son solo para andorranos. Yo, lamentablemente, en un momento de mi vida me vi sin dinero y me acerqué a pedir una ayuda a la Administración. Después de haber cotizado allí más de 15 años, no me dieron nada, ni vales de comida. En ese momento, decidí marcharme de Andorra".
Residentes y nacionales

Andorra tiene una demografía peculiar. Los nacionales suponen menos de la mitad de sus 80.000 habitantes; los españoles emigrados, un tercio y el resto se reparte entre portugueses, franceses, argentinos y uruguayos. El pasaporte andorrano es muy codiciado porque otorga ciertas ventajas, como la capacidad de votar o de acceder a ayudas sociales, si bien el proceso para conseguirlo es tedioso. Se han de acreditar al menos 20 años de residencia en Andorra, pasar un examen de historia del país, completar un trámite burocrático caro y complejo y renunciar a cualquier nacionalidad anterior. El Principado nunca ha mostrado interés convertir a sus ciudadanos en andorranos. Durante décadas, ni siquiera nacer en Andorra garantizaba la nacionalidad. Como Armengol, que vivió 17 años como extranjero, la mayoría de los trabajadores abandonan el Principado sin conseguir nunca la nacionalidad, empalmando permisos de residencia siempre ligados a sus contratos de trabajo y de alquiler. Hay una vía más rápida, pero solo pueden acceder a ella empresarios, inversores, deportistas o 'youtubers', ya que implica un desembolso inicial de más de 400.000 euros en bonos del Estado, además de la contratación de un seguro privado de salud y un plan de pensiones. Para obtener ambos permisos se ha de presentar un expediente libre de antecedentes penales y pasar un riguroso examen de salud. Esto último no es baladí: Andorra ha expulsado sistemáticamente a trabajadores por condiciones médicas moderadas, como diabetes, obesidad, ansiedad o miopía.

El objetivo, no se esconde de la mirada pública, es que los trabajadores aporten a las arcas del Estado y no al revés. Laura Vázquez, administradora de sistemas de 36 años, es una de las pocas andorranas que han preferido cruzar la frontera para trabajar. "Yo siempre había pensado que Andorra era el mejor sitio para vivir, pero luego estudié la carrera en España y me di cuenta de que me gustaba más vivir en Madrid, tanto laboral como personalmente", dice Vázquez. "Andorra funciona a base de dinero. Te cobran por todo, es agotador. No hay una zona para aparcar gratis ni un trámite administrativo sin coste. Empadronarte, por ejemplo, cuesta 100 euros. La vivienda se ha disparado con los pisos turísticos y las agencias te pueden exigir varios meses de alquiler y un depósito. Mudarte puede tener un coste de 2.500 euros, sin contar con que cada vez que vas a un nuevo piso tienen que certificarte la electricidad (70 euros) y la instalación de gas (180 euros), por la que te cobran un mínimo mensual de 55 euros. No importa que el anterior inquilino hubiera certificado la instalación anteayer, hay que volver a hacerlo obligatoriamente con cada mudanza".

Su análisis del marcado laboral coincide con el de Armengol. "Es obvio que Andorra busca importar jóvenes que trabajen y después se marchen. No hay prestación de paro ni sindicatos y, si estás 60 días enfermo, pierdes la cobertura sanitaria. El trabajador se ve abocado a subsistir. Además, las pensiones son muy bajas: mi padre cotizó 40 años y tiene 900 euros de jubilación, que es una forma de invitarte a marchar. Si te fijas, apenas hay personas mayores en Andorra", dice Laura. "Los trabajadores no tienen prestaciones, pero son los únicos que pagan impuestos. No es normal que paguen el mismo 10% de IRPF una persona que gana 24.000 euros que otra que gana 4 millones, que encima tiene a su disposición herramientas para tributar menos como las 'sicav'", dice Vázquez. "En cuanto a los precios, solo hay que fijarse en la cesta de la compra. Se ha extendido la idea de que Andorra es barata en productos de consumo, pero eso solo es cierto si hablamos de tabaco o alcohol, pero a un bebé no le echas whisky en los cereales. La comida es más cara que en España, de ahí que muchos andorranos compren habitualmente en el Mercadona de La Seu d'Urgell, el primer pueblo de España, y luego se vean colas para la devolución del IVA", explica.

Andorra presume del mejor sistema sanitario del mundo, pero no es tan bonito como lo pintan. Los ciudadanos tienen que pagar íntegros sus tratamientos, aunque el Estado se compromete a devolverles el 75% si gozan de cobertura sanitaria. El otro 25% lo ha de asumir el afectado o bien contratar un seguro privado de salud, con un coste mensual en torno a 60 euros. "Hay mucha gente que no puede permitirse pagar un tratamiento largo, como un cáncer, y se va al hospital de La Seu d'Urgell para que le traten gratis. Está siempre colapsado de andorranos, pásate un día a mirar", admite Vázquez. Además de los impuestos bajos, el paro cero y los hospitales, el otro pilar sobre el que se asienta el prestigio andorrano es la seguridad. En cualquier conversación con un local surge la escena de empresarios dejando el Ferrari abierto en plena calle y paseando de noche con un Rolex de miles de euros en la muñeca sin mirar detrás. La seguridad es un imán para los más ricos pero, como explica Armengol, también tiene un precio para los de abajo: "La presión policial es terrible y se siente constantemente. No hay mendigos ni músicos callejeros, la droja está penadísima, hasta por una huelga te puedes llevar bastantes palos. Es muy habitual que te paren mientras paseas por la noche y que te registren la mochila, sin dar más explicaciones. Yo he visto a la policía andorrana hacer barbaridades, desde meter a un amigo varios días en el calabozo por fumarse un porro en la calle —la mínima pena por consumo de drojas son cuatro años de guandoca— hasta arrastrar a dos turistas francesas que estaban tocando en la calle y meterlas en un furgón con dirección a la frontera. Sucedió frente al centro comercial de Les Escaldes, delante de cientos de personas que no dijeron nada; lo recuerdo como algo violentísimo. Yo conocía a uno de los policías que lo hizo y, ¿sabes qué? Los andorranos lo tenían en muy alta estima, era considerado casi un héroe".
 
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