"La pregunta entonces es, si el oro no cumple ningún rol monetario, ¿cómo se explica esta acumulación del metal?"
Por supuesto que el oro tiene un rol monetario, pero los bancos no lo acumulan con esa idea, sino como una forma de proteger su balance.
Su objetivo fundamental, que es para lo que fueron diseñados, es el de formar un cártel monetario en conjunto con el sistema financiero y bancario, para evitar las consecuencias indeseadas (para ellos) de la inflación de precios, cuyo fin es disminuir la deuda del gobierno y sostener el negocio bancario de falsificación basado en la reserva fraccionaria.
Otras consecuencias perversas de sus políticas son la creación de burbujas de los activos denominados en $/€, y el trasvase de rentas de los trabajadores y pequeños empresarios hacia el gobierno, sus empleados y sus socios comerciales (bancos y empresas contactadas), que pueden derivar gran parte del dinero creado a sus negocios y actividades, todo aderezado por el efecto Cantillon, que supone que aquellos que reciben primero el nuevo dinero compran a precios aún sin inflactar, y los desgraciados, la masa, que recibe los efectos de la expansión sólo al final, dispone del dinero creado extra ya a los nuevos precios de burbuja.
Como decía, la función primordial de los bancos centrales es producir inflación de precios. Ni la estabilidad de precios, ni el empleo, están entre sus verdaderos objetivos.
Para ello, aumentan la oferta monetaria comprando activos como bonos del Tesoro, otro tipo de deuda corporativa, y acciones (aún no ha llegado el momento en que el banco central compre vivienda, ya que requiere de gestión activa en forma de mantenimiento, y la determinación de su valoración en el mercado es compleja, no es un producto homogéneo, ni sus precios transparentes como los de acciones y deuda, y lo que es más importante, el inmobiliario es un mercado altamente ILÍQUIDO, sería complicado escapar de él con una cartera de millones de viviendas en el momento de pánico).
Pues bien, el banco central paga toda esta deuda creando dinero de la nada, imprimiendo papelitos de colores o por medio de apuntes contables en las cuentas que los bancos comerciales tienen en el banco central, y a los que compra los bonos. Así como los bonos comprados forman parte de su activo, el dinero creado es el pasivo del banco central.
Las burbujas especulativas son realimentadas por el proceso de concesión de crédito mediado por la reserva fraccionaria, lo que multiplica el efecto de la expansión y hace que su magnitud entre en terrenos pantanosos de inestabilidad, provocada por la enorme deuda, pública, corporativa y privada, que es lo que finalmente provocará su colapso.
Así que todo el mundo es feliz y los malos economistas lanzan las campanas al vuelo, transmitiendo la idea de que el mundo ha llegado por fin al nirvana monetario y fiscal, todos somos cada vez más ricos porque el valor de nuestras casas se ha disparado hasta las nubes, y nuestras acciones se valoran a precios desorbitados, cada vez hay más y más rascacielos, se construyen todo tipo de infraestructuras, el desempleo es insignificante y, en definitiva, el mundo en su conjunto camina de la mano hacia la liberación del trabajo que la vida tiene la manía de exigir a la humanidad para su supervivencia.
Pero llega el momento en que toda esta idílica combinación de parabienes llega a su fin.
Aparece la temible DEFLACIÓN, ese entrometido aguafiestas, el que chapa el bar en el momento álgido de la fiesta, y provoca el enfado de todos los correligionarios.
Así como la inflación es sinónimo de expansión del dinero y el crédito debido a la política del banco central, y cuya consecuencia interesada es el aumento de los precios de los activos, bienes y servicios, la deflación es el proceso contrario, el desapalancamiento de la economía, la contracción del crédito, y el pinchazo de las burbujas de activos previas.
Entonces, este proceso de desapalancamiento sigue un mecanismo muy simple. Durante la fase expansiva los niveles de deuda se incrementan aumentando sutil pero sostenidamente el riesgo de insolvencia, mientras los tipos a la baja disminuyen la rentabilidad esperada de las inversiones. Los ahorradores y los fondos de cobertura, deben hacer apuestas cada vez más arriesgadas para mantener una mínima rentabilidad, lo que a la postre es el fin de todos ellos.
Todas las inversiones que fueron grandes negocios durante la fase expansiva, como la construcción de un millón de viviendas anuales o la construcción ilimitada de aeropuertos, se revelan en algún momento del futuro como malas inversiones, fruto de que el capital fue dirigido desde las actividades rentables a las locuras mesiánicas creadas al albur de bancos e instituciones financieras que regalaron el crédito. Las viviendas terminan vacías u ocupadas por legiones de desarrapados sin oficio ni beneficio, los aeropuertos dedicados a aparcadero de aviones, etc.
Ante la primera caida bancaria, ante la primera gran quiebra, el sistema se desmorona como el castillo de naipes que siempre había sido.
Los activos burbujeados implosionan, las empresas quiebran y arrastran a la banca acreedora, y así el sistema en su conjunto se encamina a la purga de las malas inversiones, pero como consecuencia final de todo ello, el balance del banco central se convierte en basura.
Ante este escenario, los bancos centrales COMPRAN ORO, porque es el único y verdadero dinero que mantendrá su valor incluso cuando la burbuja estalle en mil pedazos. Así ha ocurrido en el pasado, y seguirá ocurriendo.