Automóvil y crisis económica
Hace pocos días, el Ministerio de Industria publicó los datos de comercio exterior del primer semestre de 2011. Un análisis de estas cifras evidencian algo que muchos ya sabíamos: el automóvil es un lujo que no nos podemos permitir como sociedad
¿POR QUÉ LA BALANZA COMERCIAL?
Debemos empezar este artículo introduciendo algunos conceptos básicos de economía.
Regularmente, las autoridades pertinentes realizan una serie de cálculos para determinar la riqueza del país y la evolución de su economía. Estos cálculos van mucho más allá del famoso indicador llamado Producto Interior Bruto, ya que también se incluyen aspectos tan importantes como el endeudamiento y la posición financiera del conjunto de la sociedad.
Al igual que una familia no puede consumir indefinidamente por encima de sus ingresos, un país no puede importar más productos de los que exporta sin caer en un peligroso endeudamiento –como el que ahora sufrimos-.
Durante los años de la burbuja inmobiliaria, la demanda de crédito se disparó en España. Todo el que compraba una casa, lo hacía pidiendo un préstamo hipotecario por cantidades crecientes –a medida que subía el precio de la vivienda-. Esta situación no habría sido demasiado difícil de gestionar si la demanda de crédito se hubiera atendido con ahorro interno. Pero no fue el caso.
Había una fuerza que impedía la expansión del ahorro en el Estado Español, y por lo tanto llegaron gran cantidad de euros desde los países centrales de Europa. Este dinero, que en primera instancia servía para financiar la construcción de bloques de pisos, tenían un curioso recorrido al cambiar de bolsillo: no se ahorraban (como sería lógico al desprenderse de un elemento patrimonial N.de Salut), sino que se gastaban en la adquisición de coches y en la importación de petróleo. Y eso se mostraba en nuestra balanza comercial, que se volvió la más deficitaria del mundo, y en un espectacular aumento de la deuda externa.
…y ahora pagamos el precio de vivir en una sociedad en la que el éxito social se mide por el número de caballos que tiene tu coche.
LA LOSA DE LA DEUDA EXTERNA
La deuda externa es una vieja conocida de aquellos que nos preocupamos por el desarrollo de los países menos favorecidos. Durante los años 90 hubo una importante campaña por parte de las ONGs para lograr la condonación de la deuda externa, ya que esta deuda se había vuelto tan grande que drenaba la poca riqueza que se generaba, al tener que pagar intereses.
A diferencia de la deuda interna –que es neutra a efectos del conjunto de la economía, aunque pueda esconder problemas de desigualdad-, la deuda externa significa que la riqueza generada por el país debe ser exportada para obtener las divisas necesarias para devolver el préstamo más intereses. Y la consecuencia es un empobrecimiento de todo el país.
La deuda externa no siempre es mala: como cualquier otra deuda, si se utiliza para hacer una inversión con buen rendimiento, genera más riqueza de la que se pierde al devolver el préstamo. En el caso de la deuda externa, hay que vigilar muy especialmente que los recursos captados del extranjero se inviertan en maquinaria que permita aumentar las exportaciones o reducir las importaciones.
Pero históricamente nos encontramos con que esta política no es la más habitual. Buena parte de la deuda que ahoga a los países en desarrollo es deuda odiosa: proviene de dictadores que pedían préstamos para importar las armas necesarias para reprimir a su propio pueblo, como fue el caso de Argentina.
La obtención de divisas extranjeras para devolver este tipo de deuda pasa inevitablemente por darle la vuelta a la balanza comercial, exportando más productos de los que se importan. Como estos préstamos no se han invertido en crear una industria exportadora, no queda más remedio que reducir las importaciones vía brutales recortes en el nivel de vida de la sociedad –de forma que baje el consumo de productos extranjeros-.
El paro masivo, la bajada de sueldos y derechos laborales, o la pérdida de servicios sociales, son la receta habitual para equilibrar la balanza comercial. Nos suena, ¿verdad?
EL PETRÓLEO, RUINA PARA LA SOCIEDAD
¿Qué tienen en común Portugal, Italia, Grecia y España, más conocidos en el mundillo económico como PIGS? Los cuatro están sufriendo muy especialmente los efectos de la crisis económica, y los cuatro presentan una elevadísima dependencia energética.
En el Estado Español, las importaciones energéticas –principalmente petróleo para el transporte- representan aproximadamente dos tercios del déficit comercial (datos del año 2010). Una tendencia que continua creciendo, con el aumento del precio del petróleo y el hundimiento de nuestro nivel de vida.
