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Madmaxista
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Hace ya mucho tiempo que vengo sosteniendo que la única forma de reducir el aberrante paro estructural en este país es trabajar menos horas repartiendo la carga de trabajo entre todos de manera que tanto la gente que esta en paro como la que está acogotada de trabajo mejoren sus condiciones de vida. Esto además tendría otros efectos beneficiosos para la economía, eliminar el dumping laboral que una alta tasa de parados facilita (esto, por supuesto, no les hace gracia a los empresaurios palilleros espabiladillos que padecemos en Hispanistán) además de rebajar la presión sobre los fondos estatales para protección social, cerrando el boquete (déficit) que a las arcas públicas les supone el pago de millones de prestaciones por desempleo y de subsidios y ayudas de supervivencia, además supondría un aumento de las cotizaciones a la seguridad social (con lo que quedarían mejor garantizados y capitalizados los mecanismos de protección del estado del bienestar), descenso de la delincuencia, mejora de la conciliación entre vida familiar y laboral, etc, etc...
A este respecto, acabo de encontrar este artículo que me parece muy interesante:
La jornada laboral de cuatro horas | Cooking Ideas
A este respecto, acabo de encontrar este artículo que me parece muy interesante:
La jornada laboral de cuatro horas | Cooking Ideas
La jornada laboral de cuatro horas
En mi círculo de allegados hay tres grandes grupos de personas: los que no tienen trabajo; los que andan “de bolo en bolo”, trabajando inopinadamente semanas o días sueltos, y, finalmente, los que sí tienen empleo fijo, a la manera “tradicional”. Estos últimos suelen cumplir jornadas maratonianas, que apenas les dejan tiempo libre, mientras que los integrantes de los dos primeros grupos disfrutan de ingentes cantidades de ocio, tiempo que dedican a cavilar cómo poder afrontar los gastos con sus magros ingresos (de existir éstos).
Lo que tienen en común todos ellos es vivir en un estado de angustia casi perpetua, tratando de hallar el equilibrio entre los factores tiempo y dinero, y buscando en los ángulos derivados de la conjunción de ambos esa entelequia llamada felicidad.
Han pasado casi 80 años desde que el filósofo Bertrand Russell escribió su “Elogio de la ociosidad”, una diatriba contra la moral de la laboriosidad erigida por las clases ociosas. Russell se pregunta (¡en 1932!) por qué los trabajadores disponen de menos tiempo libre que antes de la introducción de las máquinas:
“(…) la organización científica de la producción permite mantener las poblaciones modernas en un considerable bienestar con sólo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero”.
El filósofo, que cree que es más importante para el ser humano el dolce far niente que la laboriosidad, lanza un órdago: trabajar 4 horas diarias en lugar de 8 para repartir el ocio por igual y evitar así que “el tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal”:
“Si el asalariado ordinario trabajarse cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro. Esta idea escandaliza a los ricos porque están convencidos de que el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre”.
A día de hoy, los argumentos de Russell pueden resultar ingenuos, empezando por el maniqueísmo de trabajo = malo, ocio = bueno, pero en el fondo de su argumentación subyace una verdad insoslayable: la tecnología ha incumplido su promesa de liberarnos del trabajo y la sensación de que el tiempo no nos alcanza para alcanzar nuestros afanes es mayor que nunca. Tal vez no sea culpa de la falta de tiempo sino del exceso de afanes.
Los tímidos experimentos de reparto del trabajo se han saldado con un fracaso: hace 2 años Sarkozy liquidó la jornada laboral de 35 horas semanales en Francia, establecida diez años antes por el gobierno socialista, en parte por el influjo del sociólogo Jeremy Rifkin y su ensayo “El fin del trabajo”, en parte heredero intelectual de Bertrand Russell. Claro, que Rifkin y Russell pueden parecer apóstoles del estajonovismo a Tim Ferriss, autor del libro “La semana laboral de 4 horas”, que reconozco que no he leído pero que seguramente debería estar en la sección de ciencia ficción de las librerías.
Paradójicamente, la esclavitud no viene por el trabajo, como creía Russell, sino por el ocio. Persuadidos por la ubicua publicidad hemos aceptado como imprescindibles unos estándares de vida que rozan la suntuosidad. En estos términos, la economía depende más del consumo que de la producción y, claro, cuando aquél flaquea ésta se desmorona.
Texto completo de “Elogio de la ociosidad”, de Bertrand Russell [.pdf].
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