"La rutina es el flotador del solitario", pensé mientras meaba al amparo de un árbol. El sol del sábado se iba de la misma forma que el del viernes, imaginé, y volví a pensar, y fue que me pareció que cuanto más débil está, mejor pinta al cielo.
Y cuidándome de pisar la tierra embarrada caminé dejando que el teléfono escogiera mi música y entonces dio con una que me trajo amargos recuerdos, tanto que al terminar hubiera deseado que volviera a empezar, pues a veces nos pasa que la tristeza por una alegría perdida se transforma en placentera, y si uno busca bien encuentra que ya no hace nada tan a disgusto como para no obtener un cierto placer en ello: barro fuimos para manos extrañas y no estuvieron en las nuestras elegirlas. Y si luego, ya secos, nuestra forma no fue ni la mitad de buena que pretendió ser al menos ahora sabemos que ya no será de otra manera
Vi a un padre caminando junto a su hijo que con mucho cuidado y cara de cruz por la mitad de un largo charco pedaleaba su pequeña bicicleta. Y fue cosa que me sorprendió la tranquilidad del padre, tanto que cuando me dieron sus espaldas yo no les di la mía, y mirando como se alejaban me maravillé de lo que acababa de ver. Y entonces recordé y comprendí porqué el padre es Superman para sus hijos cuando van con sus bicicletillas por mitad de un frío charco de lluvia primaveral.
Pasaron más canciones, algunas antes que otras, y vi más gente bajo las nubes bajas, y mientras me encontraba con algunos que reconocía a pesar del tiempo pasado, pensé que ellos también hacían lo mismo conmigo, y también pensé que ignorarnos no cambiaba nada, a veces creemos que cuando el sol se va también nosotros nos vamos, y cambiamos, y nos transformamos, pero no, es sólo una ilusión, nuestro rostro es el mismo cuando llega el ocaso, el mismo de hace diez años, y no es tan poca la luz como para hacernos los ciegos, sino es porque ciegos es como queremos estar cuando el sol se va y nos exhibe sin que nosotros queramos.
Y cuando las cuerdas de la guitarra de Page vibraron en mis oídos para susurrarme una vez más el sendero correcto hacia la escalera al cielo, el sol encontró un hueco entre las últimas nubes rosadas que lo admiraban y me devolvió mi sombra alargada; entonces dejé de andar y vi que la noche venía, y dándome la vuelta lo miré y recordé que hacía mucho tiempo que no lo hacía, y viendo como se iba pensé que era lo más hermoso que había visto, y cuando al final se fue pensé que jamás volvería a ver nada mejor, y al quedarme tan sólo con su luz ya no supe por donde seguir, y entonces, con las bajas nubes de la noche comiéndose mi pecho, metí las manos en los bolsillos y regresé a casa antes de que llegaran al corazón.