Tal y como se acaba de explicar, una gran caída del nivel de vida es la receta tradicional para equilibrar la balanza comercial. Pero su efectividad es más que discutible, ya que el impacto de esta bajada sobre el consumo es desigual: los ciudadanos recortamos primero sobre unos productos (demanda elástica) y nos resistimos a hacerlo en otros (demanda inelástica).
El caso del petróleo es paradigmático en este sentido: hemos creado una sociedad que exige una elevada movilidad para no quedar excluido, y donde esta necesidad de moverse sólo se puede satisfacer con el vehículo particular. ¿Resultado? Una gran inelasticidad en la demanda de petróleo.
La noticia que nos ha impulsado para escribir este artículo es una prueba de este problema. Efectivamente, el enorme nivel de paro y los brutales recortes sociales sólo han servido para recortar el déficit comercial en un 8,3%. Más detalladamente, mientras la factura de las importaciones no energéticas se ha reducido sustancialmente –un 63,4% en lo que va de año-, las importaciones energéticas han continuado subiendo –un 20,5%-.
Conviene que tengamos claro que, sin una balanza comercial positiva, no hay salida posible a la actual crisis económica. Las fuertes caídas en la bolsa y deuda pública españolas que hemos visto en los últimos meses no responden tanto a los famosos especuladores bajistas, como al hecho de que los mercados ya no quieren dar más crédito para financiar un déficit comercial que parece no tener remedio.
La perspectiva de una brutal caída en la actividad económica –por las políticas de austeridad- hace cuestionable nuestra capacidad de generar los beneficios necesarios para devolver la enorme deuda acumulada durante los años de la burbuja.
SÓLO SALDREMOS DE ESTA CON UNA NUEVA POLÍTICA DE MOVILIDAD
Las recetas macroeconómicas tradicionales de austeridad y recortes sociales tienen sentido cuando el desequilibrio comercial se basa en productos con una demanda muy elástica, que responde con facilidad a la reducción del poder adquisitivo. Pero, como ya vimos, no nos encontramos ante una situación de este tipo.
Dado que el problema está muy localizado en nuestro sistema de transporte, la apuesta por una nueva política de movilidad debe ser muy clara.
Algunos pasos en este sentido ya los hemos visto, con la aplicación del límite de velocidad de 100 km/h –restricción levantada inexplicablemente- o el fomento del coche eléctrico (ver nuestro artículo del año pasado). Pero estas medidas nunca serán suficientes para hacer frente al peor déficit comercial del mundo.
El paso fundamental es reducir la demanda de movilidad, hacer que no sea necesario desplazarse grandes distancias para encontrar productos, servicios, empleo y relaciones humanas. Se trata pues de potenciar la accesibilidad a todos los niveles. De apostar por un modelo de ciudad compacta, multicéntrica, con una elevada presencia de tiendas de barrio y plazas públicas. Hay que evitar los grandes centros comerciales y de ocio, que habitualmente están alejados de las zonas residenciales.
Por otro lado, hay que potenciar una movilidad sostenible: a pie, en bicicleta o en transporte público. Esto significa realizar una ordenación viaria que de preferencia a estos medios de transporte: crear ejes cívicos completamente desmotorizados, poner nuevos carriles bici en vez de quitar los que ya estaban hechos (en referencia al desmantelamiento del carril bici de las Avenidas, en Palma de Mallorca N. de Salut), delimitar carriles de uso exclusivo para el transporte público, y calmar el tráfico en aquellas calles que se mantengan abiertas al automóvil reduciendo el límite de velocidad a 30 km/h –cosa que no sólo disuade del uso del automóvil, sino que también favorece la convivencia con los ciclistas-.
La mayor parte de estas medidas son de bajo coste para los presupuestos públicos. Se trata principalmente de medidas normativas, y no de complejas infraestructuras. Esto las hace perfectamente compatibles con las políticas de austeridad.
También conviene destacar que, cuando las acciones supongan un gran gasto público, la vía de financiación debe ser coherente con la naturaleza del grave problema al que se enfrenta la economía española. A nivel municipal, se pueden aumentar los impuestos a vehículos de tracción mecánica –disuadiendo de la adquisición de nuevos automóviles-, mientras que a nivel nacional se pueden subir los impuestos a hidrocarburos –disuadiendo del uso de los automóviles existentes-.
Las acciones a nivel individual también son claras: debemos consumir productos locales y utilizar más los medios de transporte sostenibles. Aunque muchos de nosotros podamos permitirnos el lujo de utilizar el coche y malgastar gasolina, nuestra sociedad en conjunto se expone al colapso económico si continuamos haciéndolo.
Por racionalidad económica, por defensa del medio ambiente, por solidaridad con nuestros compatriotas… ¡¡CIRCULEMOS EN BICI YA!!
Por Mascle Ros para PalmaEnBici.com