Dice Pedro Sánchez que en julio va a haber 33 millones de banderilleados. A dos dosis por persona son 66 millones de dosis. Hasta ahora han llegado 1,3 millones. Pfizer ya ha dicho que en las próximas 4 semanas van a reducir sensiblemente las entregas, luego ya veremos.
Moderna ha dicho que hasta dentro de un tiempo no va a empezar a enviar dosis en cantidad relevante. Astrazeneca también ha dicho que su producción va con retraso. Total, que para finales de febrero habrán llegado como mucho 2 millones. Tenemos 4 meses para 64 millones, que sale a 16 millones al mes, o sea unos 4 millones de dosis a la semana.
Dudo mucho que llegue esa cantidad de dosis y que, aún llegando, seamos capaces de suministralas
Estas banderillas en principio generarían un tiempo de inmunidad relativa y parcial (Pfizer: aminoran síntomas si te contagias, te puedes contagiar o no, 5 de cada 100 se contagian y desarrollan los síntomas graves o muerte; lo mismo sobre cualquier otra con su porcentaje negativo correspondiente).
Desde que comienza la temporada de vacunación hay un año para que se vuelva a poner a cero. Aquí empezó el 27 de diciembre, pero habría que tener en cuenta cuándo se pone la segunda dosis y a partir de ahí, cuándo realmente se empieza a generar algo de esa inmunidad parcial.
¿Qué quiero decir? Que esto de que haya una parte de la población que no desarrolle síntomas y no acabe en la UCI (y vacunando a los más mayores el objetivo en principio se lograría) es como no hacer nada sobre el resto de la población (pongamos 30 millones). Para diciembre habrán medicado a 10.000.000 con distintas banderillas, en el mayor descontrol absoluto de la historia de una campaña de vacunación.
No debería haber tantas personas en UCI ni ingresadas por neumonía bilateral. Y ello nos debería llevar a poder hacer vida normal, asumiendo el riesgo de pillar un resfriado que acabe muy mal para unos pocos. A cambio, la decisión estratégica conlleva inocular el bichito en las residencias, que se embichen y mueran una parte sustancial de los residentes (era un drama en marzo-abril, pero ahora los políticos no lo dicen, pero han asumido que es un coste humano asumible y por eso no paran ni frenan un poco: que muera quien tenga que morir, pero se banderilla a todo dios en las residencias, que hay que mostrar fuerza-gobierno). También asumen que un 0,01% (10.000 personas) o un 0,001% (1000 personas) de adultos sanos enfermarán gravemente, desarrollarán parálisis u otras complicaciones, incluidos problemas sistémicos de por vida.
A esto hay que añadir el posible ADE (infección dependiente de anticuerpos) que ahora mismo están negando en todas las televisiones o todos los medios que se pueda dar con estas banderillas (igual que dijeron que las mascaras no servían para nada al principio, porque les convenía). Esto, si son casos particulares, lo asumirán y a correr. Si alguna de las banderillas lo provoca en masa, pues estaremos dolidos y nadie se hará responsable.
¿Qué quiero decir? Que la historia juzgará, que nosotros, a los que nos ha tocado vivir esto, estamos ya perdidos. Quizá la historia en 200 años hable de nuestros líderes como los mayores carniceros de la historia por actuar por intereses políticos y económicos (los sistemas de salud son también sistemas económicos que tienen que salvar por su coste), a costa de no actuar con cabeza, con humanidad, con prudencia.
Quizá la historia explique que no valoraron la posibilidad de probar distintas vías en distintos países y ver cuál funcionaba mejor. Que las guerras nunca se han ganado con la fuerza bruta o con la velocidad, sino con la inteligencia. Que tras miles de muertos en una guerra, las soluciones finales solo se encuentran escuchando al más tranquilo de los hombres, en una cena, donde los poderosos rinden sus espadas al más cauto, al más inteligente, al más callado. aquel al que llevaban tiempo sin escuchar y despreciando sus propuestas.
Estamos ante un problema mucho más humanístico que científico. La soberbia lo inunda todo: la soberbia de los políticos, de los científicos, de los economistas, de los periodistas. La solución vendría de gestionar este problema a nivel global, unificando estrategias, contratando equipos de matemáticos y lingüistas acostumbrados a responder problemas que no tienen sentido para el resto de la humanidad. Son ellos los que siempre han resuelto las encrucijadas a lo largo de la historia. Hasta un mago fue capaz de engañar a los nazis y salvar millones de vidas. Pero estamos tan tan vendidos a la soberbia de todos los que hemos puesto en puestos de gestión y gobierno que hay que asumir que todo lo que nos pase es ya inevitable.
Será la Historia la que juzgue lo que nos hicieron. Esta campaña de vacunación no va a servir para nada por la mala gestión y porque se está hciendo todo sin cabeza alguna. Frente a otros periodos históricos en los que había grandes estadistas, tenemos a monos con traje y botones nucleares delante jugando con los mandos de este barco.
Será también la Historia la que demuestre que pusieron la política y sus intereses personales por delante de cualquier otra cosa.