He aquí sólo una pequeña prueba del montón de cosa feminista que escribió el castrado de John Stuart Mill:
[E]l principio regulador de las actuales relaciones sociales entre los sexos —la subordinación legal del uno al otro— es intrínsecamente erróneo y constituye actualmente uno de los obstáculos más importantes para el progreso humano, y que debería ser sustituido por un principio de perfecta igualdad que denegara todo poder o privilegio para unos y toda incapacidad para los otros. […] Si la autoridad del hombre sobre la mujer, cuando esta autoridad se estableció por primera vez, hubiera sido el resultado de una comparación a fondo entre las diversas maneras de constituir el gobierno de una sociedad; si después de experimentar otras formas de organización social —dominio de la mujer sobre el hombre, igualdad entre ambos y demás modos y maneras de gobierno que pudieran haberse ideado—, se hubiera decidido, a la vista del testimonio de la experiencia, que el que la mujer esté bajo la tiranía del hombre, sin ninguna participación en los intereses públicos y cada una bajo la obligación legal de dependencia del hombre al que ha unido su destino, era el mejor arreglo para conseguir la felicidad de ambos, la adopción general de esta forma de vida hubiera podido considerarse una prueba evidente de que, en el tiempo en que fue adoptada, era la mejor; aunque, incluso en este caso, las consideraciones que entonces la hacían aconsejable pudieran haber dejado de concurrir después, como ocurre con muchas otras circunstancias sociales; pero la realidad ha sido justamente lo contrario. En primer lugar, la opinión en favor del sistema actual, que subordina enteramente el sesso más débil al más fuerte, se basa únicamente en teorías, ya que jamás se ha probado ningún otro sistema; de modo que no cabe decir que la experiencia, en el sentido en que corrientemente se contrapone a la teoría, haya producido ningún veredicto. Y, en segundo lugar, la adopción de este sistema de desigualdad no fue nunca debido a la deliberación o pensamiento previo o a idea social de ninguna especie, o a la más remota noción de lo que es beneficioso para la humanidad o conduce al buen orden de la sociedad. Surgió sencillamente del hecho de que desde el amanecer de la sociedad humana cada mujer (debido al valor que el hombre le atribuía, junto con su inferioridad física) se encontró sumida en un estado de dependencia respecto a algún hombre. […].
Habrá quien diga, no obstante, que el dominio del hombre sobre la mujer difiere de todos los demás porque no es una ley de fuerza; se acepta voluntariamente; la mujer no se queja y acepta su papel. En primer lugar, numerosas mujeres no lo aceptan. Desde que hay mujeres capaces de dar a conocer por escrito sus sentimientos (el único modo de publicidad que la sociedad les permite) las protestas en contra de su condición social actual han aumentado progresivamente en número; y, recientemente, muchos miles, encabezadas por las mujeres más eminentes y conocidas por el público, han pedido al Parlamento que les conceda el sufragio parlamentario. Todas las causas, sociales y naturales, se combinan para hacer muy improbable que la mujer se rebele colectivamente contra el poder del hombre. Por ahora la mujer está en una posición totalmente diferente a la de las demás clases sometidas, porque el amor exige de ella algo más que verse servido. El hombre no quiere solamente la obediencia de la mujer, quiere también sus sentimientos. Todos los hombres, excepto los más brutales, desean que la mujer que está más estrechamente ligada a ellos sea, no una sierva por la fuerza, sino de grado, no una esclava, sino una favorita. Por lo tanto, han puesto en práctica todos los medios conducentes a esclavizar sus mentes. […] Desde la infancia, a toda mujer se la educa en la creencia de que el ideal de su condición es ser diametralmente opuesta al hombre: nada de voluntad propia ni de autoridad, sino subordinación y sometimiento a los demás. […]
Tampoco sirve de nada decir que las actuales funciones y que la posición de los dos sexos viene determinada por su naturaleza, y que se han adecuado a ella. Basándome en el sentido común y en la constitución de la mente humana, niego que haya quien conozca o pueda conocer la naturaleza de los dos sexos mientras no se les haya podido analizar más que en su presente relación mutua... Lo que ahora se llama naturaleza de la mujer es algo eminentemente artificial, resultado de una represión forzada en determinadas direcciones y de un estímulo antinatural en otras. […] Se da por descontado que la mayoría de los hombres creen que la vocación natural de la mujer es la de ser esposa y madre. Digo que se da por descontado porque a juzgar por su forma de actuar —por la constitución total de la sociedad actual—, podría inferirse que su opinión es diametralmente contraria. Cabría pensar que esa supuesta vocación natural de la mujer es lo más contraria a su naturaleza en cuanto que —si se les abriera cualquier otro medio de vida u ocupación de su tiempo y facultades— no habría suficientes mujeres dispuestas a aceptar la condición que se dice que les es natural.